Libertad!

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domingo, 18 de octubre de 2009

De la mesa a la calle



Por: Alonso Moleiro

Cierto: la sola constitución de la Mesa de la Unidad como comando de las fuerzas políticas y sociales de la oposición es, en si misma, un importante logro, difícil, incluso, de figurarse apenas el año pasado.
Los partidos de la oposición han comprendido que deben deponer sus diferencias e intereses parciales para empujar hacía el mismo lugar: en rigor, detener el camino a la barbarie que lleva la nación, y cambiar, con métodos pacíficos, el actual estado de cosas. No queda espacio para ninguna otro dilema en este momento.
No es poca cosa lo que se ha avanzado. El sólo hecho de tener un comando político con un diagnóstico y una hoja de ruta compartida es un logro.
Un logro, además, que está parado sobre el consenso: quedaron superados definitivamente los infelices experimentos, de, por ejemplo, 2002 y 2006, promovidos por ciertos marineros de agua dulce que pontificaban, presumiéndose muy sagaces, las bondades del ejercicio político más estéril de todos cuantos se conozcan: el abstencionismo.
Deben comprender, los dirigentes de la Mesa, los partidos que la integran, sin embargo, que la unidad o la elaboración de planchas no constituye un ejercicio técnico.
En cristiano: la Mesa tiene que salir a la calle; convocar; conectar con los amplísimos sectores de la sociedad desesperados por sacar al país de la calle ciega en la cual la he metido esta manga de fanáticos irresponsables que nos gobiernan.
Discutir nombres, inspirar proyectos, colocar una plataforma, promover un estado general de movilización del tamaño de la emergencia que tenemos planteada.
Los dirigentes de la Mesa de la Unidad no pueden secuestrar la enorme angustia que deambula en todos los sectores de la vida nacional y colocarlas al nivel de los minúsculos dilemas de las organizaciones políticas que la integran.
Vamos a estar claros: el país democrático entiende que quiere reconstruir la vida civilizada con un adecuado sistema de partidos, y, por eso, entre muchas otras razones, los pone por delante en la ecuación política planteada.
Lo que para todos tiene que estar claro es que ninguna de esas organizaciones tiene fuerza para imponerle condiciones a nadie. La conformación de planchas no puede ser un ejercicio meramente aritmético, sin inventiva, sin políticas en desplazamiento, reservado sólo a los funcionarios que tienen rato haciendo lobby en cada una de sus direcciones nacionales.
Los partidos juntos, todos, no le llegan ni a la mitad del universo total de eso que en Venezuela entendemos por oposición.
Las cartas están echadas. El Gobierno, debilitado, está adelantando sus jugadas. El dilema partidos-sociedad civil, como la diatriba sobre la plancha única, es absolutamente artificial. Partidos y sociedad civil, haciendo combustión, entendiendo cada una de sus parcelas sus límites, pueden hacer mucho para alcanzar una victoria parecida a la de 2007.
La sociedad civil no construirá ninguna política que valga la pena sin la asistencia de los partidos: tal circunstancia quedó evidenciada luego del aparatoso desastre del paro petrolero de 2002.
Los partidos políticos, solos, construirán una esquelética alianza desprovista de la masa que le pone sustancia al profundo descontento nacional.
Ha llegado la hora de sacar a la calle la discusión de planchas: ha llegado la hora de convocar. Ha llegado la hora de sacar la mesa a la calle.

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