Libertad!

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martes, 10 de noviembre de 2009

Tántalo en Cadivi

Paulina Gamus
Martes, 10 de noviembre de 2009
Los dioses griegos si es verdad que no tenían miramientos especiales con nadie, ni Zeus que era dios de dioses podía poner en práctica sus palancas o privilegios para exculpar a uno de sus descendientes. Así fue como Tántalo, que era uno de sus hijos, recibió un espantoso castigo por haber cometido crímenes aberrantes, entre ellos ordenar el asesinato de su hijo Pélope y la cocción de su cuerpo descuartizado para ser consumido en un banquete.
Otros dioses del Olimpo que asistían al sarao consideraron que a Tántalo se le había pasado la mano y decidieron condenarlo a la tortura eterna. Su castigo consistía en estar sumergido en un lago con el agua a la altura de la barbilla y bajo un árbol de ramas bajas repletas de frutas. Cada vez que Tántalo, desesperado por el hambre o la sed, intentaba tomar una fruta o beber agua, éstas se retiraban de su alcance. Y, como si fuera poco, sobre su cabeza pendía una inmensa roca que se movía en forma pendular y amenazaba con aplastarlo.
No es que dudemos de la vasta cultura que se exige a los candidatos a ocupar un cargo de ministro -o cualquiera otro- en el alto gobierno del comandante en jefe de los ejércitos y milicias socialistas. Pero, sin ánimo de ofender, no hemos observado inclinación en ninguno de ellos por la mitología griega. Para ser justos la vemos poco útil en el caso de funcionarios que deben rendir honores, complacer los caprichos y no despertar las iras del único dios reinante en ese Olimpo endógeno que es el palacio de Miraflores. Sin embargo, el de Tántalo es un caso tan mentado y es tan lugar común hablar del suplicio del susodicho, que algún conocedor de sus tormentos decidió aplicarlos a los aspirantes a obtener divisas americanas o euros, por la vía legal, en las oficinas de CADIVI (Comisión Administradora de Divisas) Ya sabemos que la ilegal queda reservada a los validos del régimen y a los portadores de maletines con ayudas para presidentes plegados a la revolución chavista.
Cuando los petrodólares inundaban las arcas del presidente, éste en un acto de magnanimidad extrema decidió que cualquier venezolano mayor de edad, con pasaporte y pasaje vigentes, podía obtener una asignación de 4.000 dólares por año para gastos en el extranjero con su tarjeta de crédito, 500 en efectivo para el mismo fin y 2.500 para compras por Internet. Un tiempo después el cupo para tarjetas se redujo a 2.500 y el de Internet a 400. Y desde hace un año, por razones que la banca privada atribuye a CADIVI y ésta a la banca privada, las tarjetas de crédito dejaron de funcionar en el exterior salvo en los casos de adquisición de medicinas, alimentos, gastos hospitalarios o de hotel y alquiler de vehículos. En pocas palabras, la idea es que se bajen de esa nube los que piensan comprar un par de zapatos o unos regalos para los nietos con los dólares de Chávez. Los viajeros venezolanos pasamos a ser una suerte de parias a quienes se nos cae la cara de vergüenza cada vez que alguien en el exterior ve el origen de la tarjeta de crédito y sonríe con mal disimulado desprecio.
Pero allí no termina la tortura: al llegar a cualquier puerto o aeropuerto internacional del país se debe llenar una declaración en la que se jura no haber gastado ni un penny más de 999 dólares. La pregunta sin respuesta hasta hoy es por qué si la asignación fue en un tiempo de 4.000 dólares y luego de 2.500, el beneficiario no puede gastarlos de una sola vez. Lo que se nos ocurre es que el Estado decidió transformarse en el papá y la mamá de cada uno de sus ciudadanos inmaduros y botarates para enseñarles las maravillas del ahorro. Se trata del mismo Estado (mejor dicho gobierno o mejor aún presidente) que después de haber engullido miles de billones de petrodólares, está a punto de desplumar al Banco Central de Venezuela.
En un interludio del suplicio in crescendo, se determinó que los aspirantes a recibir unas ya ilusorias divisas viajeras, debían llenar tres carpetas marrones con cuatro separadores blancos y en cada una de ellas colocar sendas copias de distintos documentos. Pero cuidadito si los ganchos de las carpetas no están colocados hacia abajo o si no se han numerado correctamente los folios o si no se escribe en las pestañas de los separadores el número de la solicitud. En fin, armar esas carpetas es como sentirse vigilado por la Gestapo y amenazado por la K.G.B
En vista de que la masa votante del chavismo continúa en un estado tal de pobreza que solo por un milagro puede viajar a las playas del litoral central o de Higuerote, los planificadores de Cadivi inspirados por la leyenda de Tántalo y asesorados quizá por torturadores de la dictadura militar argentina, han decidido apretar las tuercas para convertir la obtención de divisas en casi una sentencia condenatoria a cadena perpetua. Para conseguir una cantidad que aún nadie sabe a cuánto descenderá, el aspirante debe hacer una declaración jurada antes de salir del país y otra igualmente jurada al regresar. Si por casualidad el preacusado o sospechoso habitual se enferma, la línea aérea quiebra o los pilotos se declaran en huelga y aquel no vuelve al país en la fecha prevista y jurada, se le abre un juicio por fraude contra la nación además de anularle de por vida el acceso a un cupo de divisas.
No hay nada más cobarde y ruin que el sadismo de los poderosos, más aún cuando se lo envuelve en un manto de hipocresía para que se crea que está dirigido a velar por los intereses de la nación. ¿Para qué tanta burocracia, papeleo, amenazas y por consiguiente energías desperdiciadas? Basta con un decreto que diga que para obtener divisas viajeras hay que portar camisa y gorra rojas, llevar en el bolsillo una estampita con la imagen de Chávez, mostrar el carnet del PSUV y punto.
paugamus@intercable.net.ve

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