-Alberto Rodríguez Barrera-
Generalmente el charlatán intelectual es un hombre impulsivo que es
derrotado en su lucha contra el espíritu, resultando en mal mago. Hay
quienes comienzan con una idea alta del hombre: ánimo, valor, capacidad
de sacrificio, gusto por el riesgo, nobleza, energía vital, amor a la
patria, tratamiento indiferente de los bienes económicos... Y luego se
subordinan a la astucia calculadora y a la rapacidad sin sentido para la
seguridad de la vida, impulsados contra la razón y la sabiduría del
hombre; el hombre –portador del espíritu- es considerado entonces un
callejón sin salida de la naturaleza. Es la división de esta época.
Max Scheler –como nuestro tiempo- osciló para un lado y para otro y
perdió el suelo bajo sus pies. Más que filósofo y erudito, parecía un
hombre de negocios, infatigablemente. Influyó sobre los valores del
cristianismo (católico) que se ofrecen hoy, algo imperecedero que luego
censuró y manchó. Pero logró una doctrina de los valores –de validez
universal- actualmente perdida en el caos de la modernidad.
Redescubrió que la moral y la ética no pueden depender de un éxito
cualquiera de la acción, de una finalidad o un bien que se quiere
alcanzar. La ética tiene su valor en sí misma.
El asesinato es un acto
malo, un crimen que de tolerarse llevaría al aniquilamiento de la
humanidad; no es lícito cometerlo por más felicidad o bienes que se
puedan obtener por él. Es una prescripción absoluta de una ética
absoluta que aún se reconoce como correcta; no se puede tolerar, se debe
castigar no sólo por motivos político-jurídicos, porque es una verdad
evidente.
Scheler se opuso a que la moralidad sea la autodeterminación del
hombre para la ley racional universal; acepta la necesidad de una verdad
moral absoluta y combate todo el nominalismo que niegue la autonomía de
los valores éticos. Dividiéndolos en superiores o inferiores, positivos
y negativos, conoce un cosmos de valor como un gran reino coherente de
los valores; “La ética emocional, a diferencia de la ética racional, no
es de ninguna manera necesariamente un empirismo en el sentido de un
intento de obtener valores éticos por la observación o la inducción. El
sentir, el preferir, el amar y odiar del espíritu tienen su propio
contenido a priori, el cual es tan independiente de la experiencia
inductiva como las leyes puras del pensamiento. Y aquí como allá hay una
visión ontológica de los actos y sus materias, sus fundamentos y sus
relaciones. Y aquí como allá hay evidencias y la más estricta exactitud
de la
comprobación fenomenológica”.
El chavismo muestra hacia el mundo una desconfianza demasiado
grande y se acerca a una hostilidad caótica. Y ese odio atraviesa su
mentalidad con la idea ilimitada de “organizar” y “limitar” todo; lo que
realmente buscan es poner orden en sus instintos; sin límites ni
órdenes fijos, tienen efectos nefastos en su evolución; quieren sacar el
auto atascado en la cuneta, se agotan y aterrizan en la cuneta opuesta,
quedando fijos en la tierra; confunden el valor con la valoración, que
es considerablemente más grande que cualquier dominio teórico. Ningún
hombre puede agotar la gran riqueza del reino de los valores, que
conocemos sólo en fragmentos, superficialmente. Así, el rompimiento
de/con los factores reales/ideales se exteriorizan en el instinto del
primitivismo, manchados, altamente unilaterales. Nietzsche se impone.
Cuando Scheler cambió completamente su orientación, abogó por la
desaparición de la “cerebralización” y “sublimación” del hombre,
girando a favor de la “revuelta vital e instintiva” de la naturaleza del
hombre, “del niño contra el adulto, de la mujer contra el hombre, de
las masas contra las antiguas élites, de los negros contra los blancos,
todo lo inconciente contra lo conciente...” Como en el chavismo, es un
dramático sube y baja, inquietud, desasosiego, insatisfacción;
condicionó lo asistemático, discontinuando su evolución; queriendo
aprehender la unidad alma-cuerpo “aunque quizás en ninguna época se ha
considerado tan profunda la división en la totalidad del ser humano como
hoy en día”. Torturado interiormente, se desgarra adentrándose en la
autoliberación.
El chavismo necesita –por su personalismo- autorredención,
apartando lo que antes había “adorado”, en una transformación que quiere
salir de la libertad innata del hombre natural para avanzar a la
no-sujeción, donde el ímpetu decide las cosas; el impetuoso se siente
llamado a redimir el fundamento del mundo; ofrece el campo de batalla
para depurar espíritus débiles y derrotados; una divinidad omnipotente
para finalizar la historia del mundo...
La confrontación del joven Scheler con el de los últimos días es un
asunto muy triste porque es incautarse de las necesidades de un pobre
hombre que se veía preso en su “mácula” y no encontraba ninguna salida
de ahí; “sólo un paisaje macabro en las horas nocturnas, desgarrado por
relámpagos como en fragmentos de segundos para hundirse de nuevo en la
noche más profunda y también en la más profunda miseria humana” (E.F.
Sauer).
Dios termina –para Scheler- como imagen del desgarrado hombre actual,
donde predomina el instinto, por encima del espíritu que se hace
impotente. Scheler toma las doctrinas de Freud (el hombre dividido, la
autoliberación buscada) y construyó su/un Dios que deviene, se esencia y
que ya no es un Dios sino un ídolo.
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