La Revolución.
En 1987 Carlos Rangel (en “Post Scriptum,” epílogo a la segunda edición en inglés de “Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario” – traducido y reimpreso en “Marx y Los Socialismos Reales y Otros Ensayos," 1988), hizo un llamado a la revolución.
Decía que hacía falta un cambio de tal magnitud en la mentalidad y política de los países latinoamericanos que ese era el término adecuado a utilizar. Un cambio en la mentalidad prevaleciente que aceptaba “la cultura autoritaria, mercantilista, centralista, estatista y preliberal” en la región, manteniendo una condición con antecedentes hasta la colonia bajo el sistema económico mercantilista bajo el cual el regidor (monarca o estado) tiene “la idea fija de que los cambios económicos son un gana-pierde… con todas las políticas, perpetuadoras de pobreza, del monopolio, la concesión de privilegios, las restricciones al comercio y las distorsiones que se derivan de concebir erróneamente la forma como funciona la economía.”
Prosigue Rangel: …”en América Latina. La moda de la ideología tercermundista parte del paquete ideológico que también contiene al socialismo en sus diversas formas (inclusive el fascismo) y el Estado protector; no vino a contradecir sino a reforzar una tradición histórica…” (nótese que Rangel incluye al fascismo como una modalidad del socialismo) “…La ideología del Tercer Mundo, de inspiración socialista, [pregona] la autarquía y la intervención del Estado. Las prácticas del monopolio, los privilegios concedidos por el Estado, las restricciones impuestas a las libres actividades económicas de los individuos y también otras libertades son tradiciones profundamente arraigadas [en nuestras] sociedades.”
Argumenta con ojo clínico que la aceptación de ese estado tradicional desde la colonia no se limita a la clase política e intelectual dirigente: “La numerosa mayoría, en general, ni siquiera reconoce el problema… tienen un resuelto interés en mantenerse así. Viven persuadidos (y, por supuesto con una convicción dura y agresiva cuando tienen opiniones ‘progresistas’ y ‘revolucionarias’) que la forma de mejorar cualquier situación o resolver cualquier problema es hacer que el gobierno decrete canales todavía más estrechos para la iniciativa privada, imponga nuevas regulaciones, intervenga más directamente o simplemente se haga cargo.”
La idea central es la de que este socialismo destructor de economías que vivimos es una variación de la tradición mercantilista que arrastramos desde la colonia. Que cualquier semblanza que haya existido en el pasado con economía de libre mercado es más propaganda y mito que realidad. Que nunca ha habido en nuestros países un verdadero despliegue de las energías empresariales de la revolución capitalista: la revolución del libre mercado, precursora a fin de cuentas de la revolución industrial y el desarrollo económico consecuente de las economías prósperas de occidente. Que hace falta en nuestras regiones una revolución económica que desate las fuerzas del libre mercado reconocidas por el propio Marx en el “Manifiesto Comunista” como generadoras de una gran y creciente clase social despectivamente calificada en ese panfleto de “burguesa.”
Por trescientos años se han tratado variantes del mercantilismo económico moderno en nuestros países y cuando dichos modelos no prosperan en comparación con otros modelos económicos la respuesta ha sido “profundizar.” Parafraseando a Rangel, cuando ridiculiza este modo de pensar, los dirigentes piden, reclaman, dictan que hay que saltar desde un piso más alto si se quiere volar, porque desde el piso bajo no se cogió suficiente impulso y por eso se estrellaron. Es por eso que el cambio radical en el modo de pensar que ineluctablemente ha llevado a países como Venezuela al caos económico donde se encuentra se puede calificar como una revolución contra esos trescientos años de errores.
Dicho así por Rangel: “¿Podemos darnos satisfechos por el statu quo? Por supuesto, no. Necesitamos cambiar, y ese cambio debiera ser tan profundo como para merecer llamarse—si el caso llega—una revolución, aunque ciertamente muy distinta a la enajenada por falacias radicales y neurosis casi patológicas que fracasó en Cuba...” “La revolución que necesitamos debe consagrarse a la causa básica de nuestras frustraciones que no es (la)… conspiración yanqui para agotar nuestros recursos e impedir nuestro desarrollo sino, más bien, nuestro fracaso en implementar totalmente la democracia.”
Democracia y Libertad. Cura al fracaso económico. Una revolución inesperada.
CJ Rangel
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