Alejandro Pietri C.
Estoy despertando del duelo que aflige a la mayoría
democrática de este país. La tristeza y el desencanto dan lugar a la
indignación y a la perplejidad. Realmente creí estar preparado para afrontar
filosóficamente la situación. No fue posible. Tiene que haber habido una
esperanza muy profunda, una ciega e inconsciente convicción de que nunca podría
pasar lo que pasó; de que nunca quedaríamos a merced de un régimen patán,
corrupto y destructivo que pudiese autocomplacerse en el aplastamiento y la
eliminación de todas las normas, tradiciones y valores que estructuran los
sistemas y esquemas jurídicos, éticos, morales y culturales que dan vida a los
pueblos libres.
Tristemente, bajo la falsa égida de El Libertador, perdemos,
paradójica. pero lenta y sistemáticamente, la libertad
Hemos asistido a un proceso comicial pleno de vicios,
violaciones, ventajismo, amenazas, coacciones, abusos y corrupción, bajo la mirada
indiferente y cómplice de una directiva burocrática escénicamente electoral, de
proyectadas y ejecutadas metas autoritarias en el pasado que, como era de
suponer, fueron impuestas de nuevo a
favor de quienes la crearon y mantienen en vigencia.
En oportunidades anteriores he manifestado mi desacuerdo con
los actos de supuesta intención electoral que pudiesen liberarnos de la tiranía
por el hecho concreto de que el árbitro, así llamado eufemística y
oficialmente, es posesión absoluta del contrincante electoral, el régimen, y
que por lo tanto mal podríamos esperar de él la más insignificante neutralidad.
Sólo una gran ingenuidad, limítrofe con lo irracional, podría avalar, en este
caso, la esperanza de un mínimo de respeto democrático por la voluntad ciudadana.
No merecemos esto, aunque hayamos cumplido ya ocho años del
Revocatorio fraudulento del 2004 llevados por un discurso absurdo de olvidar el
fraude, de pasar la página como si nunca existió, de guardar silencio por un
absurdo temor de propiciar la abstención y no poder ocupar los espacios de
poder en el camino de la reconquista de la democracia. No lo merecemos por que
aún con las dudas, con la desconfianza arraigada en nuestros corazones, hicimos
tripas de ellos y como demócratas, o como ingenuos, o como ciegos, o como
absurdamente esperanzados, acudimos una y otra vez a unos comicios que
sabíamos, en nuestro interior, estaban arreglados. Arreglados al ganar o al
perder y siempre con diferencias útiles al poder de acuerdo al estado de las
cosas o de lo que dictara la prudencia de la tiranía, que se toma su tiempo
mientras hunde lentamente sus garras dentro de la población que manipula,
explota y empobrece.
Se me hace imposible tomar posiciones entre los
razonamientos de quienes aconsejan seguir en la misma forma, creciendo,
ocupando los espacios que, pienso, nos dejan, o de quienes consideran que el camino electoral
está cerrado desde hace años y que hay que tomar otros derroteros políticos más
razonables, pero siempre excluyentes del golpe o la violencia, o de otros,
desesperados, que se aferran a estos últimos.
Esperar nuevas y repetidas elecciones mientras se acaba con
los últimos vestigios de libertad, se arrasa con los derechos humanos, se
despoja a los ciudadanos de sus propiedades, de sus proyectos, de sus sueños,
mientras el miedo nos acalla, nos ciega o nos paraliza no es opción, como
tampoco lo son la violencia o el golpe con sus estelas de muerte y sufrimiento.
Los venezolanos debemos recuperar la confianza en nuestros
líderes y ellos, incentivarla. Esto solamente es posible sincerando las
situaciones, hablando con claridad y concreción, por que la democracia sin ello
no existe.
Es necesario vincular la posición de la dirigencia opositora
con los planteamientos y sentimientos de la ciudadanía democrática.
Las elecciones próximas de gobernadores exigen de una amplia
participación que peligra por la desconfianza. Es necesario exigir con dureza,
con fuerza,
- la revisión pública y publicación del Registro electoral de forma convincente,
- el conteo público inmediato al cierre de las votaciones, de todas las cajas de votación, paralelamente con el funcionamiento del sistema digital de votación legalmente establecido,
- la presencia de los medios de comunicación,
- la asistencia de verdaderos observadores electorales nacionales e internacionales,
- la ejecución, como en toda democracia respetable, de encuestas a boca de urna,
- la limitación del Plan República a acciones de vigilancia en las afueras de los centros y
- la garantía tangible y pública de los testigos de la alternativa democrática en todos los centros de votación del país.
Estas deben ser conditio
sine qua non para el reconocimiento de la legitimidad del acto electoral y,
por tanto, para la participación
ciudadana en él.
Capriles, el esforzado candidato, con todo el apoyo de mucho
más de ocho millones de votantes, debería convertirse en el abanderado de estas
reivindicaciones ciudadanas desde estos precisos momentos. Para luego es tarde.
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