Libertad!

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viernes, 11 de junio de 2010

Milagros Socorro

Tres rosas blancas

06/06/2010

La alacena de Venezuela proviene de los puertos. Los productos agrícolas se cosechan en los buques trasatlánticos que atracan en los muelles locales. Y de la misma fuente provienen los insumos para todo lo que se consume en el país. Pero no sólo la producción nacional de bienes y servicios ha sido sustituida por encargos al extranjero. El trapiche de las instituciones, única labor en la que el régimen es eficiente, nos ha llevado a una justicia de puertos. Cansados de esperar protección frente a los agresores, los ciudadanos se ven obligados a comparecer ante organismos internacionales para que se les reconozcan sus derechos y se les provea de alguna protección frente a sus verdugos, por lo general, el propio Estado venezolano, convertido en perseguidor de los débiles.

El martes 27 de mayo, el país vio por televisión el trato brutal al que se sometió a las enfermeras de la Maternidad Concepción Palacios que protestaban por el incumplimiento de sus reivindicaciones laborales, por las faltas de respeto a las que son sometidas, según decían, por parte de la directora de la maternidad, Antonieta Caporales, quien las trata de "limpiapisos" y les dice que son desecho. Había, además, un clima de descontento y reproche porque el sábado anterior el Presidente de la República se había prestado para asistir a la supuesta inauguración del anexo Negra Matea, que, según la propaganda oficial, "convertía la Maternidad Concepción Palacios en el centro hospitalario más avanzado del país", y en realidad fue una operación de parapeteo de lo que ya había. Los trabajadores revelaron que la charada de inauguración se hizo no sólo con fisuras en las tuberías, sino con pacientes llevadas como extras para que figuraran en el show.

También se supo, con detalles aterradores, que las enfermeras que protestaban fueron reducidas violentamente por Policaracas, que acudió al llamado de la directora de la maternidad. Un video documentó la acción del fiscal del Ministerio Público, Regino Antonio Cova Rojas, quien presuntamente usó gas paralizante para someter a las manifestantes.

Dos días después, el jueves 27 de mayo, leímos la crónica de Lissette Cardona, en este diario, donde la periodista narra cómo se reprimió a las enfermeras. Las arrastraron, las sacaron a golpes. A tres de ellas, dirigentes sindicales, las detuvieron en la sede de Policaracas en la Cota 905. Las golpearon, cosa que evidenciaban los moretones. El sábado 29, en siguiente entrega, Lissette recoge el testimonio de las enfermeras.

Entonces nos enteramos de que las habían retenido por 48 horas, sin acceso a abogados defensores, imputadas de incitación a la violencia, destrozos a la maternidad, agresión a la directora y resistencia a la autoridad. Las llevaron a un galpón donde "la Policía de Caracas deposita la mercancía que decomisa a los buhoneros". Y, como ya va siendo el paisaje natural de Venezuela, había alimentos en descomposición y sus connaturales ratas y alimañas.

Lissette Cardona le contó al país que las trabajadoras llevadas a rastras por las fuerzas policiales fueron amenazadas por una comisaria con recluirlas con 40 delincuentes.

Que tuvieron que soportar el griterío de los reclusos cuando las obligaron a caminar entre ellos. Por cierto, la nota dice que Laura Vaamonde, la enfermera jubilada y dirigente sindical de la que tuvimos noticia cuando fue despedida de la maternidad por denunciar la muerte de neonatos en número inexplicable, abrazó a sus compañeras, más jóvenes que ella, al tiempo que conminaba a los presos a respetar a unas señoras, que además eran enfermeras de la maternidad. Una lección de orgullo por el trabajo y de dignidad de mujer.

Eso lo sabemos todos. Al menos, quien está despierto y ve lo que ocurre en Venezuela.

Las únicas que lo ignoran son las mujeres que ejercen la jefatura del Distrito Metropolitano de Caracas; la Fiscalía General de la República, jefas de los agresores; la ministra de la Mujer, la defensora de la mujer y la defensora del pueblo.

Estas funcionarias han guardado un silencio cómplice. Se han desentendido de los atropellos e injusticias de que han sido objetos las enfermeras de la maternidad y, en particular, las tres líderes No ha quedado, pues, sino buscar justicia en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, porque las autoridades de la "revolución" antitrabajadores se han sumado a la flagrante violación de la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.

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