Libertad!

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jueves, 2 de septiembre de 2010

El “Zeitgeist” y la desambiguación

Teódulo López Meléndez

El objeto esencial del litigio político es la existencia misma de la política.
Ranciere

Es difícil encontrar una palabra alemana que se haya introducido con tal éxito en el léxico de las ciencias sociales como ‘zeitgeist”. Ciertamente se le han dado muchos contenidos, pero quizás con lo que más se le identifique es con el concepto hegeliano de la historia. Nosotros la vamos a utilizar aquí en su sentido literal, esto es, como una referencia al “espíritu del tiempo”, como el clima cultural e intelectual de una época.

Este que nos toca a los venezolanos es uno de arbitrariedad contra el adversario al que se endilga como enemigo. Es natural que así sea. El juego político permite la identificación del otro, mientras para el extremismo populista-marxista la política no es otra cosa que la configuración simbólica perteneciente a una formación social específica, esto es, al capitalismo. En consecuencia no puede haber política, sólo la aniquilación del adversario. Gramsci la pensaba diferente y sostenía que para hacer de las contradicciones sociales un verdadero antagonismo había que politizarlo, esto es, colocarlo en un régimen de discurso y en un dispositivo institucional específico. Lo que no recuerdo en el pensador italiano es como llevar este sistema de acciones cuando se ejerce el poder desde el populismo. O tal vez desde la aplicación de lo que Foucault llama biopolítica, que vendría a ser como la regulación de la población mediante el impacto del poder hasta en las cosas más nimias de la vida.

Saliendo un poco del contexto conceptual podríamos argüir que mientras más omnímoda resulta la dominación más fácil la resistencia. Sólo que esta implica sacrificios, por lo que se recurrió –en este país nuestro- a la tesis de mantenerlo en los espacios democráticos, aunque fueren de apariencia. De allí la carencia de política que percibimos en este “zeitgeist” venezolano, una que no consiste meramente en la vacuidad de una campaña electoral, sino que se extiende hasta el peligroso terreno de la falta de política.

Es menester desambiguar el término. Desde el poder no se está haciendo política, este tipo de poder –ya lo vimos más arriba- no la concibe. Quienes teóricamente se le oponen no la logran entender como una especificidad de acción. Frente a un poder de este tipo la política sólo puede venir de un sujeto que lo sea y que la haga como una ruptura específica. Plantear un supuesto regreso a la democracia no es una ruptura. Esta comenzaría por imponer una batalla política, porque si se mantiene en un territorio evanescente la política se hace innecesaria y el régimen opresor habrá ganado la totalidad de la batalla.

La política no puede permanecer en el sector sombra del proceso histórico-social. Es esencial a su existencia la visibilidad y hacer del disenso una modalidad específica de “su” ser, lo que significa plantear cara al poder con política o la construcción ideática de una sustitución mediante una oferta concreta de ruptura entre el aparato del Estado que se alza omnímodo y alega ser la construcción de algo (en este caso del mal llamado socialismo del siglo XXI), por una parte, y del estado de lo social que debe estar en ebullición reclamando esa sustitución desde un aparataje conceptual.

El populismo –tengámoslo absolutamente claro- es un gran negador de la política, dado que el caudillo que lo encarna, o lo que es lo mismo, el héroe, es el único que se identifica con el pueblo, lo absorbe y se hace él. Y como el ejercicio político produce tensiones hacia los cambios, el caudillo se mantendrá eternamente en su discurso fijo de que está acabando con los poderosos, lo que, argüirá, es más que suficiente para que el futuro entre por la puerta de la nación que desgobierna. De esta manera, el cielo será para los buenos y el infierno para quienes se le opongan, es decir, los malos. Hermet lo llamó un “apartheid inscrito en los corazones.”
Una estrategia correcta de combate sería dejar claro que las élites no monopolizan el poder, que no son dueños de los candidatos, que las instituciones no son de su propiedad privada y sólo sirven para preservar privilegios. Cuando se hace lo contrario el poder populista se consolida y la política –obviamente- vuelve a brillar por su ausencia.
Para mí la construcción imaginaria de un nosotros –y la perspectiva cierta de su realización- es la clave, pero no es este el “zeitgeist” o el espíritu de este tiempo. De allí viene la confusión, la ambigüedad, la reducción a términos inexactos. Hay que recurrir a un proceso de desambiguación de esta triste historia.
teodulolopezm@yahoo.com

1 comentario:

Froid dijo...

www.zeitgeistvenezuela.com

Interesante articulo, puede revisar los videos disponibles en esa página.