-Alberto Rodríguez Barrera-
En
momentos en que el chavismo busca hacer de las Fuerzas Armadas una
guardia pretoriana, exclusivamente dedicada a las ambiciones extremas de
un solo hombre, como en Cuba, cabe hacer un llamado sencillo y honesto
que recuerde el honor y el deber que les corresponde, mientras aún se
esté a tiempo.
Porque fue a la hora misma de nacer la República de Venezuela, soberana y libre, que nacieron las Fuerzas Armadas.
Los patricios del Congreso y de la Sociedad Patriótica, junto a los pobres blancos y zambos, negros y mestizos, y luego todos los venezolanos unidos en su diversidad, fueron a poco de proclamada la independencia una nación en armas para consolidar en los campos de batalla el Acta suscrita el 5 de julio de 1811.
El guerrear incesante duró hasta Ayacucho, en 1824, porque detrás del dolmán rojo del Libertador se fue su pueblo armado, en la más hermosa y generosa de las aventuras: ir regando llanuras y serranías de sangre y huesos de venezolanos, en el empeño de contribuir a la libertad e independencia de las patrias hermanas, después de haberse logrado la de Venezuela en el segundo Carabobo.
El ejército de la República nació bajo el signo del heroísmo desinteresado, de la entrega de sacrificios y vidas a la patria recién nacida. En hermoso lenguaje, el Libertador le hacía justicia a sus compañeros de armas cuando calificó ante el Congreso de Angostura, en 1819, su desinteresado modo de comportarse, con estas palabras:
"No combatiendo por el poder, ni por la fortuna, ni aun por la gloria, sino tan sólo por la libertad, títulos de Libertadores de la República son sus dignos galardones.”
El Libertador contribuyó de forma relevante a plasmarle a los ejércitos que conducía, a través de victorias y descalabros, su condición de fuerza armada subordinada a la ciudadanía y a las leyes:
"Yo soy soldado y mi deber no prescribe otra cosa."
Y en las vísperas mismas del doliente deceso de Santa Marta ratificaba esa que fue su indesviable línea de conducta, más admirable porque sobre los hombros suyos reposaba la gloria de haberle dado libertad a media América. Afirmó que el soldado
"no es el árbitro de las leyes ni del gobierno; es el defensor de la libertad. Sus glorias deben confundirse con las de la República; y su ambición debe quedar satisfecha al hacer la felicidad de su país."
Esta doctrina bolivariana fue negada y contradicha por cuantos a lo largo de nuestra historia de nación independiente utilizaron las armas que la República entregaba, confiada, a sus soldados, para volverlas contra la nación y ejercer mandatos usurpados y despóticos.
Y esto es lo que hoy no puede volver a repetirse, pese a los enconados y viles esfuerzos que el chavismo está haciendo exacerbadamente.
Las Fuerzas Armadas de Venezuela, en su desarrollo profesional y técnico, jamás se beneficiaron de esos gobiernos autocráticos, que usurpando su nombre y representación tiranizaban al país y obstaculizaban su progreso político, económico y social.
Empeño confeso o apenas disimulado de esos mismos regímenes de usurpación ha sido el de abrir zanjas de incomprensión entre las Fuerzas Armadas y los millones de venezolanos que integran la comunidad nacional.
Todos los venezolanos, tanto la mayoría civil como los militares, tenemos cada uno una parte de responsabilidad en que tales gobiernos deslegitimados y sin vocación de servicio a la República hayan hecho padecer a Venezuela y entorpecido su proceso evolutivo y ascendente.
Los pueblos y los hombres, cuando tienen la voluntariosa decisión de hacer historia, no se esterilizan en el recuerdo de los males pasados. Aprenden de ellos la lección que impida recaer en los mismos errores que los hicieron posibles, y encaran afirmativa y optimistamente el porvenir.
Ello fue lo que hizo y seguirá haciendo, para ejemplo de América y orgullo de nuestro gentilicio, la Venezuela democrática que arrancó el 23 de enero de 1958. Desde entonces y para siempre vivimos buscando la convivencia y la armonía dentro de un régimen de derecho, resultado de la soberanía que permite un sistema donde la colectividad decide y define inobjetablemente su destino.
En el ámbito civil y en la esfera castrense no debe ser más el capricho de un gobernante, sino el imperio de la ley, lo que rige las relaciones entre el poder público y la ciudadanía. Y unas Fuerzas Armadas con sentido de total responsabilidad nacional tiene que preocuparse hoy, con un mismo venezolano interés, por que se quemen etapas en el camino del progreso colectivo, en aras de recuperar el tiempo perdido.
Esa preocupación por mejorar y superar a Venezuela en todos los órdenes de su vida de nación también se orienta hacia un mayor perfeccionamiento de sus Fuerzas Armadas. No son ellas un añadido ni un yugo de la República, sino una necesidad sustancial de la República.
Sus hombres han escogido para servir a Venezuela una profesión signada de responsabilidades y deberes; y sus tareas cotidianas, intensas y con escaso tiempo libre para dedicarse a labores de pertinencia civil, escapan a la mirada de quien no traspone las puertas de los cuarteles, de las bases aéreas y navales.
Es la tarea de un adiestramiento cotidiano para ser el brazo armado eficaz de la nación en la defensa de la intangibilidad de sus fronteras y de su sistema de vida democrático, si la patria llegare a ser agredida o si contra sus instituciones se pretendiera atentar.
Un gobierno conciente tiene la tarea de cumplir con un plan que contribuya a que cada día sea mayor la capacidad técnica y la idoneidad profesional de las Fuerzas Armadas, así como que sea suficiente y adecuada su dotación. Y también deberá seguir contribuyendo para que desaparezca cualquier remanente de recelos entre la nación y sus Fuerzas Armadas, esa otra herencia que dejaron y dejan los gobiernos de usurpación.
Hoy más que ayer este último empeño deberá ser facilitado por la correcta y digna conducta, de respeto y apoyo a la constitucionalidad, de las Fuerzas de Aire, Tierra y Mar.
De cada una de las aventuras fallidas de los pocos que pretenden convertir de nuevo al Gobierno en botín de audaces, debe salir fortalecida la fe de los venezolanos en los hombres a quienes entregó y confió la custodia de sus armas.
Los venezolanos deben seguir trabajando sin zozobras en la fábrica, en el laboratorio, en el taller, en las aulas, en el surco, en todos los lugares de la creación constructiva, seguros de que les velan y cuidan su derecho a la paz los venezolanos armados que han jurado frente a la bandera acatar y respetar la Constitución y las leyes de la República.
Retroceder hacia una patria de comunismo y muerte es algo sumamente ajeno a la patria de democracia y vida que anhelan fervientemente los venezolanos, y por lo cual lucharon sus integrantes más ilustres. Es hora de un pensar más profundo, con la valentía que siempre requieren las luchas por la libertad. Como lo soñó Bolívar...
Porque fue a la hora misma de nacer la República de Venezuela, soberana y libre, que nacieron las Fuerzas Armadas.
Los patricios del Congreso y de la Sociedad Patriótica, junto a los pobres blancos y zambos, negros y mestizos, y luego todos los venezolanos unidos en su diversidad, fueron a poco de proclamada la independencia una nación en armas para consolidar en los campos de batalla el Acta suscrita el 5 de julio de 1811.
El guerrear incesante duró hasta Ayacucho, en 1824, porque detrás del dolmán rojo del Libertador se fue su pueblo armado, en la más hermosa y generosa de las aventuras: ir regando llanuras y serranías de sangre y huesos de venezolanos, en el empeño de contribuir a la libertad e independencia de las patrias hermanas, después de haberse logrado la de Venezuela en el segundo Carabobo.
El ejército de la República nació bajo el signo del heroísmo desinteresado, de la entrega de sacrificios y vidas a la patria recién nacida. En hermoso lenguaje, el Libertador le hacía justicia a sus compañeros de armas cuando calificó ante el Congreso de Angostura, en 1819, su desinteresado modo de comportarse, con estas palabras:
"No combatiendo por el poder, ni por la fortuna, ni aun por la gloria, sino tan sólo por la libertad, títulos de Libertadores de la República son sus dignos galardones.”
El Libertador contribuyó de forma relevante a plasmarle a los ejércitos que conducía, a través de victorias y descalabros, su condición de fuerza armada subordinada a la ciudadanía y a las leyes:
"Yo soy soldado y mi deber no prescribe otra cosa."
Y en las vísperas mismas del doliente deceso de Santa Marta ratificaba esa que fue su indesviable línea de conducta, más admirable porque sobre los hombros suyos reposaba la gloria de haberle dado libertad a media América. Afirmó que el soldado
"no es el árbitro de las leyes ni del gobierno; es el defensor de la libertad. Sus glorias deben confundirse con las de la República; y su ambición debe quedar satisfecha al hacer la felicidad de su país."
Esta doctrina bolivariana fue negada y contradicha por cuantos a lo largo de nuestra historia de nación independiente utilizaron las armas que la República entregaba, confiada, a sus soldados, para volverlas contra la nación y ejercer mandatos usurpados y despóticos.
Y esto es lo que hoy no puede volver a repetirse, pese a los enconados y viles esfuerzos que el chavismo está haciendo exacerbadamente.
Las Fuerzas Armadas de Venezuela, en su desarrollo profesional y técnico, jamás se beneficiaron de esos gobiernos autocráticos, que usurpando su nombre y representación tiranizaban al país y obstaculizaban su progreso político, económico y social.
Empeño confeso o apenas disimulado de esos mismos regímenes de usurpación ha sido el de abrir zanjas de incomprensión entre las Fuerzas Armadas y los millones de venezolanos que integran la comunidad nacional.
Todos los venezolanos, tanto la mayoría civil como los militares, tenemos cada uno una parte de responsabilidad en que tales gobiernos deslegitimados y sin vocación de servicio a la República hayan hecho padecer a Venezuela y entorpecido su proceso evolutivo y ascendente.
Los pueblos y los hombres, cuando tienen la voluntariosa decisión de hacer historia, no se esterilizan en el recuerdo de los males pasados. Aprenden de ellos la lección que impida recaer en los mismos errores que los hicieron posibles, y encaran afirmativa y optimistamente el porvenir.
Ello fue lo que hizo y seguirá haciendo, para ejemplo de América y orgullo de nuestro gentilicio, la Venezuela democrática que arrancó el 23 de enero de 1958. Desde entonces y para siempre vivimos buscando la convivencia y la armonía dentro de un régimen de derecho, resultado de la soberanía que permite un sistema donde la colectividad decide y define inobjetablemente su destino.
En el ámbito civil y en la esfera castrense no debe ser más el capricho de un gobernante, sino el imperio de la ley, lo que rige las relaciones entre el poder público y la ciudadanía. Y unas Fuerzas Armadas con sentido de total responsabilidad nacional tiene que preocuparse hoy, con un mismo venezolano interés, por que se quemen etapas en el camino del progreso colectivo, en aras de recuperar el tiempo perdido.
Esa preocupación por mejorar y superar a Venezuela en todos los órdenes de su vida de nación también se orienta hacia un mayor perfeccionamiento de sus Fuerzas Armadas. No son ellas un añadido ni un yugo de la República, sino una necesidad sustancial de la República.
Sus hombres han escogido para servir a Venezuela una profesión signada de responsabilidades y deberes; y sus tareas cotidianas, intensas y con escaso tiempo libre para dedicarse a labores de pertinencia civil, escapan a la mirada de quien no traspone las puertas de los cuarteles, de las bases aéreas y navales.
Es la tarea de un adiestramiento cotidiano para ser el brazo armado eficaz de la nación en la defensa de la intangibilidad de sus fronteras y de su sistema de vida democrático, si la patria llegare a ser agredida o si contra sus instituciones se pretendiera atentar.
Un gobierno conciente tiene la tarea de cumplir con un plan que contribuya a que cada día sea mayor la capacidad técnica y la idoneidad profesional de las Fuerzas Armadas, así como que sea suficiente y adecuada su dotación. Y también deberá seguir contribuyendo para que desaparezca cualquier remanente de recelos entre la nación y sus Fuerzas Armadas, esa otra herencia que dejaron y dejan los gobiernos de usurpación.
Hoy más que ayer este último empeño deberá ser facilitado por la correcta y digna conducta, de respeto y apoyo a la constitucionalidad, de las Fuerzas de Aire, Tierra y Mar.
De cada una de las aventuras fallidas de los pocos que pretenden convertir de nuevo al Gobierno en botín de audaces, debe salir fortalecida la fe de los venezolanos en los hombres a quienes entregó y confió la custodia de sus armas.
Los venezolanos deben seguir trabajando sin zozobras en la fábrica, en el laboratorio, en el taller, en las aulas, en el surco, en todos los lugares de la creación constructiva, seguros de que les velan y cuidan su derecho a la paz los venezolanos armados que han jurado frente a la bandera acatar y respetar la Constitución y las leyes de la República.
Retroceder hacia una patria de comunismo y muerte es algo sumamente ajeno a la patria de democracia y vida que anhelan fervientemente los venezolanos, y por lo cual lucharon sus integrantes más ilustres. Es hora de un pensar más profundo, con la valentía que siempre requieren las luchas por la libertad. Como lo soñó Bolívar...
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