Libertad!

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viernes, 12 de febrero de 2010

CANAS, ARRUGAS Y TORMENTOS

Pedro Lastra

No se traiciona el juramento a la bandera y el deber de patria, sagrada obligación castrense, sin esperar el rencor y la ira de los hermanos de uniforme. Por lo tanto, ¿en quién confiar? ¿En qué general o teniente coronel depositar una auténtica confianza, si se les conmina a la traición, al desprecio, a la cárcel a perpetuidad?



Se comenta en predios opositores la orden impartida por el comandante Reyes Reyes al chavismo duro y muy en particular al blando –alebrestado y midiendo la talanquera por causa de los mismos problemas que afectan a los opositores – de enfrentar al monarca mirándolo estricta y solamente de las cejas hacia abajo. No alzar la vista más allá de sus ojos, so pena de prisión y destierro, pues el supremo se encuentra irritado al máximo por quienes se andan burlando de su pelo pintado.

¿Cómo – se preguntan los seguidores del caudillo – habría de pintarse el cabello todo un jefe revolucionario? ¿Dónde queda el tío Ho, con sus venerables canas? ¿Alguien ha visto alguna vez a Fidel Castro en manos de la tintorería? ¿Qué mejor ejemplo que Ramirito Valdés, cano hasta en sus entrañas?

Los más osados llegan a compararlo a Carlos Andrés Pérez, cuyo pelo cobrizo, obra de la alquimia seudo rejuvenecedora de Revlon o Scharzkopf, dio pábulo a la creación de ASOPEPÍN, engendro de la furibunda imaginación del padre del Camaleón, nuestro queridísimo Graterolacho: la afamada ASOCIACIÓN DE PELOS PINTADOS, ASOPEPÍN. En el que militaba lo más graneado de la “quinta” de la Cuarta, ya septuagenaria y próxima al bastón, sin soltar por ello el coroto.

De moda las telenovelas en que viejitos verdes teñidos hasta en sus partes pudendas se agarraban de tremendas morenas o catirotas veinteañeras para animar el artefacto – no existía el Viagra ni gobernaba en Argentina la reina del Cerdo, la calentona Cristina Kirchner (Bayly dixit) – teñirse el pelo era obligación política. Así quien mirara a los miembros de ASOPEPÍN a las entradas, leves o pronunciadas, de la frente, constatara raíces traicioneras.

A esa experiencia recurre Reyes Reyes, guardián de la supuesta juventud del que más mea. Así comience a estropeársele el artilugio. Chávez, señoras y señores, envejece irremediablemente y a juzgar por el gesto del índice con que descorre de su frente las perlas de sudor que suelen atormentarlo durante la emisión de Aló Ciudadano – a pesar de los aires acondicionados portátiles – no es como su Gran Maestro Juan Domingo Perón, de quien sus adoradores exclamaban admirados: “¡Ché, pero si Perón no suda!”. Otro que recurrió al arte de expertas peluqueras, pues la edad lo agarró por las sienes.

Gordo y de papada, ya caídos sus belfos, arrugado y canoso, no se requiere de gran imaginación para ver a Cronos asaltándolo por las espaldas. Se nos envejece el caudillo, a pesar de su relativamente corta edad. Once años de desafueros, trácalas y tropelías, de traiciones y saltos al vacío dejan huella. No se toma por asalto a un pueblo de buena voluntad sin tener que pasar por la taquilla del tiempo a pagar las facturas.

Y si arrugas y canas expresan el deterioro externo, no hablemos del interno, el del alma, cada día más constreñida y estrujada por los temores del futuro. Tener que vivir pegado al teléfono esperando las instrucciones del Agónico y deber arrodillarse ante el procónsul para saber a qué atenerse, lo debe tener trepando por las paredes. No se traiciona el juramento a la bandera y el deber de patria, sagrada obligación castrense, sin esperar el rencor y la ira de los hermanos de uniforme. Por lo tanto, ¿en quién confiar? ¿En qué general o teniente coronel depositar una auténtica confianza, si se les conmina a la traición, al desprecio, a la cárcel a perpetuidad? Por allí ronda el Estatuto de Roma, afilando sus guadañas.

Contrariamente a quienes le envidian tanto poder, cada vez más frágil y quebradizo, yo no le alquilo las ganancias. Podrá cortarnos la luz y el agua. Al final le espera el despeñadero. Cada día más próximo, cada día más cercano.

Puerta del Infierno de Dante

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