Libertad!

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sábado, 30 de agosto de 2008

Las nuevas mayorías y el cambio

Oscar Reyes
Hace casi dos años, a raíz de las elecciones presidenciales del 2006, escribimos una serie de artículos donde nos preguntábamos acerca de los diversos métodos que podían usarse para tomar decisiones políticas medianamente vinculantes en regímenes democráticos. Puede que usted por obsesión antigubernamental no crea que Venezuela sea un país democrático, pero recuerde que aquella decisión se tomaba en el seno de una oposición que entonces y aún se define a sí misma como democrática –cosa que algunos ponen en duda, por cierto- por lo que parecía lícito aceptar el entorno democrático de aquella decisión.

Se trataba de escoger entre los candidatos Borges, Petkoff, Rausseo y Rosales con miras a la unidad: algo parecido a lo que hoy vivimos pero brutalmente exponenciado en 24 gobernaciones y 300 y pico de alcaldías por las que compiten más de 20 organizaciones políticas. En ese momento, se urgía por una parte a la realización de unas primarias (Súmate y Borges) mientras que Petkoff, Rosales y otros preferían las encuestas, los acuerdos, y en caso de que eso no funcionar pues finalmente ir a las costosas primarias.

Ya sabemos cómo se decidió aquello, pues es historia patria: pero lamentablemente ese ejemplo no es aplicable hoy. Ahora se debate en los medios y los partidos –pero dudo que en los barrios- el tema de la unidad de la oposición como si fuera una lucha fratricida que nos va a costar el futuro de la democracia. Sobre este tema el editor Emilio Figueredo gentilmente ha consultado nuestra opinión, a raíz de los dos artículos publicados en Analítica y titulados 'La Batalla de Caracas'.

Algunas ideas contenidas en dichos artículos tocan temas como los mecanismos de debates, las declinaciones, las tendencias del electorado en escenarios polarizados, a las cuales remitimos a los lectores de Analítica Premium. Nos interesa otro tema y por eso el rumbo final de este trabajo irá hacia otro lado: esto porque a fin de cuentas la unidad de la oposición –supongo- pretende derrotar a los candidatos del oficialismo en gobernaciones y alcaldías, y esa derrota pretende generar una nueva mayoría para cambiar el rumbo político, económico y social que actualmente lleva el país, o el que se le quiere imponer. He allí la razón del título: creo que más allá de la coyuntura de las decisiones lo que se busca es crear una nueva mayoría para el cambio. ¿Cuáles mayorías? ¿Cuáles cambios?
II
Samuel Huntington –El Orden Político en las Sociedades en Cambio, La Tercera Ola- y la compilación de O'Donnell y Whitehead –los 4 volúmenes de Transiciones desde un Gobierno Autoritario- son textos obligatorios para quienes estudian el retorno a la democracia parcial o plena (Poliarquía la llama Robert Dahl) de determinados países que han vivido procesos autoritarios. Como sabemos, las democracias más viejas del mundo son la norteamericana y la inglesa, pasando por los países escandinavos, Europa continental y luego en una lenta pero indetenible expansión por el mundo, América, Asia, Oceanía, muy poca en África, por lo que podría decirse que la tendencia en el mundo es a la democratización, aunque no se trate de una corriente homogénea y pueda haber retrocesos autoritarios como insisten muchos de nuestros analistas en el caso de Venezuela.
Para algunos de ellos la transición de Venezuela después del actual proceso debería ser el retorno de la democracia luego de una dictadura. Sin embargo, aun aceptando que en Venezuela se vivan fuertes tendencias autoritarias, son de un tipo tan extraño –acaso postmodernas, o illiberal democracies, etc.- que describirlas como una dictadura clásica no es sencillo, o es demasiado sencillo. El análisis de lo que sea este régimen ha ocupado miles de cuartillas, y no es el foco de este artículo.
Por otra parte la calificación de régimen totalitario para lo que vivmos en Venezuela es también una exageración sin base en un país donde la sociedad tiene espacios de respiro (la fiesta, la religión, los medios de comunicación opositores, las marchas, las contiendas electorales donde ha triunfado la oposición, etc.) impensables en regímenes como el nazi, el estalinista o el franquista, todo lo anterior aun reconociendo que históricamente este gobierno ha acumulado uno de los mayores controles del poder político que recordemos.
Tal vez se pueda decir que la mezcla de autoritarismo militar con recetas de socialismo de Estado estalinista (Mires) nos da una nueva configuración de una vieja tendencia que viene de los orígenes de la democracia social en Alemania, con las intervenciones de Marx, Engels, Hegel, Lenin, y un largo etcétera, y que ahora ha sido etiquetada como Socialismo del Siglo XXI.

Pero aún ese socialismo no ha sido bien definido por sus promotores vernáculos amén de que la configuración social de una sociedad como la nuestra en la actualidad es asaz diferentes de aquellas de América Latina –incluyendo Cuba, Nicaragua, Chile- donde se intentaron experimentos socialistas autoritarios fallidos. Dados los espacios de respiro y organización de la sociedad contra el Estado, dado el altísimo nivel de reflexividad social (Giddens) de nuestros ciudadanos, tratar de analizarnos con los esquemas de aquellos fallidos intentos es una especie de anacronismo.
Lo que pasa en Venezuela es harto sui generis, y por eso tal vez sería útil pensar que lo que venga después también podría serlo: cierta derecha aspira que luego del actual desmadre izquierdoso venga un Pinochet a imponer el orden y el progreso, esto es, a reponer los beneficios de la oligarquía opusa de PDVSA a sangre y fuego, y a plomo y horca esconder nuevamente a los pobres allá arriba en los cerros, de donde –dicen- nunca deberían haber bajado aquel 27 de Febrero y fechas sucesivas.

Como contrapartida, creo que cierta izquierda piensa que la lucha es a muerte, que la revolución no se devuelve, no se entrega ni se cuenta en las urnas. Pero intuyo que en el corazón de una buena mayoría de venezolanos ninguna de estas dos posiciones suicidas –suma cero se llaman en teoría del juego- es bien recibida, y que gran parte de la población está moviendo su imaginario hacia una especie de tercera vía, de la cual no está excluida la esperanza, y que debería ser el campo de exploración política más prolífico que se vislumbre en los próximos años.
Cuando uno revisa encuestas de opinión sobre la condición propia, los valores propios y las perspectivas a futuro –que son diferentes a las que miden la fuerza de determinada candidatura- encuentra cosas sorprendentes.

Los dos primeros problemas son la inseguridad y el desempleo, como muchos han advertido ya. Pero la falacia estadística o la conclusión inatinente es creer que eso debería bastar para matar la esperanza, y que la conciencia de los miles de muertos anuales debería desplomar en picada la popularidad del gobierno. No dudo que la conciencia de los 14.000 muertos violentos anuales sea algo tenebroso: tampoco dudo que se trata de una conciencia existencial parecida a la de Akira Kurosawa en 'Vivir en el Miedo'.

En cualquier momento puede caer otra bomba atómica del cielo: en cualquier momento te pueden atracar y matar, o a alguno de tus seres queridos. Extrañamente, los que están más asustados –o que manifiestan más estruendosamente su miedo- son los sectores de la clase media, que estadísticamente distan mucho de ser las víctimas preferidas del hampa, en comparación con los humildes habitantes de los cerros, los policías, los taxistas, mototaxistas, yizeros y jóvenes de las bandas y cárteles de los barrios en pugna por los mercados de la droga.
No es que los pobres no le tenga miedo a la violencia, pero lo compensan de cara al futuro con algo que le falta a la clase media: la esperanza. Los sectores más pobres perciben que el gobierno tiene preocupaciones serias por la salud y la educación: esto compensa el rechazo debido a la violencia y el desempleo, y acaso ayuda a entender cómo es que el Presidente mantiene aún cuotas muy importantes de popularidad. Siguiendo con la paradoja, estas expectativas de mejor salud y más educación están asociadas a la esperanza de que nuestros descendientes van a tener más oportunidades de vivir mejor que nosotros.
Por tal razón, cuando veo a mis amigos analistas halándose los pelos y diciendo que el país entero espera angustiado por la unidad de la oposición, que viene el Apocalipsis porque no acaban de ponerse de acuerdo en determinado circuito los 20 y pico de grupos políticos y los 30 candidatos por circuito, no puedo evitar algo de risa, que ellos siempre me han perdonado (¿o nunca?).
Para concluir este apartado, resumiremos:

a) creo que pudiera decir a punta de observación simple que no estamos en un régimen totalitario

b) que no vamos a salir de ninguna dictadura clásica porque no la vivimos

c) que de salir de algo saldremos de un extraño régimen aún no definido ni mapeado

d) que los sueños de los extremistas de izquierda y derecha no encuentran cabida en el pecho de los ciudadanos

e) que los ciudadanos no son apocalípticos de ultra-izquierda o ultra-derecha –los tipos y sectores que más cobertura tienen en los medios de comunicación de ambos bandos-

f) que más bien viven entre las balas y la escasez con una esperanza irracional –como todo acto de fe- de que el futuro será mejor para sus descendientes

y g) que ese es el campo político que debería explorar todo grupo político que aspire construir nuevas mayorías para el cambio.
III
Creo que en un panorama así no es viable el sueño sectario de lograr una mayoría en ninguna de los extremos. La unidad no necesariamente es igual a la mayoría: recuerdo que durante mi adolescencia en el MAS –pateando los barrios del sur de Maracay en busca de votos para Teodoro Petkoff- estábamos obsesionados con la unidad de la izquierda. José Vicente chantajeó ideológicamente al MAS en el 73 y 78, amenazando con romperla si no nos uníamos en torno a él: se suponía que todos los izquierdistas debíamos ir juntos contra AD y Copei, que eran la derecha y el capitalismo.

Teodoro logró la nominación en el 83 y Rangel rompió la unidad y traicionó su palabra y lanzándose aparte. Allí algunos entendimos que la unidad era un comodín, que se usaba o se desechaba de acuerdo al momento y el interés.

En el 88 Teodoro nuevamente fue candidato del MAS, y aunque una buena parte de la izquierda lo apoyó no se pasó del 6% de apoyo (el 6% histórico) por lo que el frontal candidato describió aquello como 'Un chiripero'.
Lo que quiero decir es que la unidad de los partidos puede resultar en un chiripero, o no bastar para derrotar al gobierno (Salas Römer y Rosales son un ejemplo) y menos para avanzar en un proyecto de país.
Los partidos (Manuel Felipe Sierra lo ha dicho con agudeza) son tan pequeños que sus propuestas y decisiones ya no son vinculantes como lo fueron antes: esa es justamente la dificultad de la actual ronda de acuerdos. Resulta que quien elige es el pueblo, que es como la hembra alfa a la que todos los machos grandes, pequeños, con votos y sin votos, quieren conquistar.

Que se unan veinte machos de diferentes tamaños y olores en torno a uno solo no decide a la hembra alfa a que se ayunte con éste. En realidad, depende casi todo de las cualidades del macho propuesto, pero no olvidemos que quien decide si llega a macho alfa no es el propio aspirante ni sus compadres, sino la hembra alfa. Véase una manada de hienas en Discovery Channel y se entenderá lo que digo.
Entonces, lo más interesante está en el medio, en ese gigantesco espacio que media entre los extremistras –llámense independientes, ni-ni o como usted quiera- que son los que ahora constituyen la nueva gran mayoría que espera un cambio. Ignoro qué clase de cambio, pero esa nueva gran mayorìa está cansada de la violencia, de la división, de la pugnacidad, de las exclusiones de parte y parte, y sobre todo de que minorías desquicidadas se abrogen la representación de los intereses y el destino de la nación.
Quizás por esto la recomendación a mis amigos candidatos sería que dejaran de hablar de candidatos unitarios que en el fondo dividen por su extemismo para hablar de candidatos que unen: en vez de apocalipsis si no se logra la unidad en torno a ellos (qué casualidad esta conclusión omnipresente en todas las entrevistas ¿no?), tratar de vislumbrar por qué los que menos tienen y son más frágiles conservan cierta esperanza, barruntar –pese a las tentaciones facilistas y a los aplausos de galería- que la ciudad de Caracas y muchas otras lo que desean es un pacificador(a), alguien que logre bajar los odios, candidatos con experiencia, credibilidad y honestidad a quienes respeten los bandos radicales.
¿Que esto último es imposible? No me parece: en realidad debe heber más gente así de lo que reconocen los pillos de siempre, los más bulleros que son los que siempre copan los espacios mediáticos. No estoy diciendo que debamos buscar una generación de ángeles para lograr una nueva mayoría para el cambio.

No hay ángeles en política: digo que los políticos inteligentes de este país –que los hay y muchos- no deberían dejarse tentar por los vistosos extremos y apostar a una visión de futuro, de país, que para funcionar necesariamente deberá ofrecer espacios tanto para los que apoyan al actual gobierno como para los que nunca lo apoyaron, tanto para los arrepentidos de izquierda como para los de derecha. Todos venimos manchados de nuestro pasado, porque era imposible en Venezuela los últimos 10 años no tomar posturas. De manera que no se está pidiendo virginidad sino rectificación.
Creo que un pueblo entero ha comenzado a rectificar, al ponerle límites a la ambición de los extremistas de ambos sectores, y que tranquilamente está esperando la oferta de candidatos para regir sus destinos municipales y estadales en los próximos años.

Ciertamente creo que esto va a redcefinir el futuro político del país a futuro, pero no se trata de una guerra revolucionaria ni de un apocalipsis político: viene una batalla electoral, una sustición en algunos casos, pero sobre todo un duro aprendizaje, que ya se vislumbró el 2 de Diciembre pasado. Es un aprendizaje para todos: para un gobierno que no estaba acostubrado a perder, para una oposición que no debe sobreestimar sus escasas victorias y para los observadores del centro que no se dejan apasionar por las corrientes extremistas.

Duro aprendizaje, repito, porque si hay algo difícil es aprender a ser democrático en medio de tanta tentación autoritaria –de parte y parte- y más aún en un país donde –todavía- los líderes subestiman a sus electores y no se han dado cuenta de que ella –la hembra alfa- ha crecido y es mucho más inteligetne y astuta que todos esos pobres machitos que a diario se exhiben en los medios de comunicación, y que tanto estressan sobre todo a las buenas conciencias de la clase media. Mientras, pese a la muerte tan cercana y cotidiana, el barrio celebra la vida y la esperanza. Es que estar vivo es la mayor razón para tener esperanzas. ¿Nos daremos cuenta de ello algún día?
oreyes10@gmail.com

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