Cuando el presidente Obama visite Cuba el mes que viene, será fotografiado ciertamente —muchas, muchas veces— con Raúl Castro, cuyo rostro de 84 años muestra las huellas de las casi seis décadas que él y su hermano Fidel han gobernado la isla. Lo que sería interesante ver es si otro funcionario cubano, cuyo semblante delgado y bien parecido está coronado por una abundante y bien cuidada melena de cabellos plateados, estará incluido en esas fotos.
Ese rostro (algunos opinan que se parece un poco al del actor Richard Gere) pertenece a Miguel Díaz-Canel. Y es, supuestamente, el rostro del futuro de Cuba. Raúl, de 84 años, lo dejó entrever en el 2013, cuando dijo que dejaría la presidencia de Cuba el 24 de febrero del 2018, y entonces la Asamblea Nacional, cuyo poder es nominal, designó a Díaz-Canel como primer vicepresidente del Consejo de Estado.
“El compañero Díaz-Canel no es un novato ni un improvisado”, declaró Raúl, haciendo un énfasis especial en la designación al segundo puesto político en importancia de Cuba, el cual pone a Díaz-Canel en vías de ser el jefe de estado de Cuba. El no llegó a proclamar abiertamente que Díaz-Canel le sucedería en la presidencia, pero su intención pareció clara. El mismo Raúl ocupaba el cargo de primer vicepresidente cuando pasó a ocupar oficialmente el de su hermano enfermo en el 2008.
En lo que se acerca el conteo regresivo a los dos años finales antes de la transición, un encuentro con Obama (no se ha anunciado ninguno, pero es poco lo que se sabe todavía sobre el calendario del Presidente en La Habana) sería la indicación más seria hasta el momento de que Díaz-Canel, de 55 años, desafiará las lecciones de los libros de historia de Cuba, los cuales están cubiertos de los nombres de hombres que se esperaba reemplazarían alguna vez a los Castro y en lugar de eso se encontraron en exilio interior o cosas aún peores.
Y si Díaz-Canel llega a ser “presidente” de verdad, ¿qué significaría eso en realidad en una dictadura marxista gobernada no por los votantes sino por las fuerzas armadas y el Partido Comunista?
“Cuando Raúl Castro es el presidente, entonces, sí, el presidente gobierna a Cuba”, afirma Jaime Suchliki, director del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano Americanos de la Universidad de Miami. “Cuando Raúl Castro no es el presidente, eso será otra historia muy diferente. Díaz-Canel no tiene ni tanques ni tropas”.
Prácticamente todos los que tratan de leer las señales de humo provenientes de las instituciones políticas herméticamente selladas de Cuba están de acuerdo en que hay grandes cambios en marcha a cargo de la oposición más inexorable de los Castro, el almanaque. La mayoría de los hombres que pelearon en la revolución tienen ya bastante más de 80 años, y muchos de ellos han muerto o, como Fidel, el hermano de 89 años de Raúl, han quedado a un lado por los achaques de la vejez.
Pero sigue siendo una pregunta sin respuesta el problema de si eso ocurrirá en dos años o en diez. Aunque Raúl Castro prometió en el 2013 que abandonaría a la presidencia, no dijo una palabra de renunciar a sus puestos como jefe de las fuerzas armadas y el Partido Comunista de Cuba
“Es un puesto muy poderoso, tal vez el más poderoso del país”, dijo el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de California-San Diego Richard Feinberg, refiriéndose al papel de Raúl como jefe del Partido Comunista, señalando que ambos Castro ocuparon ese cargo simultáneamente con sus presidencias.
“Tal vez la idea de poner cierta separación entre el Partido y el Estado empezará a tener cierta realidad. Llevan mucho tiempo hablando de ese concepto, pero es muy difícil separar las dos cosas en un sistema comunista. No está claro cómo sucedería esa separación”.
Es posible que se llegue a algunas respuestas cuando el Partido Comunista celebre su Congreso en abril. Mientras tanto, lo cierto es que Díaz-Canel cuenta con sólidas credenciales del Partido. En 1997, llegó a ser el miembro más joven del Buró Político, el comité de 14 miembros cuidadosamente escogidos que funcionan como asesores principales de Raúl.
No obstante, aunque existen todavía dudas sobre cuánto poder real están dispuestos a ceder los Castro, sí existe un consenso generalizado de que el colapso político y económico de la mecenas del gobierno de Cuba, Venezuela, significa que la isla tiene que buscar inversiones extranjeras y relacionarse con otros gobiernos. Y eso requerirá a cambio al menos algunos gestos de relaciones públicas para convencer al mundo exterior de que Cuba está dejando de ser un estado gobernado por una sola familia.
De modo que la mayoría de los observadores esperan que Díaz-Canel probablemente pase a ser presidente de Cuba como está planeado. “No hay duda”, dijo Arturo López Levy, ex analista de la inteligencia cubana que es ahora conferencista en la Universidad de Texas-Rio Grande Valley. “No veo ninguna razón política para que esto no ocurra”. Feinberg estuvo de acuerdo: “Siempre hay algo de incertidumbre, pero yo diría como quiera que él es el candidato más probable”.
Una sucesión generacional
La apariencia física no es la única señal de las tres décadas de edad que separan a los Castro de Díaz-Canel. Se viste con jeans y chaquetas deportivas, no de uniforme militar; lleva una computadora tipo tableta debajo del brazo y tiene incluso una cuenta de Facebook. Hay una cuenta de Twitter llamada @MiguelDíazCanel, pero su alarde de que “Estoy esperando que los hermanos Castro se mueran y vayan al infierno por llevar a Cuba a la bancarrota” no parece indicar que sea realmente suya.
A dos meses de su 56 cumpleaños, Díaz-Canel está llegando al fin de su edad mediana. Pero él representa una irrupción juvenil en el gobierno cubano acaparado por octogenarios.
“Estamos hablando de una sucesión generacional, no de una simple sucesión”, dijo Carlos Alzugaray, diplomático y académico cubano retirado que vive en La Habana.
El disidente cubano Ailer González agregó que las señales de un cambio generacional calculado están en todas partes de la isla, incluso, literalmente, en el aire: “Ellos están mostrando en el programa de televisión Mesa Redonda documentales que glorifican las vidas de los viejos generales de las fuerzas armadas y humanizan las vidas de los miembros de la élite. Parece una especie de despedida, creada para promover a gente más joven dispuesta a seguir defendiendo al régimen”.
Los hermanos Castro han hecho con anterioridad intentos de establecer una generación más joven de líderes, pero siempre se han echado atrás. El experto en economía Carlos Lage y un par de ministros de Relaciones Exteriores —Felipe Pérez Roque y Roberto Robaina— fueron considerados en algún momento como herederos al liderazgo cubano, pero todos fueron descartados por mostrar señales inapropiadas de ambición.
Díaz-Canel, ingeniero eléctrico de profesión y burócrata de carrera, ha tenido mucho cuidado en evitar esas trampas. Forjó fuertes vínculos con los Castro en su juventud durante el servicio militar, el cual —de acuerdo con un ex militar que sirvió en una unidad semejante— incluyó un período en un destacamento que sirvió de seguridad personal tanto a Fidel como a Raúl.
“La clave de su éxito, y del puesto que él ocupa ahora, es su afinidad con la clase dominante”, dijo un exiliado cubano que antes trabajaba muy cerca de Díaz-Canel. “El se lleva bien con Fidel Castro y Raúl Castro; los dos le tienen aprecio”.
Díaz-Canel recibió pronto una serie de nombramientos clave tanto en el gobierno como en el Partido Comunista. Tras dejar su huella en la Unión de Jóvenes Comunistas, la división juvenil del Partido, y sólo con veintitantos años, fue designado como enlace del Partido con Nicaragua —entonces bajo un gobierno comunista, y la aliada clave de Cuba en el Hemisferio Occidental— en 1987.
Desde entonces, su carrera ha alternado entre altos puestos administrativos, entre ellos el de ministro de Educación Superior, y puestos cada vez más importantes dentro del partido. De 1994 al 2003, perteneció a un pequeño e influyente grupo de jefes regionales del partido, primero en la provincia de Villa Clara y luego en la de Holguín, en la zona oriental del país.
“Ellos son prácticamente zares a nivel de provincia, pero no tienen mucha visibilidad para los medios de prensa occidentales”, dijo López Levy de los secretarios provinciales del Partido. “Estos zares provinciales tienen un gran poder en el nuevo sistema político en evolución, que es más pluralista, ya que no más democrático… Se destacó entre los zares del Partido”.
A diferencia de algunos de los puestos tecnocráticos del Partido Comunista, los secretarios provinciales del partido son muy visibles para el público, al menos a nivel local, y Díaz-Canel era una figura popular entre sus vasallos. Su ética de trabajo era muy admirada — “tenía una gran resistencia física y mental”, recuerda un cercano asociado suyo de esa época. El recordó que Díaz-Canel trabajaba regularmente 18 horas al día, y su informalidad era un cambio bienvenido en contraste con la rigidez de la burocracia cubana.
“Le gustaba hablar con la gente de abajo”, recuerda un ex colega suyo. Se aparecía a veces en los bares locales para compartir cervezas y chistes con los presentes. Y cuando la Unión Soviética se vino abajo, y con ella el ventajoso acuerdo para recibir el petróleo soviético, haciendo casi imposible obtener gasolina a la gente común, Díaz-Canel ganó muchos puntos de popularidad por abandonar su carro del gobierno para viajar por toda Villa Clara en bicicleta. (Pero no con todo el mundo; Fidel lo reprendió por deshacerse de sus guardaespaldas).
Cuando un apagón dejó sin electricidad el hospital de la provincia, Díaz-Canel no sólo encabezó el equipo de reparación, sino que fue cama por cama para pedir disculpas a los pacientes, incluyendo al estupefacto disidente cubano Guillermo Fariñas, quien estaba hospitalizado en huelga de hambre contra el gobierno. “El me saludó y me preguntó por mi salud”, recordó divertido Fariñas.
Entre la gente común con la que a Díaz-Canel le gustaba hablar estaban ciertamente las mujeres. Conocido (con envidia entre los hombres y con admiración entre las mujeres) como “el lindo”, Díaz-Canel es descrito por casi todos sus conocidos como “afortunado” en amores, y con toda una serie de atractivas compañeras. Llegado el momento, él se casó con Lis Cuesta, funcionaria de turismo que es fotografiada a su lado con frecuencia en eventos oficiales, un cambio notable con respecto al tratamiento del matrimonio de Fidel Castro, el cual fue prácticamente un secreto de estado durante sus años en el poder.
Para sus admiradores, la relativa juventud de Díaz-Canel amplificaba lo que de otro modo eran desviaciones relativamente mínimas con respecto a la ortodoxia política cubana. “El seguía la línea del partido”, recordó alguien que trabajó con él. “Pero él era más abierto de mente porque es más joven. El dijo a veces que hacían falta cambios en el gobierno, desde la prensa a la producción. Siempre hablábamos sobre los cambios en la prensa”.
Díaz-Canel, de hecho, es un ávido lector de los periódicos del país, estrechamente controlados y mortalmente aburridos. Invitaba a menudo a periodistas a acompañarlo en sus viajes al campo, y a veces los llamaba para sugerirles artículos posibles. En Villa Clara, él sirvió incluso de moderador en un programa de radio. Sus intereses iban más allá del periodismo, a las artes: promovió festivales de música rock y exposiciones artísticas cuando muchos funcionarios del Partido consideraban todavía esos eventos como algo degenerado y posiblemente subversivo.
Pero se cuidó también de mantener satisfechos a sus patronos. Una vez, cuando Fidel anunció temprano en la mañana que iba a hacer una visita sorpresa a la ciudad de Santa Clara, Díaz-Canel se las arregló para llenar la Plaza de la Revolución de la ciudad con multitudes entusiastas para cuando el líder llegó en horas de la tarde.
Díaz-Canel ha continuado sus hábiles maniobras desde que fuera nombrado primer vicepresidente de Cuba en el 2013. Sus discursos, cargados de jerga marxista y consignas revolucionarias, rara vez dicen algo nuevo. Ni siquiera su cautelosa crítica de la censura gubernamental de la prensa —“secretismo”, la llamó— se hizo hasta que Raúl Castro sacó a relucir el mismo tema. Pero sus discursos contienen frecuentes elogios a los Castro. En un discurso del 2014 en Ciudad México, se las arregló para mencionarlos cinco veces.
Veteranos analistas cubanos están impresionados con la habilidad con que Díaz-Canel ha hecho malabares con todas estas pelotas políticas e ideológicas. “Díaz-Canel ha jugado sus cartas muy bien”, dijo el ex diplomático Alzugaray. “Ha sido discreto pero influyente”.
Aunque los Castro han retirado su apoyo anteriormente a sus herederos aparentes, hacerlo en el caso Díaz-Canel representaría una retirada asombrosa. Durante los últimos tres años, él ha viajado no sólo por Cuba sino por el mundo entero como emblema de la nueva dirección política de Cuba. Desde una cumbre de cambios climáticos en París a un irónico encuentro en Pyongyang con el dictador norcoreano Kim Jong Un (producto, lo mismo que Raúl Castro, de una dinastía familiar marxista). Ha atravesado tanto los centros de poder del mundo como sus rincones más alejados, reuniéndose con líderes extranjeros.
Algunos de ellos han quedado visiblemente impresionados. “Es un tipo muy moderno en el contexto que él vive. Representa la cara del cambio en el Partido”, dijo el ex primer ministro haitiano Laurent Lamothe, quien se encontró con Díaz-Canel varias veces en relación con programas de cooperación entre ambas naciones. “Usaba Blackberries para comunicarse. Cuando hablas con él te das cuenta de que es el futuro de Cuba, y él cuenta con el apoyo y el respaldo de algunas de las personas más importantes que he conocido en el gobierno cubano”.
De forma extraña, Díaz-Canel se ha mostrado mucho menos accesible a diplomáticos extranjeros en La Habana, donde la velocidad de la normalización de las relaciones con Estados Unidos en los últimos dos años ha dejado a muchos en el gobierno desconcertados y sin mucha guía sobre cómo proceder. Los funcionarios allí “tienen miedo de lo que pueden o no decir en público, no pueden tener una conversación seria”, dijo un diplomático europeo en La Habana. “Ellos no saben qué es lo que quieren de la normalización con Estados Unidos, y también están simplemente haciendo tiempo”.
Díaz-Canel pareció asimismo inalcanzable para funcionarios estadounidenses hasta el año pasado, cuando de pronto estuvo disponible para conversar con un desfile de representantes de EEUU que viajaron por Cuba tras el anuncio de que Washington y La Habana estaban restableciendo relaciones diplomáticas.
Aun si Díaz-Canel llegara a convertirse en líder de Cuba, ni siquiera sus partidarios más entusiastas esperan que tome un camino radicalmente diferente para el país.
“¿Se inclinará a favor de la economía de mercado? Yo diría que sí”, dijo el ex analista de inteligencia López Levy, cuya madre fue una de las profesoras de Díaz-Canel en la Universidad. “¿Desmantelará el sistema unipartidista? No lo creo. Todo el mundo sabe que una apertura política en el contexto actual es un suicidio”.
Y, como quiera, Díaz-Canel es mucho más un administrador que un visionario, afirmó Brian Lattell, ex jefe de análisis de América Latina de la CIA y autor de una biografía de Raúl Castro. Lattell dijo que es poco probable que Díaz-Canel introduzca grandes cambios en Cuba, aun si fueran posibles políticamente.
“Consiguió el puesto porque es un miembro del aparato. Es leal a Raúl”, alegó Lattell, quien de todos modos consideró a Díaz-Canel como una buena elección parea el puesto: “El es joven, atractivo, y causa buena impresión. Y ha tenido muchísimo tiempo para congraciarse con las fuerzas armadas, que es donde reside el verdadero poder en Cuba”.
Las fuerzas armadas cubanas no sólo cuentan con todos los tanques, soldados y vehículos aéreos del país, sino además con gran parte de su dinero: según calculan algunos, controlan dos tercios de las nacientes empresas privadas del país, no sólo gran parte de la industria turística sino todo, desde los bancos y los bienes inmuebles hasta los restaurantes y las gasolineras. Aplacar a las fuerzas armadas podría ser la parte principal del trabajo de Díaz-Canel.
“Va a ser un títere”, declaró Antonio Rodiles, disidente cubano y activista de derechos humanos. “El poder está en las fuerzas armadas”.
Rodiles, lo mismo que algunos observadores de este conteo regresivo, considera que Díaz-Canel es sólo un incidente menor en la verdadera línea de sucesión del gobierno cubano, de generación a generación de la familia Castro. Según este análisis, Díaz-Canel no es más que un marcador que ocupará el puesto hasta que un par de miembros enfrentados de tercera generación de la familia —el hijo de Raúl, Alejandro Castro, coronel de las fuerzas de seguridad del Ministerio del Interior, y su yerno Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, coronel del ejército y jefe de algunas de las mayores empresas de las fuerzas armadas— resuelvan sus diferencias.
“Ellos no quieren que la gente vea la sucesión como cosa de la dinastía familiar”, dijo Fariñas.
Pero otros creen que, si Díaz-Canel llegara a ocupar la presidencia, eso desencadenaría demasiadas ambiciones reprimidas por mucho tiempo para que la familia Castro o cualquier otro pueda regresar a un gobierno unipersonal.
Díaz-Canel “es la punta de un iceberg de líderes completamente nuevos, cuyo origen y experiencia no tienen nada que vez con la vieja guardia”, opinó Domingo Amuchastegui, ex analista de inteligencia de Cuba que vive ahora en Miami. “Eso va a ser Díaz-Canel y los demás”.
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