Alberto Rodríguez Barrera
"Pero la manera de combatir estos vicios tradicionales en el país, para quienes quieren combatirlo realmente y no desacreditar al régimen democrático, no es la de lanzar acusaciones indiscriminadas, vagas, sin nombres ni apellidos, sino publicar con todos los detalles posibles las gestiones dolosas de quienes no sean leales a la ética y a la pulcritud como funcionarios del Estado...” (Rómulo Betancourt)
Al cumplirse cuatro años del Gobierno de Coalición, el 13 de febrero de 1963, hace exactamente 47 años, los nostálgicos de la dictadura con su camarilla de áulicos y prevaricadores y los aspirantes a un régimen totalitario con su camarilla ansiosa por seguir la expedita vía tiránica del comunismo cubano, unidos y coincidiendo en sus fines absolutistas, concurriendo en el empeño de destruir el régimen representativo, fueron derrotados por el pueblo y las Fuerzas Armadas. Y convencidos de que no tenían apoyo, se lanzaron por la vía desorbitada del terrorismo. Conjuntamente con prófugos y hampones realizaron una serie de actos criminales, asaltando empresas y asesinando a funcionarios, evidenciando más debilidad que fortaleza.
El terrorismo es el arma de los desesperados desasistidos de apoyo popular. Firme y decidida fue la acción del gobierno frente a esa acción antivenezolana y criminal; muchos de sus integrantes estaban condenados a largos años de prisión; se había solicitado la ilegalización de los partidos extremistas y en los tribunales de justicia cursaban demandas para que les fuera suspendida la inmunidad a parlamentarios por sus comprobadas acciones delictivas. Habían perdido todo asidero y respaldo en la opinión popular, no tenían fuerza importante dentro del movimiento sindical obrero y campesino, y dentro de las universidades –que fueron por un tiempo su bastión- estaban reducidos a una minoría vociferante.
Lo mismo pasaba en otros países de América que recibían consignas, armas y dinero del comunismo operando desde Cuba, contra gobiernos electos y gobiernos dictatoriales por igual. Se trataba de un fenómeno de subversión, de sabotajes y de terrorismo de proyección continental, manipulado desde La Habana pero orientado desde Moscú y Pekín, dentro del cuadro de una guerra fría que el comunismo adelantaba en latinoamérica.
La actitud del pueblo de Venezuela fue difícil, nueva y enérgica. El asesinato a mansalva, el fuego destructor de propiedades que son fuentes de trabajo para los venezolanos, el sabotaje en campos petroleros y en vías de comunicación, eran extraños a la tradición de nuestro país. El venezolano siempre había enfrentado a los gobiernos a los cuales era hostil alardosamente y a pecho descubierto. Veían como cobarde y antivenezolano el asesinato de inocentes funcionarios, los incendios de almacenes, la colocación de bombas de tiempo en puentes de carreteras; observaba que eran elementos tarifados al servicio de gobiernos extranjeros. El gobierno cumplía con su deber: los apresados iban a la cárcel, las autoridades policiales tenían órdenes estrictas de disparar contra cualquier terrorista localizado in fraganti realizando acciones criminales, repudiaba –al igual que la colectividad- a las minorías criminales que atentaban contra la vida, la prosperidad y la tranquilidad de los venezolanos.
Paralelamente, se presentó por primera vez en muchos años un presupuesto cabalmente balanceado, se había rebajado en forma apreciable las deudas interna y externa, se pagaban empréstitos bancarios con ahorros en pagos de intereses, se construía un país echando los cimientos de infraestructura, dotándolo de vías de comunicación, de acueductos, cloacas, servicios eléctricos, de viviendas y, en síntesis, haciendo habitable a la nación para quienes la conformaban. Las cifras revelaban el esfuerzo hecho, continuado y firme, para que los venezolanos se sintieran miembros de una comunidad moderna y civilizada.
Entre 1959-62 fueron construidos 1.775 kilómetros de carreteras; pavimentadas y repavimentadas en 3.528 kilómetros; mejoradas en 4.013 kilómetros; 9.716 kilómetros en total. Se “desembotellaron” la zonas rurales poniéndolas en contacto con los centros urbanos con 4.146 kilómetros de carreteras de penetración agrícola y de caminos vecinales. Para 1964 estaría terminada totalmente la red de caminos carreteros en Venezuela, que sería de las mejores redes de América Latina. Se habían asentado ya 56 mil familias campesinas en 1 millón 533 mil hectáreas, con acueductos (casi millón y medio de metros de tuberías instaladas) y viviendas rurales.
Entre 1959-62 fue superior en 39,5% el valor de la producción industrial al que tuvo en el cuatrienio 1955-58. Esa política de industrialización se expresó no sólo en la elevación de los aranceles aduaneros para productos que podían ser elaborados en Venezuela, sino en préstamos a los industriales, con volúmenes sin precedentes en la historia del país. Igualmente indiscutible fue el avance en el sector agrícola y pecuario: impresionantes fueron los incrementos de toneladas en la producción de maíz, arroz, ajonjolí, algodón, caña de azúcar, tabaco y otros renglones; igualmente los créditos otorgados al sector empresarial y campesino.
En electrificación, en desarrollo de la producción de acero en la Siderúrgica de Matanzas y de energía eléctrica en el programa del Caroní; en la acción nacionalista y venezolanista de explotar una parte de nuestros recursos petrolíferos a través de la Corporación Venezolana de Petróleo (futura PDVSA), eran parte de los muchos logros. En materia de educación, nunca en este país y en latinoamérica se hizo más y en tan poco tiempo para llevar las luces de la enseñanza a todos los sectores de la población: de 751 mil alumnos inscritos en educación media en 1958, se pasó a 1 millón y 346 mil en 1962; en secundaria se pasó de 111 mil a 226 mil, de 6 mil profesores se pasó a 11 mil; en las universidades se pasó de 16 a 34 mil alumnos, y de profesores de 1.900 a 3.400; en los pedagógicos se pasó de 856 a 2.700 alumnos, y los profesores de 108 a 215.
Así como se acentuaba el interés por definir las líneas a seguir dentro de un régimen democrático constructivo, en un país que se esforzaba por salir del atraso y alcanzar el desarrollo mínimo en la segunda mitad del siglo 20, el Presidente Betancourt le aclaraba a los venezolanos lo que era su pedagogía cívica:
“Muchos millones de bolívares han sido administrados en estos años por el gobierno que presido. Y orgullosamente digo ante los venezolanos que los presupuestos estimados anualmente en miles de millones de bolívares han sido administrados por mí, por los ministros, por los presidentes y directores de institutos autónomos, con honradez. Ha surgido, dentro del sistema de libertad de prensa que existe en el país, una campaña de algún sector de periódicos en el sentido de que hay corrupción administrativa, aun cuando ese mismo sector de diarios y revistas reconoce que el Presidente de la República y los ministros del despacho ejecutivo no pueden ser acusados de manejo inmoral de los dineros del contribuyente y del patrimonio de los venezolanos. He procedido a solicitar del fiscal del ministerio público que haga citar por los tribunales ordinarios a los directores y responsables de esos periódicos para que concreten las acusaciones o indicios que tengan del tráfico de influencia, de porcentajes malhabidos; de enriquecimiento ilícito, en síntesis. No tendré vacilación de ninguna clase en pedir que la Policía Técnica Judicial investigue a cualquier funcionario que sea sospechoso de peculado. Los ministros que me han acompañado y los que me acompañan hoy saben que tengo acuñada una frase, muy venezolana y muy expresiva en materia de manejo incorrecto de los dineros públicos: la de que yo en ese sentido ‘no tengo preso amarrado’. Si algún empeño he tenido en mi vida pública es el de demostrar con mi propio ejemplo y con la intransigente manera con que vigilo la administración pública, que en Venezuela debe establecerse la norma de que ningún funcionario público se enriquezca ilícitamente a costa del fisco y del patrimonio nacional. Es posible, y no lo ignoro, que en sectores subalternos de la administración pública pueda persistir la oprobiosa costumbre del peculado. Pero la manera de combatir estos vicios tradicionales en el país, para quienes quieren combatirlo realmente y no desacreditar al régimen democrático, no es la de lanzar acusaciones indiscriminadas, vagas, sin nombres ni apellidos, sino publicar con todos los detalles posibles las gestiones dolosas de quienes no sean leales a la ética y a la pulcritud como funcionarios del Estado, o enviarme todos los datos y recaudos de que dispongan, en la seguridad de que no se quedarán archivados en Miraflores sino que inmediatamente serán enviados a la Contraloría General la República y a los organismos policiales de investigación”.
Para esta fecha se realizó un viaje a Estados Unidos por parte del Presidente de Venezuela para discutir con el Presidente Kennedy lo relacionado con las restricciones a la importación de petróleo y combustibles -producidos en Venezuela- dentro del mercado de Estados Unidos. El objetivo era lograr que para lo futuro ninguna proclamación del Presidente de los Estados Unidos pudiese ser hecha sin una adecuada y previa discusión con el Gobierno de Venezuela. Es igualmente interesante recordar las palabras pronunciadas en esa ocasión por el Presidente Betancourt:
“Se me invitó a ir a Washington en los días inmediatamente posteriores a mi elección como Presidente de los venezolanos, en la época en que era gobernante de ese país el general Eisenhower. Andaban en aquellos días circulando los rumores, de los cuales eran altavoces muy entusiastas los grupos comunistas que habían apoyado una candidatura distinta a la mía, en el sentido de que se produciría un contragolpe militar preventivo para impedirme el acceso a la Presidencia. Creyó el Departamento de Estado que con una visita mía a Norteamérica se fortalecería mi posición. La respuesta fue clara y tajante. Dije que tenía seguridad en que el pueblo que me había elegido me sostendría en el poder, y de que las Fuerzas Armadas de Venezuela acatarían y respaldarían, como acataron y respaldaron, el veredicto de las urnas electorales. Y agregué que un viaje mío a los Estados Unidos, antes de ceñirme la banda tricolor de Presidente, podría ser interpretado por algunos sectores como que iba a Washington a escuchar, aún cuando fueran discretas, insinuaciones acerca de los rumbos que debía imprimirle a mi gobierno. Los hechos me dieron la razón. El pueblo de Venezuela y sus Fuerzas Armadas han respaldado y respaldarán el gobierno hasta que concluya legalmente, en los primeros meses de 1964; y los venezolanos de todos los estratos sociales, con excepción de la pequeña minoría al servicio del ‘odio estratégico’ del eje Moscú-Pekín-La Habana, saben que voy a Estados Unidos a defender los intereses de Venezuela… En mi breve gira de diez días fuera de Venezuela estaré alentado en todo momento por la convicción de que la nación venezolana sabe que la representaré en el exterior con dignidad y sin desplantes, como Jefe de Estado de un país que, por su historia fascinante de ayer y por su conducta democrática de hoy, es admirado y respetado”.
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