Milagros Socorro
Lunes, 1 de noviembre de 2010
El silencio de los trabajadores de Owens Illinois, doblemente abusados por el régimen, debe atronar en la conciencia del país. No están callados. Fueron acallados, que es distinto
La medida de expropiación de la empresa Owens Illinois es iniciativa de Chávez. Su capricho, ha señalado alguien. Ciertamente, los argumentos que la acompañan son falaces. Nadie fue consultado. Nadie, desde luego, mínimamente responsable y desde una posición técnica. El autócrata es presa de un impulso, hijo bastardo de su obsesión con Empresas Polar, y la orden se ejecuta, sin examen.
Pero no por ello se le condenará en exclusiva cuando esta justicia de montonera sea finalmente sustituida por una justicia del honor, asentada en las leyes. Esta y otras órdenes serán evaluadas como lo que son: crímenes. Delitos contra el patrimonio del país y contra la integridad laboral y moral de las personas. En ese momento, el autor de los nefastos dictámenes no estará solo en el banquillo de los acusados.
Lo acompañará el elenco de mafiosos que han cogido de las manos del mandón los írritos decretos y han corrido a las empresas, industrias y fincas donde se apiñan los trabajadores, a la sombra de la perplejidad y los peores presagios, para reducirlos con la aplanadora de un Estado cruel y omnipotente. Es lo que hemos visto esta semana en Trujillo, donde se encuentra una de las dos plantas de producción de vidrio que Owens Illinois tiene en Venezuela. La de Valera se llama Fábrica de Vidrios Los Andes y fue fundada en 1968 por empresarios trujillanos. En 2005, tras ser adquirida por la transnacional norteamericana, pasó a llamarse Favianca+OI.
La confiscación, con la excusa de que se estaba explotando al personal, fue anunciada el lunes de esta semana. Ya el martes, muy temprano, estaba la Guardia Nacional en la sede la planta. No tardarían en llegar los representantes del Indepabis, así como las infaltables camionetas de arreo para gritones y aduladores de Chávez. Más atrás llegó el diputado electo por el PSUV, José Morales, quien proclamó su convicción de que "el pueblo trujillano, que es mayoritariamente chavista, se adaptará rápidamente a la nueva situación".
También merodeaban emisarios de la Gobernación de Trujillo, comisionados para hacer listas de los trabajadores inconformes y de iniciar la rebatiña entre aspirantes a ingresar a Favianca". Ese día, aquellos trabajadores desecharon la especie según la cual sus condiciones laborales eran "de explotación". Y expusieron sus beneficios: un sueldo de tres veces el mínimo; 120 días de utilidades y 79 de vacaciones; desayuno, almuerzo, merienda y cena gratuitos; póliza de seguro; préstamos, accesibles a los 3 años, para comprar casa y carro; dotación de uniformes cada seis meses; becas de estudios para trabajadores y sus hijos; juguetes en diciembre; servicio gratuito de odontología y maternidad; utilidades anuales y la cesta navideña (con los ingredientes para las hallacas).
Si esto fuera poco, había un intangible: se sentían orgullosos de decir que trabajaban allí. El miércoles 27, los trabajadores dieron a conocer un comunicado donde Manifestaban su "total desacuerdo con la medida de expropiación. [...] Nos sorprende enormemente que se tome tan desafortunada medida sin haber escuchado el planteamiento de los trabajadores". Los gestores de las diversas instancias del Gobierno hacían lo suyo para persuadir a los trabajadores de que nada podían hacer.
Total, para dónde van a ir, quién los va a escuchar, quién les va a dar trabajo. En la puerta de Favianca, empresarios de maletín, en connivencia con el gobierno regional, se daban codazos para ver cómo se acomodan y qué rasguñan (porque han prometido incluir en la nómina a los "tercerizados", los contratistas).
Finalmente, desembarcó también Ricardo Menéndez, ministro de Ciencia, Tecnología e Industrias Intermedias. Entonces, tal como observó la prensa regional, el ambiente cambió. Llegó la resignación. Todo el mundo sabe que Favianca correrá la suerte del Metro de Caracas y de todas las empresas objeto de las dentelladas de Chávez y sus chambones. Pero la protesta ahora es inaudible... sólo para quien no tenga oídos en el alma. El silencio de los trabajadores de Owens Illinois, doblemente abusados por el régimen, debe atronar en la conciencia del país. No están callados. Fueron acallados, que es distinto. Pero están gritando con el corazón. Y con el corazón debemos escucharlos.
msocorro@el-nacional.com
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