Libertad!

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viernes, 26 de febrero de 2010

EL PRESIDENTE BETANCOURT Y LA OEA

Alberto Rodríguez Barrera

Rómulo abogó “para una coordinación de esfuerzos entre Estados Unidos y la América Latina, orientados hacia el logro de un entendimiento político firme entre ambas Américas y una cooperación encaminada a la eliminación progresiva de los déficits que en todas las áreas de la actividad social y cultural acusan los pueblos latinoamericanos”.

El 20 de febrero de 1963, Rómulo Betancourt habló por segunda vez en el recinto de la Organización de Estados Americanos (OEA). La primera fue en 1948, en días inmediatamente posteriores a la entrega que hizo del poder presidencial en Venezuela a don Rómulo Gallegos, cuando estaban muy recientes los días en que se realizó en Bogotá la IX Conferencia Interamericana, la cual dotó a la OEA lo que puede calificarse como su Carta Constitucional. Después de ello sobrevino la etapa sombría de la década de los 50, cuando uno detrás de otro fueron siendo sustituidos los gobiernos nacidos de comicios por regímenes de fuerza autoelectos.

Los principios normativos de la Carta de Bogotá fueron olvidados en nombre de la tesis suicida de que los gobiernos de facto proclamaban un anticomunismo en tono de do mayor. La década del 50 fue una mala hora desde el punto de vista de eficacia y vigencia del sistema interamericano, plasmado y concretado en la Carta de Bogotá. En esa Carta, que Betancourt contribuyó a articular como jefe de la delegación venezolana a la IX Conferencia del Sistema Regional, se estableció que sólo podían formar parte del sistema los gobiernos que hubieran resultado de consultas libremente realizadas, mediante el sufragio universal, secreto y directo del electorado. Esa tesis básica fue desechada mediante arbitrios inexcusables para reconocer y tolerar, y hasta apoyar, a gobiernos autolectos. No se discutió el temario referente al reconocimiento a gobiernos de facto, como tampoco se hizo en la Conferencia Interamericana realizada en Venezuela en 1953.

Aun para 1963 no existía una norma jurídica interamericana que obligase y comprometiese a todos los gobiernos del continente en lo relativo a reconocimiento o no de los gobiernos de facto. En esto, el gobierno de Betancourt tenía una posición muy definida y clara. Rómulo veía como incomprensible que se hubiese pospuesto por tantos años la celebración de la XI Conferencia Interamericana, y exigió que se realizase para discutir la actitud por asumir, por parte de los gobiernos de América, frente a las subversiones de izquierda y de derecha, comunistas o caudillistas. Sin embargo, consideró y manifestó que el Gobierno de Venezuela estaba prestándole un servicio a la democracia de América al sostener y practicar la tesis del no reconocimiento a los gobiernos de facto que sean producto del derrocamiento de regímenes nacidos de la libre expresión de los votos. Se trataba de una posición principista, seria y razonada.

La experiencia histórica demostraba que si los países de América Latina no habían podido tramontar sus dificultades económicas y sociales era porque en los más de ellos el asalto por la fuerza del poder había impedido la continuidad constructiva de los gobiernos representativos. Los gobiernos de fuerza, surgidos de la irrupción del hombre armado contra los gobiernos nacidos del voto, razonaba Betancourt, habían sido caldo de cultivo para la incubación de los movimientos de extrema izquierda comunista. Era una experiencia constante en América Latina que estos gobiernos centraban su persecución y su saña contra movimientos políticos auténticamente democráticos y liberales, y que adoptaban una actitud de tolerancia y aun de colaboración con los movimientos de extrema izquierda.

Arguyó Betancourt que el balance de la década de los 50 demostró que ahí donde gobernaron déspotas o dictadores supuestamente anticomunistas, se desarrollaron y proliferaron, al amparo de una simbiosis entre extrema izquierda y despotismo, los movimientos antiamericanos que tenían su norte y guía en las consignas enviadas desde Moscú. Rómulo planteó que la actitud deseada y anhelada por los pueblos americanos era negar el reconocimiento y establecer un cordón profiláctico en torno a los gobiernos golpistas, ya que tal actitud fortalecería a la comunidad interamericana.

Se refería Rómulo, ante el establecimiento de una cabecera de puente soviético en la Cuba comunista, que tal actitud condenatoria otorgaría mayor autoridad moral, mayor respaldo militante de nuestros pueblos, que estaban animados todos de una insobornable y profunda vocación de libertad para combatir el bajalato sovietizante de Cuba, “cuando hayan desaparecido del continente las viejas dictaduras personalistas y rapaces, que utilizan el poder para el enriquecimiento ilícito de hombres de presa y de camarillas que son consufructuarias de las ventajas ilícitas obtenibles del gobierno usurpado”. Para Rómulo la única fuente legítima del poder era el voto, donde se respetasen los derechos humanos, la pluralidad de partidos, la garantía de libertades fundamentales, políticas y civiles, del hombre y del ciudadano.

De la misma manera, el Presidente Betancourt confrontó la situación económica y social de América, donde coexistían Norteamérica y América Latina, conviviendo naciones de extraordinario desarrollo industrial y “una espléndida potencialidad económica, con 200 millones de hombres y mujeres, quienes forman lo que pudiéramos llamar la región proletaria, subdesarrollada y pobre del continente”. Afirmó que tal abismo no podía subsistir y abogó “para una coordinación de esfuerzos entre Estados Unidos y la América Latina, orientados hacia el logro de un entendimiento político firme entre ambas Américas y una cooperación encaminada a la eliminación progresiva de los déficits que en todas las áreas de la actividad social y cultural acusan los pueblos latinoamericanos”.

A la aplicación del programa “Alianza para el Progreso” le exigió la premisa básica de que los precios de las materias primas que los países de América Latina exportaban a Estados Unidos y a la Europa Occidental fuesen precios estabilizados y remunerativos, ajenos a “un don misericordioso, y más como un trabajo en equipo de estadounidenses y latinoamericanos para enfrentar y solucionar problemas que nos eran comunes”. Agregó Rómulo:

“Tengo fe en los destinos de esta organización regional, que con modestos esfuerzos contribuí a crear… en 1948. Pienso que las ideas realistas y justas tienen su propia dinámica, y se abren camino. Y como concepciones apreciadas en un determinado momento como heréticas, llegan a adquirir el sentido de ortodoxia. En 1948 sostuve y sostuvimos algunos latinoamericanos en la Conferencia de Bogotá criterios que en ese momento parecían delirantes, pero justificados por hechos históricos posteriores. Sostuvimos que la América Latina, si no se estabilizaban en ella las instituciones democráticas y si no se atendía su desarrollo económico y social, era un subcontinente expuesto a la infiltración soviética. Eso se dijo y se afirmó muchos años antes de que sucediera lo que ahora en Cuba sucede. En aquella época los ojos de Estados Unidos estaban vueltos hacia Europa y Asia. La América Latina era apenas un diseño desdibujado de los mapas geopolíticos… Pero no es cuestión ahora de hacer un recuento con intención negativa de los errores de ayer, sino de afirmar lo positivo que pueda hacerse hoy y mañana… Para esa lucha, el pueblo y el Gobierno de Venezuela han aportado y seguirán aportando su continuado y decidido esfuerzo… Estas ideas que he expuesto aquí tienen concordancia con las que expuse un día de abril de 1948, día que hablé en la sesión plenaria de la IX Conferencia Interamericana de Bogotá, con las que dije, por designación de mis colegas, en el acto de clausura de esa misma conferencia interamericana. Con las que pronuncié en este mismo recinto por invitación del Consejo Directivo de la OEA a fines del año 1948, entonces como ex Presidente de Venezuela. Fueron palabras ratificadas en diez años de exilio y luego instrumentadas, hasta donde ha sido posible dentro de un modesto y limitado radio de acción, como Presidente de los venezolanos… Estas ideas si no son todas aplicables tienen por lo menos la virtud de haber sido la expresión de un pensamiento consecuente, elaborado y sostenido con ánimo de acertar y con sincera y profunda vocación americanista”.

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