Antonio Sánchez García
Salir de este régimen es un deber patriótico. O Venezuela se convertirá en un cementerio... Para eso se apropia de lo que necesita a los fines de arrinconarnos y terminar por convertirnos en desterrados y prisioneros en nuestra propia patria.
Quien crea que la insoluble crisis de electricidad – próxima al colapso – es obra de la incompetencia, la irresponsabilidad o la desidia, se equivoca de medio a medio. Un grave error de apreciación que ha llevado a que un importante sector de la oposición, hasta hoy mayoritario en su dirigencia partidista y por lo mismo responsable en gran medida de nuestro naufragio, haya creído desde hace 11 años que éste no era más que un “mal gobierno”, y no un proyecto estratégico del castro chavismo – el comunismo de barbas, alpargatas y paredón – para hacer tabula rasa de nuestro país, arrasar con sus instituciones políticas y su cultura material y espiritual, para retrotraernos a la edad de las cavernas y montar el único parapeto que legitima y traviste de histórica legitimidad al caudillismo vitalicio: el comunismo. Así nos está yendo.
Conscientes de que el nivel de comodidad y confort que acarrea el progreso, y con él el desarrollo material de la sociedad y la democracia que le es consustancial, con la elevación del nivel de vida de todos los ciudadanos y el amor a la libertad que promueven crean anticuerpos a los afanes totalitarios de los cavernícolas de ambiciones ilimitadas como los Stalin y los Mao, los Castro y los Chávez, no encuentran los dictadores otra política que el asalto a los países en vías de progreso para echar a andar su política de tierra arrasada y la conversión de los ciudadanos en ejércitos de menesterosos y la esclavitud de las mayorías. Un muerto de hambre piensa antes en el mendrugo de pan con que saciar su hambre que en el Congreso de la república o en la institución educativa que le eleve el espíritu. Por ello: liquidar la infraestructura, llevar a la quiebra a la industria y el comercio, liquidar los medios que garantizan la libertad de información y expresión, acorralar materialmente a los ciudadanos – enemigos por antonomasia del totalitarismo – reducirlos a una dieta de pan y agua, quitarles la luz y uniformarlos hasta que se conviertan en testigos del Supremo.
Ése ha sido, es y será el comunismo. Ese el futuro que nos espera a la vuelta de la esquina, si no nos alzamos como un solo hombre y le ponemos fin a esta siniestra avanzada del totalitarismo chavista. Sus ideólogos y fanáticos, sus sacerdotes y propagandistas pretenden defender la igualdad y el socialismo. Pamplinas. Defienden el derecho de una camarilla a aplastar a la mayoría e imponer una dictadura feroz bajo el mando de un hombre infinitamente más cruel y devastador que el general Pinochet o Fulgencio Batista. Un Hitler en miniatura, capaz de traicionar a su patria por su desaforada ambición de mando. Un analfabeta al que algunos comentaristas internacionales y editorialistas de los medios más importantes del mundo ya comienzan a considerar un auténtico oligofrénico. Un hombre que no tendrá escrúpulos a la hora de aterrorizar, secuestrar, asesinar y liquidar lo que se oponga a sus afanes dictatoriales.
De allí la crisis de la electricidad, de allí la crisis del agua, de allí la quiebra masiva de industrias. A la vista la obra de Ramiro Valdés: un decreto que penaliza y coarta el derecho a consumir la electricidad que necesitemos, imponiéndonos la disciplina del ahorro como si ya estuviéramos en una sociedad convertida en campo de concentración. Gracias a la crisis eléctrica, el dictador ha invadido nuestros hogares y nos impone la conciencia totalitaria del poder. Para eso compró la electricidad de Caracas: para privarnos de ella. Para eso compró la Cantv, para privarnos del uso del teléfono. Para eso se apropia de lo que necesita a los fines de arrinconarnos y terminar por convertirnos en desterrados y prisioneros en nuestra propia patria.
Salir de este régimen es un deber patriótico. O Venezuela se convertirá en un cementerio.
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