Libertad!

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lunes, 8 de septiembre de 2008

Una mirada sociológica a la situación política

Heinz R. Sonntag

Los análisis de la situación política de Venezuela, incluidos el debilitamiento de su estructura institucional hasta su eventual destrucción y el relativamente alto aprecio de su Presidente, están siendo enfocados, la mayoría de las veces, desde los ángulos de la ciencia política, del derecho constitucional y del derecho político-administrativo. En lo que sigue se intentará agregar una perspectiva sociológica inspirada en Max Weber, uno de los más grandes sociólogos no solo de Alemania sino del mundo occidental, en la convicción de que podrá contribuir a una imagen más amplia.
“’Carisma’ significa una cualidad extra-cotidiana de una personalidad por la cual se la evalúa como dotada con fuerzas o características sobrenaturales o sobrehumanas o al menos extra-cotidianas, no asequibles a cada otro ser humano o como mandada por Dios o los dioses o ejemplar y por ende como ‘líder’.” (M. Weber) Esta definición ayuda a entender ciertos rasgos del teniente coronel (perdón: el Comandante en Jefe Militar [¡cuatro soles!] desde la – inconstitucional - ley de la FANB en el “paquetazo” del 31 de julio) y su relación con considerables segmentos de nuestra sociedad.
Un primer ejemplo es el hecho de que la gestión de nuestro Führer, de acuerdo con DATANALISIS, cuenta todavía con un 55.6 por ciento de aprobación positiva, frente a un 35.9 por ciento de rechazo, y que su proyecto del “socialismo del siglo XXI” es denegado por solamente el 50 por ciento y aceptado por el 43 por ciento (EL NACIONAL, 16/08/2008, P. Nación.3). Otras de sus obsesiones tienen valores negativos más marcados, como su lucha contra la propiedad privada, cuyo respeto exige el 82.7 por ciento de la población.
En otras palabras, se repite un fenómeno observado en otros regimenes liderados por un lider carismático y actualmente muy discutido por muchos analistas y políticos: ¿Cómo es posible que el desastroso gobierno de los últimos 10 años no ha repercutido más fuertemente en la apreciación de su Presidencia por la mitad de nuestros compatriotas? .
La mayoría de los que tratan de explicar esta contradicción con afirmaciones acerca de los vínculos emocionales de Chávez con los “pobres” y los “excluidos”, pese a que los primeros siguen siéndolo y los segundos también, como hace diez años atrás, se mantiene en un nivel superficial.
La definición de Weber permite una explicación más racional. Obviamente, el indudable carisma del ex-teniente coronel esta siendo percibido exactamente como señala Weber: él es evaluado como dotado de características “sobrenaturales y sobrehumanas no asequibles a cada otro ser humano”, es “mandado por Dios o los dioses”.
Segundo, al analizar, en el espíritu de Max Weber, la hegemonía que posee, surgen varias reflexiones. Una se refiere a como se valida el carisma. Escribe Weber: “Sobre la validez del carisma decide el reconocimiento por los dominados, nacido de y asegurado por la aceptación, originalmente del milagro, luego de y por la prueba de la praxis, de y por la libre entrega a la revelación, de y por el culto de la leyenda heroica y de y por la confianza en el líder.” Esto implica que es el pueblo como unidad, sin distinción de clases, estamentos, etnias y religiones, y mucho menos de intereses, el que valida el carisma. Implica igualmente que la dominación carismática no necesita de normas y reglas, ni muchos menos de elecciones de cualquier naturaleza, sino de la palabra y la orden del Führer. Un régimen carismático es, pues, esencialmente apolítico, no se basa en una Constitución y un sistema legal, es arbitrario y personalista por naturaleza. Chávez es un personaje carismático, por la forma en que intenta ejercer el poder: el “paquetazo” y antes la rechazada “reforma constitucional” reflejan esta autopercepción del liderazgo, al tiempo que el apoliticismo, disfrazado de una verborrea que no solo no comunica sino que impide el diálogo con el pueblo, se revela como otra característica de su régimen: como carismático es inherentemente autocrático y tendencialmente totalitario.
Tercero, el líder carismático no constituye una administración racional. No escoge sus allegados por sus meritos adquiridos en el ejercicio de funciones públicas ni por las capacidades y habilidades y los conocimientos que han podido aprender en instituciones en el país o en el exterior. Son más bien algo así como los “seguidores”, con el permiso de los teólogos: los apóstolos. Esto explica, por ejemplo, que Chávez ha cambiado 140 ministros en menos de diez años y que nombramientos de nuevos ministros han sido muy raros. Lo que cuenta, para decirlo con palabras de Weber, es “la característica carismática” de los que son elegidos, esto es: su disposición a la obediencia total y absolutamente acrítica al líder y su habilidad de actuar en la política cual “clon” del mismo. El resultado es, y en ello el Führer de aquí es igual a lideres carismáticos como Hitler, Stalin y Mao Ze Dong, que la administración publica no tiene ni lejanamente la eficiencia y eficacia de una burocracia y que sus “funcionarios” se empeñan, incluso competitivamente entre ellos, más en demostrar su inquebrantable lealtad al líder que en cumplir, aunque sea mínimamente, con sus tareas, para no hablar de desarrollar iniciativas para la sociedad. Estos sistemas funcionan bien para una sola cosa: la corrupción, ya que los allegados tienen el “poder de acceso” al líder y no están sometidos a ningún control. Seria, además, fascinante de comparar la realidad de semejante administración con la estructura y el funcionamiento de los aparatos militares, tanto los institucionales y formales del respectivo Estado como los que están juramentados exclusivamente al líder (como la SA y la SS de Hitler, la KGB de Stalin, el Servicio Secreto de Mao y la milicia de Chávez).
Sin embargo, Weber insiste en un fenómeno que puede destruir un régimen carismático, al canalizarlo a formas de dominación tradicionales o racionales. Lo llama “la cotidianización del carisma” del Führer, en nuestro caso “la lenta caída de la aprobación de la gestión del Presidente”. Esta puede acelerarse en y por la circunstancia de que “su liderazgo no produce bienestar para los dominados” (M. Weber). En nuestro caso, es obvio que “los dominados” están en vías de percibir cada vez más clara y masivamente que el liderazgo del ex-teniente coronel no ha producido bienestar para ellos y tiende crecientemente a crearlo menos. En otras palabras: los mensajes, las promesas y los proyectos no cumplidos refuerzan la cotidianización, al mismo tiempo que los actos que “los dominados” consideran como dañinos para su sociedad.
¿Cuáles son las conclusiones hacia el futuro, para empezar con las elecciones regionales del 23N? Como la cotidianizacion del carisma es causada, entre otras razones, por un desmejoramiento de las condiciones sociales, materiales e inmateriales, de la población, el Führer lo pierde, casi siempre lentamente. Esto implica que la disidencia, la oposición y la resistencia (la unidad DOR) tienen que (a) demostrar el vaciamiento de sus características “sobrenaturales”, (b) proponer liderazgos basados en su capacidad racional de invertir el desmejoramiento de las condiciones materiales e inmateriales y (c) elaborar leitmotivs concretos y propuestas practicas para un futuro de la sociedad que estén basados en una coherencia societal y no en la egotomanía del entonces ex-líder (y de sus adláteres).
Ergo y en concreto: Con el éxito de la unidad opositora se han creado condiciones para agudizar el vaciamiento del carisma y para diseñar y proponer medidas que conviertan la sociedad otra vez en una comunidad de ciudadanos libres e iguales. La realización de esta imagen de futuro es la tarea que comienza el día siguiente a las elecciones, aunque no hayamos “vencido” en las dimensiones que algunos esperan o sueñan Y la reconstrucción continuara durante un lapso de tiempo bastante largo.
Porque “El líder carismático sabe destruir, pero muy raras veces construye” (Mao Ze Dong).
heinzsonntag@gmail.com

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