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sábado, 27 de noviembre de 2010

JUAN CARLOS APITZ |El perdedor radical

EL UNIVERSAL
sábado 27 de noviembre de 2010 11:37 AM
El moderno Prometeo de Sabaneta encabezó el martes pasado, desde el Salón Elíptico, la sesión especial de la Asamblea Nacional con motivo del caricaturesco acto "En defensa de la patria, su soberanía y contra el imperialismo". Allí aseguró: "Si el imperio 'yanki', con todo su poderío, decide agredir, seguir agrediendo, y agredir abiertamente a Venezuela, aquí estamos dispuestos a lo mismito, a morir por esta patria y su dignidad". Por lo que, me temo, estamos ante alguien con impulsos homicidas y autodestructivos, es decir, un auténtico perdedor radical.

El perdedor radical es aquel que vive ensimismado, se aparta de los demás, se vuelve invisible, cuida su quimera, concentra sus malas energías y espera a escondidas su hora. Se trata de un hombre que se atribuye a sí mismo una superioridad tradicionalmente incuestionada y no se resigna a que el plazo de esa supremacía caducó, por lo que le será infinitamente difícil aceptar su pérdida de poder.

El perdedor radical es de difícil acceso y, en último término, imprevisible; un individuo dispuesto a todo, hasta las últimas dañinas consecuencias. Él discurre a su manera, eso es lo malo. Calla y espera.

El perdedor radical puede estallar en cualquier momento. La única solución imaginable para su problema consiste en acrecentar el mal que le hace sufrir. El motivo que provoca el estallido suele ser del todo insignificante. Resulta que el violento es extremadamente susceptible en lo que se refiere a sus propias emociones. Una crítica o un chiste son suficientes para herirle. No es capaz de respetar los sentimientos de los demás, mientras que los suyos son sagrados. No se trata de simple irritación sino de rabia asesina.

Lo que a este perdedor le obsesiona es la comparación con los demás, que le resulta desfavorable en todo momento. La irritabilidad del perdedor aumenta con cada mejora que observa en los otros. La pauta nunca la proporcionan aquellos que están peor que él; a sus ojos, siempre es él a quien se ofende, humilla y rebaja. La pregunta de por qué esto es así contribuye a sus tormentos. Es incapaz de imaginarse que quizá tenga que ver justamente con él. Por eso tiene que encontrar a los culpables de su mala suerte.

En consecuencia, sólo la proyección es capaz de aliviar al perdedor por un tiempo, pero no puede calmarlo de verdad. Pues a la larga resulta difícil afirmarse frente a un mundo hostil y es imposible disipar total y absolutamente la sospecha de que pueda haber una explicación más sencilla de su fracaso, es decir, que tenga que ver con él, que el humillado es culpable de su humillación, que no merezca en absoluto el respeto que reivindica y que su vida no valga nada.

Asi que, la única salida a su dilema de vida es la maléfica fusión de destrucción y autodestrucción, de agresión y autoagresión. Por un lado, el perdedor experimenta un poderío excepcional en el momento del estallido; su acto le permite triunfar sobre los demás, aniquilándolos. Por otro lado, al acabar con su propia vida da cuenta de la cara opuesta de esa sensación de poderío, esto es, la sospecha de que su existencia carece de valor.

Finalmente, el perdedor radical es de los que avisa, de manera estrafalaria, como Rafael Correa en Ecuador o el Chavo del 8 en su bonita vecindad: "Primero muerto antes que perder la vida". ¡Sale y vale!

www.juancarlosapitz.com
justiciapitz@hotmail.com
En twitter: @justiciapitz

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