Libertad!

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viernes, 8 de abril de 2016

Entre lo posible y lo necesario



ANÁLISIS

Entre lo posible y lo necesario

La exigencia de cambios profundos atraviesa todo tipo de países, aunque la dirección no esté clara. Las grandes transformaciones sociales no suelen poder predecirse




Vamos viendo como surgen propuestas aquí y allá que para los más avezados analistas políticos resultan ingenuas, infantiles, irrealizables. Me refiero, por ejemplo, a los fenómenos de Corbyn en Gran Bretaña o de Sanders en los Estados Unidos. Dos personajes de largo recorrido, que durante años han sido vistos en sus partidos como figuras más bien exóticas, que repetían cosas de otra época. Y lo más curioso es que sus propuestas han obtenido la mayor audiencia y apoyo precisamente entre los más jóvenes. Unos jóvenes con grandes incertidumbres sobre su futuro y menos moldeados por la realpolitik.
Los portavoces del realismo político se expresan en todas partes más o menos así: “La política es un asunto complicado; los avances se dan gracias a la gente de dentro del tinglado que sabe cómo manejar las cosas; si quieres conseguir algo, has de aceptar las reglas de juego y los límites que vas a encontrar en cada cuestión”. Al final, lo que queda es la frase de siempre en el mundo de la política y la gestión pública. “Olvídate, el cambio o es incremental o no es”. Si atendemos a cómo se ha leído el tema Syriza-Varoufakis parecería que los hechos dan la razón a los más curtidos en “la política tal cual es”. Pero, lo cierto es que no parece que sin Varoufakis la cosa nos vaya mucho mejor.
Parece extraño que Sanders insista en usar la expresión “socialismo democrático” como el mejor resumen de sus propuestas. Y lo es porque “socialismo” es la palabra más contraproducente para conseguir apoyos en lo que ha sido el imaginario político norteamericano. De hecho, Sanders sabe bien que Eugene Victor Debs, el máximo representante del socialismo en la historia política norteamericana, se presentó cinco veces como candidato del Partido Socialista a las elecciones presidenciales y nunca pasó del 6% de los votos (1912). A pesar de eso, Sanders sigue esa estela y la conecta con la tradición, esa sí mucho más mayoritaria, de Franklin D. Roosevelt o Lyndon B. Johnson, en el sentido de defender que la intervención pública y la lucha por la igualdad social son ideas tan legítimas como las propias del liberalismo y mucho más necesarias que nunca. Y los jóvenes coinciden en ello, más allá de prejuicios y etiquetas.
La exigencia de cambios profundos atraviesa todo tipo de países, aunque la dirección de ese cambio no esté clara. Las situaciones que generan transformaciones sociales significativas no acostumbran a poder predecirse. La coincidencia de una fuerte movilización o conflicto con otras circunstancias quizás ajenas, abre la oportunidad de cambiar cosas que un día antes parecían totalmente inamovibles. Es difícil imaginar que situaciones de este tipo surjan de técnicos y expertos que acostumbran a buscar salidas practicables en el clima político de cada momento. Son los movimientos sociales los que muchas veces pueden cambiar ese clima presionando y luchando por lo que muchos consideran propuestas impracticables e ilusorias. Las barreras son inmensas pues sus propuestas alteran las zonas de confort de muchos actores e intereses.
Lo normal es considerar que este tipo de movilizaciones son arriesgadas y contraproducentes. Es lo que Hirschman denominó como “retórica intransigente”", que apela a tres temas fundamentales: el riesgo, la futilidad y los efectos perversos. El riesgo supone exponer que cada vez que intentamos cambiar algo se corre el riesgo de perder lo que ya se tiene, y que por tanto, la inactividad es la postura más prudente. La futilidad expresa que no existen oportunidades de cambio, y desde esta óptica cualquier tipo de acción no es sino una pérdida de tiempo y recursos. Y los efectos perversos están relacionados con la idea de que cualquier tipo de actuación pensada para el cambio no hará sino empeorar las cosas. Lo que hemos visto en estos últimos años, con ejemplos distintos como la PAH o la ANC, es que frente esta “retórica intransigente” es posible levantar una “retórica de la movilización” que convierta en más realizable lo que poco antes parecía imposible.
La dialéctica instituciones y movimientos sociales debe seguir manteniendo dinámicas de colaboración y conflicto, de practicabilidad de lo que se propone, pero también de exigencia de lo que muchos consideran necesario y justo. Lo peor sería caer en lo que ya advirtió Debs cuando algunos dudaban de votar a alguien como él con pocas posibilidades de victoria: “mejor votar por lo que quieres y no obtenerlo que votar por lo que no quieres y conseguirlo”.
EL PAIS ESPAÑA

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