Alberto Rodríguez Barrera
La lucha por la libertad es el gran motor de la historia humana; por ella se pelearon todas las guerras; todas las revoluciones se lanzaron por la libertad. Todas las iniciativas humanas en los campos científicos, económicos y técnicos toman su impulso del deseo por mayor libertad. La idea de libertad es el origen de los ideales en los campos políticos y sociales por lo que los hombres luchan hoy, como lo han hecho por miles de años. Sin embargo, nada ha creado mayor confusión que la idea de libertad.
No sabemos aún lo que la libertad realmente es; está totalmente abierta a la interpretación. Las varias interpretaciones de la idea de “libertad” son las causas de esa inextricable confusión en que varias naciones, varias ideologías, varios partidos y varias clases están amargamente opuestas unas con otras. Para aproximarnos a ella y no destruirla, debemos definir lo más claramente posible lo que libertad es.
Desafortunadamente, estamos acostumbrados a debatir sobre principios políticos, sociales y religiosos por medio del método dialéctico, a falta de otro mejor (más abstracto y científico). Este método lo encontramos ya en los filósofos griegos operando con contrastes, con antítesis. Decimos que la libertad es la antítesis de compulsión, que la paz es la antitesis de guerra, que la independencia es la antítesis de compromiso, y así sucesivamente. Para entender lo peligroso de este camino, debemos recordar que este método dialéctico de filosofía, después de su más alta expresión en los diálogos de Platón, llevó directamente a la escuela sofística.
Si examinamos todas estas nociones en que cada controversia sobre problemas políticos y sociales está basada, veremos fácilmente que lo que consideramos concepciones opuestas, están de hecho en el mismo nivel y expresan idénticos fenómenos en diferentes grados.
Libertad sin igualdad es un estado inconcebible. Como la igualdad entre los hombres, entre las naciones -o entre cualesquiera otras agrupaciones humanas- es obviamente contra natura, nunca existió y probablemente no existirá nunca; la libertad en su forma pura y concepción total resultaría en una situación que sería el exacto opuesto de cualquier tipo de libertad. Si le damos a cada hombre –fuerte o débil- y a cada nación –grande o pequeña- libertad de acción completa sin imponer ningún tipo de restricción sobre sus impulsos, podría resultar en el más grande terror, opresión, violencia, anarquía total.
Es obvio, por lo tanto, que ese tipo de libertad que consideramos un ideal humano es algún tipo de síntesis entre libertad y compulsión. El hecho de que algún tipo de poder exterior me prohiba matar a un hombre que me disgusta, o quitar la propiedad de aquellos que tienen más que yo, restringe considerablemente mi libertad. Pero esta misma restricción me protege de ser asesinado por aquellos que no me quieren, y de ser robado por aquellos que envidian lo que poseo. Estar protegido contra el asesinato y el robo suma a mi sentimiento de libertad en mayor proporción a cuánto esta misma restricción me priva de mi libertad al prohibirme cometer los mismos actos contra otros. Ergo, libertad y compulsión tienen una relación funcional y no son contrastes.
El ideal de libertad es una noción relativa que depende de dos factores: 1) hasta qué grado puede el hombre actuar libremente; 2) hasta qué grado está expuesto a las acciones libres de otros. Sólo en la correcta síntesis de estos factores surge lo óptimo de lo que llamamos libertad. Esa inter-relación se reconoce como el propio comienzo de la civilización. Las más primitivas formas de la vida social comenzaron con la prohibición de ciertos actos. Véanse los Diez Mandamientos. Aunque suene paradójico, la libertad en la historia de la humanidad se inició con la primera imposición legal de una compulsión; las antiguas compulsiones se limitaron a los más primitivos impulsos del hombre, significando más libertad para la comunidad que su libre ejercicio.
De los Diez Mandamientos hasta la legislación de nuestros días, hay una línea clara: sólo a través de restricciones del libre ejercicio de los impulsos humanos podemos lograr una situación que podemos llamar “libertad”. Sólo el anarquista considera la prohibición de asesinato, robo, falsificación y demás contrarios al principio de libertad. Nuestra vida social se hace más y más complicada y esta evolución exige más y más compulsión sobre las acciones humanas. La solución de los problemas políticos, económicos e internacionales pasan por la comprensión clara de la inter-relación entre libertad y compulsión sobre las acciones humanas, y sólo el total de estas compulsiones pueden darnos libertad.
Entender esta inter-relación es clave para solucionar los problemas que confrontamos. A través de toda la historia ha sido el principio básico de los grandes legisladores y fundadores de religión, para así colocar algún sistema en la relación social entre hombre y hombre, y crear el máximo posible de libertad individual; aunque pareciera no haber sido aceptado como principio básico en la política y en las relaciones internacionales entre naciones. En estos dos campos importantes donde se desatan las crisis presentes, aún mantenemos que libertad y compulsión son contradictorias, que cualquier corción está en contra del principio de libertad, y que las libertades establecidas sólo pueden ser mantenidas sin ninguna compulsión. De ahí la situación anárquica que vivimos.
Los países democráticos han establecido como gran logro histórico la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de asamblea y muchas otras libertades políticas, a ser disfrutadas igualitariamente entre todos los ciudadanos. Cuando estas libertades se otorgan sin limitaciones y sin definición clara, se destruyen; sólo y únicamente porque se han otorgado en forma absoluta, bajo la creencia de que cualquier restricción o compulsión sería contraria a los principios de las libertades otorgadas.
Pareciera no tener sentido que un país libre y democrático debiera darle a todos libertad ilimitada y cada medio democrático para combatir la libertad y la democracia misma. Los demócratas doctrinarios creen que tal condición es inherente en los principios de democracia y es contra estos llamados (pero nunca definidos) principios democráticos otorgar libertades en variados grados a gente diferente. Este es un muy simple y auto-evidente punto de vista, si operamos con la noción de que libertad y compulsión están en contraste. En la vida pública de una nación la relación entre libertad y compulsión es exactamente la misma que en la vida social, y si hemos de disfrutar o no de libertad política dependerá enteramente en la interpretación de estos principios.
Los problemas que conciernen a la relación internacional de los pueblos son exactamente del mismo carácter. Basados en la misma concepción absoluta de libertad, llegamos a la concepción de independencia nacional y soberanía nacional como las más altas expresiones de la libertad de un estado en sus relaciones con otros estados. Creemos que cualquier limitación de estas concepciones absolutas de soberanía e independencia sería contrario al ideal de libertad de una nación. Es gracias a esta concepción de libertad absoluta, que ha creado en el campo internacional la misma situación anárquica como la libertad absoluta crearía en la vida social de cualquier comunidad, que tantas naciones han sido atacadas, derrotadas y conquistada, con fuerza bruta como único árbitro entre las naciones, con millones de personas vueltos esclavos otra vez.
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