Hemos dedicado varias columnas en este espacio al tema de la delincuencia, a las policías, al sistema de justicia que muchas veces no sanciona, que libera a delincuentes (incluso atrapados en flagrancia) y consagra la impunidad. Esta vez queremos abordar el problema desde el punto de vista de la violencia
Sin pretender ser sociólogo pero con la experiencia que hemos adquirido como gobernante local, mediante una simple historia queremos revelar hasta qué punto estamos contagiados de este cáncer. Nos hemos convertido en una sociedad de violentos. Hace dos años en un recorrido por el sector La Esmeralda del barrio Ojo de Agua, tradicionalmente uno de los barrios más peligrosos y violentos de Baruta, nos topamos con un espacio que había sido respetado por sus habitantes sobre el cual nadie había construido. Era una explanada donde los jóvenes organizaban diversas caimaneras de futbolito, con arquerías improvisadas de tubos por ellos mismo soldadas. Cada vez que llovía, se formaba un lodazal. Aun así, salían los muchachos a jugar. El año pasado incluimos en el presupuesto los recursos para transformar ese espacio. Se construyó una cancha de usos múltiples y un parque infantil moderno, con columpios, puentes colgantes y tobogán. La pintura de piso de la cancha tardó un poco pues las lluvias intensas impedían realizarla. Al fin tuvimos 3 días seguidos de sol y se terminó.
El 21 de diciembre pasado, en un acto sencillo y sin publicidad, se entregó a la comunidad la cancha y las instalaciones infantiles. Se comprometieron a cuidarlas.
El 12 de enero de este año volvimos a ver cómo estaba la comunidad disfrutando de las instalaciones. La sorpresa fue muy triste: los aparatos infantiles habían sido destruidos en su gran mayoría; un grupo de adolescentes del sector habían tomado palos y bates y, como diversión, le habían dado con todas sus fuerzas repetidas veces a los columpios, el puente y demás artefactos instalados. Los más chiquitos vieron aquello llorando y fueron retirados por sus madres del sitio. La destrucción no terminó allí. Al piso de la cancha le habían caído a tubazos causándole diversas roturas; las paredes laterales habían sido grafiteadas y algunos se habían colgado de uno de los aros de básquet desprendiéndolo. Al preguntar a los vecinos por qué no nos habían denunciado estos hechos, la respuesta, luego de un silencio culposo, fue que son muchachos del sector, hijos de vecinos. ¿Cómo iban a denunciarlos?
Con indignación emprendimos en paralelo dos acciones. La primera, evidente, fue la reparación de los daños causados por los jóvenes violentos. Pero ese ciclo había que revertirlo. Reparar para que volvieran a destruirlo todo no tenía sentido. La segunda acción debía ser generar en la comunidad sentido de pertenencia. Esas instalaciones no son ni del alcalde ni de la alcaldía; pertenecen a los habitantes de Ojo de Agua. No habíamos creado en la comunidad ese sentido de pertenencia del espacio público.
Uno de nuestros inspectores jefes de Polibaruta se ofreció voluntariamente para organizar a la comunidad, especialmente a los jóvenes entre 12 y 16 años. Con el apoyo de otras direcciones se comenzó un trabajo de hormiguita, reclutando jóvenes y formando equipos. Entrenadores, voluntarios y personal de diversas disciplinas comenzaron el proceso. El pasado fin de semana, 4 meses después, 120 jóvenes de la zona iniciaron su campeonato de futbolito que involucra equipos de todos los sectores. Estamos seguros que el programa seguirá creciendo y estamos reclutando más voluntarios para extenderlo a todas las zonas del municipio. La clave estuvo en hacerlos sentir importantes, que supieran que esa cancha les pertenece, que lo propio se cuida y se conserva. Les explicamos que los recursos son limitados y que, de volverla a destruir, no podría la municipalidad repararla de nuevo. La actitud cambió diametralmente en corto tiempo.
Esto demuestra que mucha de la violencia juvenil, que luego engendra peligrosos delincuentes, es causada por un hondo sentimiento de abandono en gran parte de nuestra juventud y que produce desarraigo y falta de esperanza en progresar. El joven no avizora un futuro mejor. Valores fundamentales como el respeto a la vida, a lo ajeno, el estudio y el trabajo como caminos de superación están en muy grave crisis.
Pese a que hay muchos grupos que trabajan estos temas de la violencia, incluyendo algunas municipalidades e instituciones del Estado, es necesario que esta sea una política nacional firme y constante, no politizada. ¡Por una Venezuela sin violencia!
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