Libertad!

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jueves, 18 de febrero de 2010

El modelo perrito

TULIO HERNÁNDEZ

¿ En qué lugar del mundo democrático un jefe de Estado o de Gobierno le
daría órdenes públicamente a un alcalde electo por el voto directo y secreto
de los habitantes de un municipio? O, para decirlo con mayor propiedad, ¿qué
clase de alcalde, gobernador o, en general, de gobernante local
legítimamente electo, aceptaría sin chistar una orden del Presidente de la
República? Me temo que en muy pocos.

¿Alguien puede imaginarse, por ejemplo, a Rodríguez Zapatero, el presidente
de España, de visita en Barcelona ordenándole al alcalde de la ciudad algo
así como: "Jordi, quiero que me expropies el edificio de El Corte Inglés
porque siento que afea el entorno de la plaza Cataluña". O, con todo y su
leyenda autoritaria, a Álvaro Uribe, el presidente de Colombia, ordenándole
al alcalde de Bogotá que le entregue al Gobierno central la red de
bibliotecas construidas por Mockus y Peñaloza para albergar en ellos unos
centros cívicos de resistencia a la violencia guerrillera? Por supuesto que
no es imaginable.

Y, menos aún, que a la mañana siguiente, Jordi Hereu o Samuel Moreno, se
dediquen a pegar saltitos sudorosos para salir a cumplir como
perrito-obediente aquello que el presidente-amo ha ordenado el día anterior.

En nuestro país en cambio no es necesario imaginarlo.

En la Venezuela roja bolivariana del presente el método es un asunto de
cotidianidad.

El Presidente en su show dominical se presenta en la plaza Bolívar de
Caracas. Trae, como siempre, en la manga una decisión escandalosa de esas
que hacen salivar a sus seguidores. "A ver alcalde dice con su voz engolada,
qué cosa queda allá en aquel edifico". Y el alcalde del municipio
Libertador, apocado, con la aflautada voz de un Robin temeroso ante un
Batman enojado, replica, como quien nunca le ha levantado la voz a nadie:
"Creo que unos negocios de joyas, Presidente".

"Entonces alcalde responde el jefe militar me lo expropia, inmediatamente,
que ese edificio tiene un gran valor histórico ¡me lo expropia!". Y el
alcalde, pasitico, más Robin que nunca, responde: "Sí, mi Presidente, de
inmediato". "¡Me lo expropian!" ha dicho, como el caporal de hacienda frente
al toro: "¡Me lo capan!".

La escena es dura. Decimonónica. De comisario rural.

Profundamente lesiva tanto para la dignidad de los funcionarios como para la
continuidad de la democracia.

Porque el "robinato" del alcalde de Libertador no es una excepción. Es casi
la regla. Un modelo que a fuerza de carajear a sus segundos de abordo Hugo
Chávez ha logrado implantar. Lo llamaremos pedagógicamente "El modelo
perrito". El Presidente amo dice: "¡Sit!", y el alcalde (pero también puede
ser el gobernador) se sienta. "¡Échese!", y se echa.

"¡Arriba!", y el burgomaestre se levanta. "¡Una galletica!", y el animalito
mueve la colita y se imagina una de esas chinas con un papelito adentro que
puede ser "el vale por" una futura embajada o la reelección en el cargo.
Entonces, regresa a su escritorio, feliz porque el amo hoy no le ha pateado
frente a todos.

Todo esto está bien para una mascota, pero no para un funcionario público
que debería representar y defender la voluntad, las expectativas y las
opiniones de la comunidad de electores que le seleccionó para ejercer el
cargo y no los caprichos del jefe central. Estamos ante un asunto
constitucional. Las democracias avanzadas, y Venezuela, al menos en el
papel, ha intentado serlo, han optado por los procesos de elección directa
de alcaldes y gobernadores, entre otras razones, para impedir que los
gobiernos centrales interfieran autoritariamente en las decisiones autónomas
de las ciudades y las regiones.

A Hugo Chávez, lo sabemos, le repugna la palabra autonomía. Es algo que no
está dentro de su genética cuartelaria.

Le hubiese encantado gobernar cuando, bajo los gobiernos de AD y Copei, aún
no se había aprobado la Ley de Descentralizació n y Transferencia de
Competencias (1989) y los gobernadores y alcaldes eran decididos a dedo,
desde Caracas. Por suerte, todo cambió y desde 1989 es el pueblo libre el
que elige a sus gobiernos locales. Pero a Hugo Chávez ese avance le sabe
mal. Le resta poder. Lo hace un presidente no un mandón. Por eso el método
perrito. Por eso los domingos de focas. ¿Habrá alguna vez, como en la de
Orwell, una rebelión en la granja?

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