Libertad!

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viernes, 20 de julio de 2012

EL silencio y el escorpión

 
EDGARDO MONDOLFI GUDAT

Más de una vez me he referido a los desafíos que supone la tarea de historiar lo contemporáneo. No sólo porque debe lidiarse con contextos que continúan siendo altamente polémicos sino porque, para que la faena llegue a buen fin, se debe contar con los instrumentos adecuados que permitan el equilibrio y, por esa vía, un buen balance historiográfico. Lo contrario sería dar cuenta de una versión interesada que suele prestarse con facilidad al ejercicio propagandístico.

En el caso estrictamente venezolano, ridiculizar en masa a la ciudadanía opositora, como pretendió hacerlo en su momento el documental La revolución no será transmitida es, más allá de su candidez tropical, un contundente ejemplo de ello.

Sustraerse a la polarización exige una distancia en la que, en no todos los casos, contribuye con acierto la pupila ajena, como lo demuestra el documental al cual he hecho referencia, a cargo de los irlandeses Kim Bartley y Donnacha O’Brien. Pero en otros sí se trata de una contribución invalorable, y es cuando la capacidad de interponer distancia, combinado con el don de observar, hace posible que los venezolanos tengan acceso a obras como es el caso reciente de El silencio y el escorpión, una extensa crónica sobre la delirante coyuntura de abril de 2002, a cargo del académico estadounidense Brian Nelson.

Apunto, como dato que merece subrayarse, el hecho de que fue una profesora venezolana, la abogada y catedrática de la Unimet Angelina Jaffé Carbonell, quien se hizo cargo de llamar la atención sobre este valioso testimonio que hasta ahora sólo había circulado en lengua inglesa. Fue Jaffé quien no sólo sensibilizó a los gerentes de la editorial Alfa, sino que asumió, junto a la profesora Vestalia Pérez, la ardua tarea de ofrecer una impecable traducción de la obra.

Decir que gracias a Nelson contamos con una versión fundamentada de lo ocurrido entre los días 11 y 13 de abril de 2002, es ser casi mezquinos con una obra que explora complejos conflictos y contradicciones de la política venezolana a lo largo de sus casi 350 páginas. Sin embargo, no quisiera dejar de mencionar dos cosas que me resultaron de interés: primero, el valiente cuadro de acción cívica protagonizado por la oposición antes de que fuera rehén del truculento camino que tomaron los hechos, 24 horas más tarde, cuando los venezolanos asistieron al desconcertante espectáculo de ver instalada una autoproclamada regencia en Miraflores; segundo, pero muy ligado a lo anterior, figura la manera como de estas páginas sale bien librada la actuación de aquellos mandos militares que se vieron resueltos a afrontar el deseo de un Gobierno dispuesto a aplicar la violencia a la medida de su propio delirio.

En este sentido, Nelson advierte que una cosa fue la locura del Carmonazo y otra muy diferente el intento de evitar una masacre contra el país opositor. Una frase del libro lo ilustra a cabalidad: lo ocurrido el 11 de abril no fue un golpe de Estado, sino un acto de desobediencia. La diferencia es más que sutil, puesto que si algunos de esos mandos militares resolvieron desacatar la aplicación del llamado Plan Ávila y mantener acuarteladas a sus unidades fue porque su decisión se sustentaba también en el propósito de evitar que potenciales tropas rebeldes iniciaran un asalto al poder. Lo de ellos fue la clara y ética convicción de que, para el 11 de abril en la tarde, los venezolanos estaban viendo asesinar a otros venezolanos por razones políticas y, todo ello, frente a la incapacidad del Gobierno de dialogar y reconsiderar las decisiones que habían activado aquella movilización nunca antes vista, por su escala, en la historia nacional. De muchos de tales detalles y sutilezas está hecho el fascinante libro de Brian Nelson.



EL NACIONAL - Martes 17 de Julio de 2012

Opinión

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