TRIBUNA: J. ERNESTO AYALA-DIP
Hace unas semanas, un vídeo mostraba al presidente de un país sudamericano, al día siguiente de las elecciones a la Asamblea Nacional de su país, denostando, ofendiendo y menoscabando la dignidad de una periodista (trabajadora de una empresa no muy del gusto del mandatario), cuando le pedía una explicación más convincente que la que daba con dificultades sobre su resultado electoral. Viendo ese vídeo uno no puede dejar de pensar que todo lo que se puede extraer de este penoso asunto es alguna enseñanza, algo que nos sirva para detectar bajo la capa del más rancio populismo, la prepotencia y la descarada servidumbre que la sostiene y la jalea.
La mala educación, el sarcasmo y el escarnio practicados por alguien en el poder rozan la miseria moral
No creo que nadie que viera esa insuperable muestra de desprecio a los buenos modales, y ya no digamos a la inteligencia de la periodista, no haya sentido una suerte de vergüenza ajena, evidentemente, toda la que no tuvo el más alto representante político del país sudamericano. A dicho mandatario le faltó tiempo para desplegar su ácido arsenal léxico, su personal método de desactivación ideológica. No bien la periodista emitió su pregunta (nada cómoda para el preguntado, pero qué pregunta de un periodista a un político en cualquier país del mundo tiene que ser cómoda de escuchar y más cómoda todavía de responder), el presidente comenzó (mientras no respondía lo que respetuosamente se le rogaba que respondiera) su rosario de sornas. Mientras todo eso sucedía, mientras la cascada de miradas y gestos despreciativos del mandatario hacia la periodista se sucedían sin cesar, sin respiro, mientras el mandatario se escuchaba, se gustaba y se regodeaba, el rostro de la periodista se mantenía impertérrito, indeclinable en su obligación profesional. Firme en su convicción democrática.
Todavía resuena en los oídos de mucha gente el vozarrón de la misma máxima autoridad cuando en el estrado de la ONU sentenciaba con sonrojante altanería que en el mismo sitio donde él estaba ahora, un día antes había estado el diablo: "Aquí todavía huele a azufre", vociferaba refiriéndose al entonces presidente George W. Bush.
Ese alarde de despropósitos nos lleva a preguntarnos con qué frecuencia altos representantes de la voluntad popular se entregan al peligroso juego del histrionismo más vulgar y pueril. Es fácil observar cómo esos mismos representantes agrandan (o simulan) esa seudo campechanía protectora, paternalista. Les gusta perorar, algunos emplean un día entero, incluso se atreven a dictar cátedra de comportamiento democrático. Pero lo único que logran es que humoristas y caricaturistas encuentren en su gestualidad y grandilocuencia una fuente inagotable de inspiración. Reconozco que dichos personajes invitan a veces a la burla, ellos, que tanto la usan para desautorizar a sus adversarios. Pero a mí me parece que hechos como los que denuncia el vídeo apuntan a un horizonte más peligroso. Nunca me pareció el presidente sudamericano al que me refiero más inquietante que ese día intentando minar la moral de la periodista que le preguntaba por su alquímico sistema electoral. Nunca me pareció más inseguro el futuro de la política.
No es mi intención desacreditar a dicha figura política solo porque no me convenza su altisonante proyecto político. Dicho mandatario -el lector ya habrá adivinado que es Hugo Chávez- ocupa el lugar que ocupa en buena lid democrática. Y es probable que dentro de dos años, cuando se celebren las elecciones, su gestión al frente de su país finalice de la misma manera que comenzó. Por decisión de las urnas. Mi preocupación más acuciante después de ver aquel vídeo, estriba en las maneras en cómo algunos representantes políticos entienden la democracia. O cómo se aprovechan de ella. (Esto vale también para altos representantes europeos, para Berlusconi, Putin o Aznar). Y no deja de ser una indescifrable paradoja que una persona que accede a la máxima responsabilidad política de su país se comporte con los que no comulgan con sus ideas de forma tan oprobiosa.
Como ciudadano del país democrático que es España, me inquietaría sobremanera que mi presidente (sea del color político que fuera) vilipendiara a una periodista (o a un periodista, aunque en el caso que comento, creo que habría que convenir que el sexo de quien le interpeló tuviera no poco que ver con la grosería que esgrimió el protagonista del vídeo). Ya me inquietó en su momento cuando el desaparecido alcalde de Marbella Gil y Gil mandó a la cocina a una oponente en su Consistorio porque le hizo la pregunta que no esperaba. O en estos mismos días, la incontinencia sexista del alcalde de Valladolid infligida a la nueva ministra de Sanidad, Leire Pajín.
La mala educación, el sarcasmo y el escarnio ya son molestos de por sí. Pero practicados por alguien escudándose en el poder que detenta, rozan la miseria moral. Así no hay manera de prestigiar la política, ni de detener el aumento muchas veces justificado del recelo hacia ella. Afirmaba el sociólogo Richard Sennett que en un mundo sobresaturado de desigualdades, la dignidad y el respeto son valores más necesarios que nunca. Un consuelo vital. Creo que Hugo Chávez no tiene remedio. Pero a muchos nos tranquilizaría bastante leer un día que pide públicamente perdón a su compatriota periodista. Seguiríamos sin creer en él, pero creeríamos un poco más en la clase política.
J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.
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