Tiempo de Palabra
Momento estelar
Aunque esta columna está escrita antes de conocer los consensos opositores, algunas reflexiones caben. La oposición concurre hoy a primarias en 15 circuitos electorales, lo cual es una buena noticia. No hay primarias en el resto, lo cual no es tan buena noticia. La insólita presencia del CNE, contradictoria con la disidencia democrática, es mala noticia. Si los candidatos escogidos por el acuerdo de los partidos son representativos, será motivo de satisfacción; si los escogidos son fantásticos activistas pero que poco resuenan con el gentío que está allá afuera, es posible que no produzcan entusiasmo o generen desgana. Los codazos son naturales; el altruismo no siempre preside los hechos de la vida; los intereses grupales y particulares inmovilizan las mejores intenciones. La sabiduría convencional, no exenta de cierta necedad, sostiene que esos son los bueyes que se tienen y con ellos hay que arar; una suerte de consuelo tipo peor-es-nada. Tesis equivocada porque el descontento con lo que existe debería forzar no a la aceptación bovina sino a la transformación; no para mañana, sino para aquí, para ahora. Ya.
En todo caso, los partidos parecen vecinos a un acuerdo, salpimentado con figuras de la sociedad civil, entre las que descuellan varios presos políticos, y con el resultado de las primarias. Algunos problemas parecen no resueltos todavía y quién sabe si se resolverán.
Ese proceso de selección se enmarca dentro de una dinámica más amplia que es la de la disidencia democrática de la cual los partidos son parte integrante, pero de la que no son dueños. Si éstos así lo entienden se puede producir una articulación exitosa entre la sociedad civil y los partidos; si no, la disociación existente no hará sino profundizarse.
Los Partidos y el Chantaje. La única forma de tener partidos saludables es mediante su transformación y ésta no ocurrirá si no hay una crítica hacia sus limitaciones. Sin embargo, un tejido de intereses de las cúpulas de algunos partidos, ciertos grupos de las "fuerzas medio-vivas" y una visión rígida atribuyen la crítica a los partidos a un engendro que llaman la antipolítica.
Quien esto escribe formó parte, junto a muchos otros venezolanos que integraron la Comisión para la Reforma del Estado (Copre), del esfuerzo más consistente por reformar los partidos políticos. Se propuso su democratización radical, mecanismos más transparentes de financiamiento, primarias a todos los niveles, intensa formación de sus cuadros, contraloría interna y externa, entre otros elementos. Ese proceso tuvo un fuerte ingrediente crítico y, al mismo tiempo, propuestas concretas. Intelectuales y profesionales como Juan Carlos Rey, Manuel Rachadell, Joaquín Marta Sosa, Andrés Stambouli, Diego Urbaneja, Edgar Paredes Pisani, Humberto Njaim, Etanislao González y Julio César Fernández contribuyeron a forjar un cuerpo de ideas que después se convirtió en el programa de rehabilitación de los partidos. De tal manera que las pamplinas de quienes se desgañitan por la "antipolítica" al enfrentar a quienes critican a los partidos no tienen base, al menos en relación con quienes proponen su reforma. Esto para no hablar de otros intereses que pudieran estar de por medio en quienes quieren impedir la crítica.
El deterioro de los partidos es producto del autoritarismo interno, la asfixia de la democracia, el control burocrático por parte de un pequeño grupo, la ausencia de debate, la desaparición de los políticos-intelectuales, el electoralismo, las finanzas negras, la subordinación perruna a las encuestas y a los medios, y el sectarismo. Estos virus dañaron la democracia y contribuyeron decisivamente al advenimiento de Chávez. Casi todos los dirigentes más destacados de los partidos viejos y nuevos han sido expulsados, execrados o marginados de éstos. La casi totalidad de los partidos están manejados por el segundo o el tercer nivel. No constituye un relevo generacional ni intelectual sino burocrático. Hay excepciones.
Por estas razones los partidos están mal pero con una responsabilidad histórica enorme. Tienen el monopolio de las postulaciones electorales en términos constitucionales y legales. Están deteriorados, la población no apuesta por ellos y tienen muy escaso apoyo, pero no hay otros mecanismos para participar en las elecciones. Si hubiese sabiduría para cambiar, sería una oportunidad de reencuentro entre la sociedad civil y los partidos.
El Tubo. Una parte de los ciudadanos va a votar por esos partidos (en el caso de que haya elecciones) sean quienes sean los candidatos. No importa su nombre ni su rostro con tal de que sean la alternativa a los chavistas. Pero se equivocan con otro sector -cuya dimensión no se puede cuantificar- que sólo votará si logra entusiasmarse, para lo cual la combinación de método de escogencia, nombres, trayectorias, emoción y propuestas es imprescindible. Pensar que los disidentes están en un corral es grave equivocación. Así como hay chavistas que están hastiados de Chávez sin dejar de usar la franela roja, pero que van a votar contra sus candidatos, así hay opositores hartos de dirigentes que solo se ocupan de sí mismos y que no se la calan más, que no votarán arreados y que pueden preferir abstenerse. En las condiciones actuales la abstención no tiene filo, como sí lo tuvo en 2005 cuando se abstuvo 83% de los electores.
En este momento la abstención no depende de quienes llaman a abstenerse sino depende de quienes llaman a votar pero no ofrecen -hasta el sol de hoy (o de ayer)- candidaturas que generen esperanza y entusiasmo.
Momento Estelar. El régimen está en las vecindades del colapso por obra de su dinámica interna. Suele ocurrir en los autoritarismos que la concentración del poder es tan absoluta que, como hueco negro, no deja escapar ningún destello de diferencia ni amago de pensamiento alterno. Sobre todo si, como se sospecha, quien controla el poder ha comenzado un serio período de desvarío, desacierto y loquera.
La única posibilidad en la cual el caos puede drenar hacia una salida positiva es que haya centros gravitacionales en la otra acera que puedan canalizar (no monopolizar) el descontento. Si estos atractores no funcionan porque están ocupados en sus domesticidades, el caos puede resultar en un reforzamiento del autoritarismo. Recuérdese el 11 de abril: Chávez renunció por la protesta civil y la desobediencia militar; los atractores civiles y militares no tuvieron idea de qué hacer y la resultante fue que los mismos militares desobedientes llamaron al renunciado para que arreglara el desbarajuste. No fue una victoria del chavismo en la calle, que a esa hora estaba enconchado, sino una derrota de quienes se atragantaron de un poder que estaba en su etapa gaseosa. El amplio movimiento de descontento social requiere una dirección que hoy no existe.
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