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Nadie puede hacer nuestro trabajo de unidad, debate y decisión. Decidámonos a saber más de nuestros problemas y a actuar activamente en consecuencia, obviando al gobierno, excepto para presionarlo en nuestro beneficio.
Lucy Gómez
Quienes han hablado hasta ahora de la estabilización inmediata del suministro eléctrico, dejaron de mencionar algunas realidades.
No es lo mismo enviar plantas eléctricas destinadas a iluminar grupos urbanos de menos de cincuenta mil habitantes, que intentar que funcionen en conurbaciones de más de dos millones de habitantes, unidas por autopistas de alta velocidad. Garantizar el suministro eléctrico a las redes industriales de Venezuela, significa prender fábricas que trabajan 24 por 24 , si se quiere que las suspensiones de turnos de trabajo y los despidos masivos del personal sean sólo un mal recuerdo.
No admitir que la desinversión destrozó el rendimiento del conjunto de plantas termoeléctricas que apoyaban la producción de energía hidroeléctrica del sur, no es sólo un problema de soberbia, sino un daño irreparable al desarrollo económico, porque no reconocerlo, impide dejar atrás las malas decisiones y recuperar esas plantas cuanto antes, en vez de buscar salidas alternas como la de los electrógenos, caras por lo ineficientes.
Creer que desintegrar el ritmo de producción industrial, el funcionamiento de los centros de estudio, desde escuelas primarias a universidades, el rendimiento de la energía en los hospitales y promover los fines de semana a oscuras y sin agua, no va a ser protestado por las comunidades venezolanas, es un mito . La eliminación de las protestas en Venezuela por las carencias cotidianas, pasa por una ola de represión de alto costo político para cualquier gobierno. Los turnos de racionamiento no deben ser decisiones arbitrarias, sino discutidas con los interesados.
No vale tampoco pensar que se puede hablar en nombre de los indígenas de este país, para obviar durante mucho tiempo más el debate sobre si nos son indispensables los sistemas hidroeléctricos del alto Caroní y del Alto Caura, para iluminarnos. Los indígenas del alto Caura y los ciudadanos de Maracaibo, o cualquier otra ciudad venezolana, tienen iguales derechos, como por ejemplo el de discutir por sí mismos el destino de sus vidas, sin que el gobierno se arrogue la representación de las comunidades del sur, como si no pudieran hablar por sí mismas. Es tan responsable de la miseria y el aislamiento asistencial de los indígenas del sur del Orinoco, como de los sufrimientos por los asquerosos servicios públicos de las poblaciones mas pobres del centro norte costero, sin que pueda escudarse en que eso viene "de la cuarta república".
La generación de energía por medio de grandes proyectos hidroeléctricos y termoeléctricos es la única que garantiza la conservación a niveles de 2002, de una cotidianidad aceptable para grandes masas de población trabajadora, que pueden llegar a ser 12 millones de personas en menos del 3 % de la superficie del país.
La decisión sobre el tipo de desarrollo energético en el que se invierte, cuáles sitios del territorio nacional deben ser atendidos primero, cómo hacer que los inmensos recursos hídricos del sur sean bien conservados para seguir disfrutando de la energía eléctrica en todo el país y garantizarlos derechos de todos , vivan donde vivan, debe ser tomada en conjunto. ¿Se quiere o no un desarrollo industrial generado desde la empresa privada? ¿Los indígenas del sur ¿deben vivir siempre tal y como están, intocados, a nombre de la defensa de su cultura ancestral? ¿Tenemos o no derecho el resto de los venezolanos de viajar a las reservas hídricas y forestales venezolanas de Guayana, o siempre seremos vistos como extraños?. ¿Hay manera de integrar el país, para entendernos mejor entre campesinos, mineros, conuqueros indígenas, obreros, funcionarios públicos, amas de casa citadinas, conservacionistas y científicos? ¿Cómo iniciar una campaña de integración nacional en vez de continuar en la de desintegración? El fracaso de las políticas energéticas del gobierno, es evidente después de decidir en este momento la inversión de mil millones de dólares en la reparación y compra de decenas de plantas eléctricas. El anuncio es la confesión del inmenso hueco que pretende llenar en pocos días.
A quiénes no somos gobierno nos queda una amarga tarea. Mentalizarnos en que la solución del problema eléctrico no será rápida, que nos quedan por sufrir días oscuros y largos y que a menos que tomemos en las manos la decisión de qué tipo de desarrollo queremos, en qué sitio y cómo queremos trabajar, estudiar y criar nuestras familias, nos terminarán imponiendo las visiones de los demás, trasnochadas, atrasadas y con intereses divergentes de los nuestros. Nadie puede hacer nuestro trabajo de unidad, debate y decisión. Decidámonos a saber más de nuestros problemas y a actuar activamente en consecuencia, obviando al gobierno, excepto para presionarlo en nuestro beneficio.
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