Alejandro
Pietri C.
Todos
esos países indiferentes ante nuestra tragedia se escudan en los numerosos
procesos de legitimación electoral que se han llevado a cabo en este país;
todos favorecedores en una forma u otra del régimen castrochavista.
Si
las organizaciones políticas acuden silenciosamente, con unos presupuestos
electorales exiguos -si los comparamos con los del régimen- y en contra de un
aparato propagandístico colosal en medios, recursos, organización y coacción, y
luego aceptan con santa pero incomprensible resignación las sucesivas
derrotas, proclamando incluso "¡sin fraude!" como se
apresuró a decir Capriles el 7 de Oct pasado, sería poco razonable aceptar
acusaciones de autoritarismo y/o totalitarismo cuando están en juego ingentes
intereses económicos o monetarios que el gobierno maneja a discreción de
acuerdo con sus preferencias "revolucionarias" internacionales.
Lamentablemente
la dirigencia opositora se comporta a lo interno del país como si el escenario fuese
el de una democracia que resuelve sus tensiones a través de elecciones,
mientras envía al exterior mensajes de opresión y violación a los derechos
humanos que generan sólo el eco comprensible de una lucha partidista interna,
intensa, pero democrática al fin y al cabo.
Es
precisamente esta actitud la que sume en la incertidumbre y la decepción a una
buena porción de la ciudadanía opositora democrática que, a pesar de todo, con
dudas y reticencias, termina demostrando nuevamente sus profundas convicciones
democráticas participando en unas elecciones que sabe muy bien están
manipuladas a favor del régimen por un CNE chavista, integrado por una mayoría
de rectores obedientes a los intereses de la "revolución" y cuyo
objetivo principal es el mismo declarado por la Presidenta del TSJ:
apoyarla.
Llama
la atención el silencio de la MUD
respecto al sistema electoral; no solamente en lo relacionado con el abuso de
los recursos y medios públicos, sino del mismo mecanismo interno, digital, de
las votaciones, con el cual, además de la confiscación del acto ciudadano de
votar, de introducir una tarjeta en una verdadera urna electoral, también se le
ha confiscado el de escrutarlos, con lo cual ese hecho primario electoral ha
sido distorsionado y desvalorizado totalmente; pues después de apretar un botón
en la máquina electoral el elector recibe un ticket que deposita en lo que
puede ser una papelera pero nunca una urna electoral, que no garantiza nada,
pues ni sabe si será escrutado ni tampoco si el dato trasmitido a algún
lugar de totalización, de cuyo funcionamiento no puede tener idea, coincide con
su voluntad electoral.
Y
no hablemos del REP que nunca ha sido presentado a la población; ni a la
prohibición de observadores internacionales y de las encuestas a boca de urna, ni
de la coacción a través de las captahuellas o del nuevo punto de información, ni
del nunca explicado largo lapso entre el cierre de las mesas y la información
oficial de los resultados, sobre todo cuando el régimen se jacta de tener –por que
es suyo- el mejor sistema electoral del mundo.
Entonces,
¿quién puede creer en un país que con harta frecuencia legitima un régimen al que
con la misma denuncia?
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