Libertad!

Libertad!

domingo, 8 de marzo de 2009

Carlos Blanco // Tiempo de Palabra
"
El movimiento estudiantil no está en capacidad de ser fuerza contra el autoritarismo"

La Jefatura Civil
La cuestión central del movimiento opositor es la dirección.
Armando Durán se refirió la semana pasada a este tema con idéntico énfasis. La dirección no sólo implica un equipo de líderes, sino, sobre todo, unas ideas potentes, objetivos, camino y estrategia, redes políticas para sustentarlos, alianzas y organización que les den fuerza. Los dirigentes partidistas son necesarios; pero los partidos como aparatos no están en condiciones de resolver solos este espinoso asunto.
Obsérvese cómo algunos de éstos, apenas pasado el sofoco del referendo le proponen al país prepararse para las elecciones, como si entre hoy y esas elecciones no estuviera cayéndose el país, tasajeado por la incompetencia, la corrupción, el crimen y odio.
La Coordinadora.
En 2003 y 2004 se dio la experiencia de la Coordinadora Democrática. Allí concurrieron partidos, fracciones de partidos, organizaciones de la sociedad civil, microorganismos de la sociedad civil, dirigentes reconocidos, dirigentes desconocidos, conocidos que no eran dirigentes y hasta desconocidos que no eran dirigentes.
Esa batahola, compleja como fue, funcionó como una dirección consentida; elaboró una política, promovió la movilización ciudadana, hasta que se vio enredada en las maniobras oficiales, los engranajes se oxidaron, algunas ruedecillas saltaron y el carromato quedó desvencijado la noche misma del referendo revocatorio de 2004.
El jefe máximo era Enrique Mendoza, que junto a sus atributos de dedicado organizador, era el que montaba la tarima, y así como el que paga la música es el dueño de la fiesta, el que monta la tarima y los altoparlantes, también.
La dirección que existía estaba sometida al control de las masas movilizadas en la calle con las que tenía que mantener una sintonía obligada, en el marco de una radicalización creciente de la clase media que tuvo momentos magníficos, pero también incurrió en esa tentación sublime que la multitud proporciona, que es la de tocarle las barbas a Dios.
Entonces había lucidez; el objetivo era que Chávez saliera del poder como una vez se había logrado, cuando el caudillo renunció ante la fuerza de las masas y la desobediencia militar. El sabor de aquella victoria fugaz y escamoteada moldeaba las ilusiones.
En el curso de ese proceso que va de 2002 a 2004 se produce el divorcio entre el movimiento de masas y la dirección. Lo que algunos dirigentes sostenían era que había que negociar con el Gobierno, pero que el gentío en la calle lo impedía.
Se trató, primero, de domesticar las manifestaciones a través de ejercicios de bailoterapia o puestas en escena para la televisión; más adelante, se les desestimuló, sobre todo porque una parte importante de la dirección de entonces se asustó con el amago insurreccional de aquel otro 27 de febrero, el de 2004, cuando en las barbas del Grupo de los 15, con el hampón Mugabe de visita, la gente cogió la calle en toda la ciudad.
Los dirigentes buscaron las palanganas de agua donde pudieron, apagaron el incendio y sólo quedaron llameantes algunos rescoldos en el este de la ciudad, en las urbanizaciones más conspicuamente clase media. La insurrección había fenecido. Había entonces reuniones con el Gobierno, con los militares, en la mesa de negociación, todas iniciativas útiles pero en las que participó un grupo de dirigentes empeñado en la desmovilización, para dejarles las manos libres a los negociadores; con la aspiración de acabar con el bochinche de grupos y grupitos partícipes de las decisiones -que era como asumían la diversidad-, para que sólo los partidos monopolizaran las decisiones.
Desbrozar el Camino.
El proceso mediante el cual esos partidos toman la dirección del proceso es complejo. Significó dos cosas esenciales: desmovilizar a la clase media radicalizada y expulsar a las organizaciones de la sociedad civil de la cúpula de las decisiones. Los partidos lo lograron, entre otras razones, porque lanzaron una campaña para demostrar que todo lo que se había hecho bajo el empuje de la sociedad civil (11 de abril con la salida de Chávez, paro cívico nacional 2002/2003, abstención de 2005) había sido aventuras negligentes. Tesis que parecía que se corroboraba con la derrota infligida a Chávez en 2007 en ocasión del referendo constitucional, básicamente dirigida por esos partidos.
En realidad, lo que los partidos derrotaron, cuando hicieron lo imposible por frenar la movilización de masas, fue la consigna que las movía: "¡Chávez, vete ya!". Intentaron mostrar que ese propósito era aventurero e inmediatista, cuando en realidad había sido una clamorosa victoria ciudadana el 11A, porque Chávez, efectivamente, se había ido. Ese instante irrepetible, fue, según estudiosos, el momento en el cual hubo mayor compromiso emocional y espiritual por parte de quienes se enfrentan al Gobierno.
Coyuntura que nunca después se volvió a repetir. Es cierto, la sociedad civil no tiene los instrumentos para diseñar política fina, por eso lo hace como lo ha hecho: o las grandes manifestaciones que reunían cientos de miles en pocas horas o esa victoria clamorosa que fue la abstención de 2005 (¡nada menos que 83%!) que no tuvo continuidad porque la mayoría de los partidos siempre reviró contra lo que fue una imposición de la calle.
Ya esto no existe. La clase media pagó su tributo en muertos, despedidos, perseguidos, expulsados y presos, civiles y militares. Probablemente ya no pueda, ni quiera, ni le corresponda, ser la vanguardia social de la lucha, pero no ha habido quien la sustituya. El movimiento estudiantil, con toda su fuerza y belleza, no está en capacidad de convertirse en la fuerza principal contra el autoritarismo.
La Dirección.
En la opinión pública se ve un segmento gigantesco en contra del Gobierno y, al mismo tiempo, un desapego casi igual con respecto a los partidos. Constatar este hecho no es promoverlo, sino notariarlo. La gente de a pie se da cuenta de que los partidos son federaciones de grupos, en muchos casos carentes de proyecto y de futuro.
Tal vez el camino esté en lo que la experiencia ya enseñó: crear una amplia red que incorpore partidos, los pequeños y los diminutos, los que figuran y los que no, junto a la miríada de organizaciones ciudadanas que andan desperdigadas en el país.
Esto obliga a discutir con todos, con los que representan mucho y con los que representan poco; así se puede volver a estructurar una red dirigente sin la cual no se avanza a ninguna parte, salvo a otra pelea a cuchillo por las próximas candidaturas.
Hoy lo central es responder a la pregunta sobre las condiciones requeridas para que pueda volver a conquistarse la alternabilidad republicana, cercenada el 15F pasado. Es decir, qué hay que hacer para que pueda sustituirse a Chávez en la Presidencia. A menos que se crea que con estas reglas del juego eso es posible en, digamos, 2049.
www.tiempodepalabra.com

No hay comentarios: