Emilio Nouel V.
Lunes, 6 de octubre de 2008
En estos tiempos de incertidumbre financiera global, toda suerte de apresuradas y catastróficas opiniones es emitida para caracterizar la situación económica y política.
Así, leemos y oímos que la sociedad capitalista o la democracia de mercado habrían llegado a su fin, y que se abriría una etapa económica o política en el planeta, que se levantaría sobre otros fundamentos.
Ciertamente, no se trata de minimizar la crisis financiera que está golpeando los mercados nacionales e internacionales. Su magnitud y alcance son considerables; y las secuelas de ella están aún por verse.
Sin embargo, está claro que los instrumentos para conjurarla han sido más que estudiados. Y el cuestionamiento que podemos hacer es que no se tuvo el cuidado suficiente por parte de los organismos reguladores nacionales e internacionales, para evitarla.
En un ensayo que escribimos hace algunos años, manifestábamos nuestro acuerdo con el planteamiento de algunos especialistas de que era necesario un mínimo de regulación y de coordinación internacionales en materia de mercados de capitales. Este mínimo debía ser consensuado, pero igualmente, acatado, a los fines de evitar o reducir los efectos negativos de las crisis sistémicas.
Decíamos también que una regulación global viable, debía ser flexible y apuntar a mecanismos de alarma temprana. Que la clave era reforzar las normativas y la supervisión internas y aumentar la cooperación internacional. (“Nuevos temas de derecho internacional”, Libros de EL Nacional, 2006) Desafortunadamente, los especialistas no fueron oidos por quienes debían hacerlo, y lo que se temía, se dio.
Obviamente, quienes siguen el paradigma anacrónico marxista ven en la crisis la confirmación, al fin, de las predicciones de su gurú máximo, lanzadas hace 150 años, pero aún no cumplidas. “El capitalismo está moribundo”, grita por allí el tirano demagogo.
Otros, no tan marxistas, pero tributarios de éstos, también han sucumbido a la predicción, pero con matices. Así, señalan que el new deal rooseveltiano ha regresado para quedarse, que el modelo económico renano-japonés es la solución, que la “democracia de mercado” ha pasado a mejor vida, o que la “democracia social” es la solución. Los de este grupo no se percatan de que la crisis presente es distinta, y que no puede ser comparada con otras anteriores.
No obstante, e independientemente de lo que puedan significar cada uno de esos conceptos y de las situaciones particulares a las que han pretendido dar respuesta, lo que parece evidente es que ni el capitalismo, ni la sociedad de mercado, ni los regímenes políticos vinculados a estos sistemas económicos, están comprometidos en sus fundamentos esenciales.
Que por carencia de normas y de supervisión estricta de las autoridades, se haya producido un desmadre financiero, no significa que las bases fundamentales del sistema económico, como un todo, conduzcan necesariamente a tales resultados negativos.
Mucho menos que tal patología económica, pueda ser razón suficiente para volver la mirada hacia las distintas versiones de estatismo, colectivismo o dirigismo, cuyos fracasos están más que documentados.
La crisis financiera actual nos afectará a todos en el planeta, pero se irá resolviendo. Ojalá se tome las medidas pragmáticas adecuadas para impedir sus más nefastos efectos y evitar situaciones semejantes en el futuro. Los dogmas de las posiciones extremas hay que ponerlos de lado.
La democracia capitalista tiene muchas fallas, insuficiencias e inequidades, pero sigue siendo el mejor sistema de vida, y saldrá adelante en esta difícil circunstancia. Históricamente, ha generado sus propios mecanismos de corrección, tanto políticos y económicos como sociales.
Es una sociedad perfectible y no será perfecta nunca. Esta búsqueda de perfección es propia de los grandes demagogos milenaristas o de los constructores del cielo en la tierra; y de estos infiernos que han levantado, ya tenemos las más amargas y dolorosas experiencias humanas.
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