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Nuestra historia es un apilamiento de anécdotas y temeridades sin jerarquía histórica
EL UNIVERSAL
martes 2 de noviembre de 2010 12:00 AM
Cabrujas predijo que Venezuela era el resultado de "un devastador ejército de maestros de escuela que nos metieron en la cabeza la noción degradante según la cual, no hay otra perspectiva para contar nuestra historia, que no sea el retroceso y la continua decadencia de nosotros mismos". Revisando el presente, toca decir con dolor: ¡por ahí van los tiros!
Nuestra historia es un apilamiento de anécdotas y temeridades sin jerarquía histórica, que son sólo hablillas, cuentos fabulados. ¿Podríamos calificar la nacionalización del petróleo un evento trascendente de cara al desuso que le hemos dado? ¿Eran las ruedas de prensa de Luis Herrera actos de rendición de cuentas o una mala receta de cocina? ¿El sobreseimiento de Chávez fue un acto de magnanimidad o un dejo de abdicación? ¿El golpe de Estado del 92 fue una insurrección armada o un liquilique insurrecto con ganas de salir en TV? ¿La inhabilitación de Pérez fue una decisión ajustada a derecho o un destino-país zanjado en una tranca de dominó? ¿Fue la llegada de Chávez un acto de redención histórica o un lamentable accidente antihistórico? ¿Fue la Constituyente y la CBV, un esfuerzo hecho presente o una oda al provincianismo, militarismo y caudillaje? ¿Podría hoy Cabrujas dramatizar el país sin desmadrarse de la risa, la pena o de la vergüenza?
Como "una ristra de inmundas tradiciones y bajezas" expresó nuestro desparpajo. El desenlace era predecible... De las bocazas de Luis Herrera, la improvisación de Pérez, la altivez de Caldera, la embriaguez de Lusinchi o la estupidez de la antipolítica nutrida de políticos idiotas, el epílogo era inevitable: un macondiano "liquilique insurrecto" convertido en mito y coronel... Y ojalá salgamos baratos. A fin de cuenta Chávez no ha sido más de lo que el orgulloso oriundo de Catia (Cabrujas), resumía como "un amparo costumbrista; una compañía ideológica de Bolívar o de Ezequiel Zamora", en momentos que nuestra surrealista contemporaneidad sugería un gorilaje más pronunciado. Ha habido más de carne de lapa, joropo y concha de ocumo revolucionario, que de calamidades olivas. Arpa, cuatro y tabaco de La Habana, han sido -por ahora- la jactancia ante el disimulo. Y en medio de un aparente "uniforme", ha preferido ser un "adrián guacarán" (hombre), que un dictadorzuelo antillano... Porque entre cadenas y serenatas ha aliviado su enajenación, mismo que hubiese sido capaz de llevar a un Jacinto Convit al paredón, por vivir demasiado y luchar por la salud de la humanidad.
Seguimos siendo el País de Cabrujas: Un campamento, un poste sin luz, un mientras tanto donde no hay duda, de su empinada pluma, ya hubiese parido un comentario: ¡Presidente, por favor, no quiera ser tanto pueblo. No lo es, no lo merece, no es necesario!
vierablanco@cantv.net
@ovierablanco
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