Libertad!

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sábado, 28 de febrero de 2009

Claridad en la casa Argelia Ríos

Viernes, 27 de febrero de 2009
Para evitar sinsabores, hay que decirlo desde ya... La unidad sobre la cual debe trabajar el campo democrático muy poco tiene qué ver con la aludida en estos días por algunos sectores de la oposición.
Si bien el esfuerzo se enrumbará hacia allá cuando llegue el momento y se proyecte autenticidad, luce ingenuo plantear un asunto tan serio, enfocándolo sólo desde la óptica utilitario-electoralista.
El preámbulo de esa alianza, destinada a enfrentar los graves desafíos futuros —incluidas las parlamentarias—, no es inferior en importancia. Al contrario, de esa antesala dependerá la credibilidad de los acuerdos electorales futuros y, en especial, el atractivo que éstos puedan producir entre los que, sin identificar otra alternativa tentadora, todavía prefieren inclinarse por “el malo conocido”.
En principio, urge reconocer una calamidad medular: mientras el elenco político opositor no consiga seducir a su propio electorado —cuyo voto es sólo un axioma racionalizado en contra de Chávez—, mucho menos logrará cautivar a los del banco contrario.
Recurrir en lo que está asegurado no es en modo alguno una redundancia: el postulado democrático jamás generará vibraciones favorables en el mundo revolucionario, si la dirigencia opositora y su auditorio cautivo no muestran una regeneración sincera de sus espinosas relaciones.
Es cierto que los votos del país no chavista poseen una consistencia rocosa y espontánea: sin embargo, también es una verdad inequívoca el hecho de que su autonomía es el fruto del desprecio profesado por una parte de ese amplio sector de venezolanos a los partidos que procuran representarlo.
El desiderátum inmediato, antes que acudir a la búsqueda de los segmentos chavistas —para consolidar una mayoría incuestionable—, es el restablecimiento de la confianza mutua entre el electorado democrático y quienes aspiran a liderarlo. Sin ese prerrequisito, nunca será posible que la alternativa a Chávez resplandezca como una emoción próspera, entusiasta y, sobretodo, contagiante...
Es preciso reducir el contraste. La propuesta de cambio no puede seguir asociada a la pesadumbre de ese vínculo tortuoso, marcado por la impotencia, el desengaño, la incomprensión y la sordidez. Mucho menos ahora que la propaganda oficial ha logrado vender al “proceso” como una fábrica de “alegría revolucionaria”.
La unidad que las circunstancias reclaman debe diseñarse desde marcos muy anchos. Son muchas las condiciones que el reto demanda... Para comenzar, bien vale una autocrítica genuina, que ponga fin a esta infecunda guerra de vanidades, con la cual se invisibilizan las virtudes de “lo bueno por conocer”...
Prometerle luces a la nación, pasa primero por darle claridad a la casa. Una alianza electoral que desatienda el drama de origen no irradiará brillos hacia el campo contrario y, lamentablemente, resultará un esfuerzo ineficiente.
argelia.rios@gmail.com

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