Libertad!

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viernes, 11 de enero de 2013

¿De qué escribiremos los cuentistas y novelistas si todos los demás ficcionan como ahora?



Eduardo Gautreau de Windt
“Abatido por la nueva desgracia, no supo que hacer, pero guiado por su irrefrenable deseo de continuar no tuvo otro camino que mentir. Mentir fingiendo que estaba bien, que todo estaba bien, aunque tuviera que disimular su propio miedo; mejor aún dominarlo u olvidarlo, quizás, al final, todos y hasta él mismo se convencería que todo estaba bien. Y si no era así, como en verdad lo era, ya vería qué se hacía al respecto.”
El párrafo anterior podría ser parte de una de las ficciones que escribo, en mi oficio afanoso de escritor. Jamás sería parte de un escrito o texto médico, pues en esta, por ser ciencia uno tiene que encarar la realidad, sin mentiras o escaramuzas, por bien del paciente, por respeto a la ciencia y por culto a la verdad. Es más, ni siquiera se permiten las mentiras piadosas. Sin reparar en la importante necesidad que tenemos los humanos de la mentira.
Ella, la mentira, es tan importante para la supervivencia humana que siempre ha sido intrínseca a nosotros desde siempre. Por eso la necesitamos. Sea como mentira en sí, directa, a la clara, o sea dulcificada y sublimizada por la ficción; nos sirve para engañarnos (autoengañarnos),  para escapar de la dura realidad, para pensar que hemos alcanzado la (s) utopía (s) que eternamente deseamos, aún sin esperanzas. Nos sirve para soñar, para jugar  a ser lo que no somos, pero que anhelamos ser con todo el corazón (con el cerebro, más bien).
Recordando al célebre Platón (la realidad no es la que percibimos con los sentidos, es otra, es distinta, lo que percibimos solo son las apariencias), pienso que hoy, más  que antes, vivimos  de las apariencias, vivimos de y por la mentira. Basta dar una simple mirada a la postmodernidad en la que navegamos y constatar que la publicidad, el comercio, la política, etc., se alimentan a diario de la mentira. Es más, hoy, que la realidad supera fácil a la literatura y al arte, temo que los “lideres” superen a los escritores, ambos en aras de supervivir (ficción, ficción, ficción) en lo que hacen y dicen los políticos, los artistas, los religiosos, los deportistas. 
Una de las formas de llamarle a esta etapa que vivimos también es la era de los desencantos, y al respecto la mentira juega un rol preponderante: campeones mundiales gracias a los esteroides, reinas de belleza fabricadas por la magia del bisturí, productos comerciales que son un fiasco pero con el respaldo de una publicidad efectiva que mueve al consumo mediante el lavado masivo de cerebros, y, peor todavía, políticos y gobernantes que dicen y luego que dicen no cumplen o donde dijeron  digo ahora es  diego. Por todo esto la majestad de los cargos, la honorabilidad y la confianza en las “figuras” públicas rueda por el suelo. Ahora casi nadie cree en nadie, no importa quien sea o que represente. Aquí o allá es lo mismo. Ayer, Clinton ficcionó sobre sexo, hoy Ranjoy es cuestionado por sus palabras, Chávez dijo que estaba curado (cuando todos los que sabemos algo sobre su tipo de enfermedad teníamos fuertes dudas); aquí se nos dijo que la economía estaba blindada y que el crecimiento era sólido y que no corríamos peligros. Bla, Bla, bla, todo es ficción, o como diría Segismundo:
“¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
     

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