Libertad!

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domingo, 19 de octubre de 2008

Carlos Blanco // "El radicalismo de Chávez no es el de los jacobinos, sino el de los rabiosos"

Tiempo de palabra

LA CEBOLLA BOLIVARIANAPoderosa la imagen de la cebolla que se pela, capa tras capa, para develar, revelar, confesar, lo oculto. Fue el símbolo que tomó Gunter Grass para hablar de su vida, incluido el capítulo más oscuro, enceguecedor como un sol negro y culposo, que refiere su pertenencia a las Waffen SS de Hitler. Se toma prestada la potencia simbólica de la querida cebolla, para que muestre, tras cada capa que se desprende, la naturaleza de lo que acontece en estas tierras de Dios. El régimen de Chávez pierde, a trancos largos y penosos, sus capas de izquierda, y al final, después que éstas caen, no queda nada, o casi nada, salvo lo que siempre se supo desde el comienzo: un oficial militar conspirador, golpista, envanecido, aferrado al poder; un hombre que no quiso, no supo o no pudo, hacer tangible el supuesto sueño redentor que portaba en su irreparable locuacidad. La Credencial Puede que Chávez haya sido comunista desde chiquito; pero su conspiración no era comunista sino un complot de carácter nacionalista, con banderas anticolombianas, y con la promesa de luchar contra los causantes de la pobreza y la corrupción, que, en su visión, estaban representados por el gobierno de Carlos Andrés Pérez y los partidos AD y Copei. En la sombra, esa conspiración tenía como soportes a un sector de La Causa R, a Bandera Roja, al movimiento de Douglas Bravo, y a varios de los jirones adoloridos y derrotados de la izquierda insurrecta y radical. Esas conexiones las manejaba Chávez directamente y al momento del golpe del 4-F estaban muy dañadas: los militares desconfiaban de los civiles. El levantamiento terminó siendo un golpe militar como los que América Latina había conocido en su historia, siempre con la oportuna invocación a la decencia, la defensa de la nación, y, como se decía en tiempos idos, al pundonor militar. A lo largo de toda esa historia, varios partidos, grupos y personalidades de izquierda adhirieron a Chávez, se conectaron con él como una vía para promover la revolución o, simplemente, para tomar el atajo que les permitiera llegar al poder. Figuras y partidos de la izquierda venezolana comenzaron a rodear a Chávez; tal vez se pensaron más listos que los golpistas, y creyeron que utilizarían al militar como puente para sus proyectos y ambiciones.
El MAS, que venía del calderismo ya en decadencia, se debatió entre Irene Sáez y el comandante, hasta que algún argumento convincente decidió a su dirección hacia el oficial golpista convertido en candidato; con la circunstancia de que los más representativos dirigentes del MAS -Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff y Freddy Muñoz- se desengancharon de esa aventura. El PPT, el Partido Comunista, el MEP, y las diversas emanaciones de la izquierda realenga, estilo Guillermo García Ponce, se dieron el abrazo del oso con Chávez. Se pusieron en la fila de los ministeriables para cuando el hombre ganara. Lo más grave fue que, con descomedidos brochazos, le comenzaron a dar varias manos de barniz izquierdista, hasta que el pelambre típico de los militares golpistas se disimuló, casi por completo. Algunas personalidades representativas de la izquierda independiente también procedieron a confiar en el compromiso redentor de Chávez y, a cambio, éste se desprendió de sus primeras pretensiones abstencionistas.
Es legendario el papel de Luis Miquilena en animarlo para que transitara la vía electoral y pacífica antes que esa guerrilla imaginaria con la que deliraba. Miquilena también trajo a José Vicente Rangel a esta estrategia, quien era, en ese tiempo, una figura emblemática de la izquierda. Como si fuera poco, ya F. Castro le pasaba la mano al golpista que antes había condenado en carta cariñosa a Carlos Andrés Pérez, cuando los sangrientos días de febrero de 1992.
La izquierda venezolana le entregó a Chávez la credencial de revolucionario. Muchos pensaron que estaban viviéndoselo completito, porque aquel oficial hablachento, astuto, audaz y pirata, se convertía en el salvoconducto hacia el poder que había buscado por años. Sin embargo, en ese negocio le vendieron su alma al diablo; quedaron en el papel de legitimadores de un personaje que con el transcurrir de los días mostró la garra afilada de los autócratas.
El Principio de Realidad Poco a poco, la gente de izquierda ha ido adquiriendo conciencia. Se ha convencido de que realmente nada tenía entre las manos, que su pedacito de poder era una ficción, y que los cargos que habían logrado, junto a algún dinerillo para las finanzas, eran despojos frente a la pérdida de su identidad ideológica.
Ha habido una serie de rupturas. Luis Miquilena rompió con Chávez desde el momento en que advirtió que nada que no fuera el poder lo movía. Miquilena y Rangel se habían comprometido entre sí, como amigos y camaradas que eran, a salir el mismo día del Gobierno si la situación lo requería. Eso acordaron, pero Rangel no lo hizo. Chávez ganó esa mano al separar para siempre a los dos viejos amigos.
Algún día se contará completa esta historia. Luego, otros se fueron o fueron apartados; a cuentagotas en unos casos; otros, con ruido. Los más recientes son Podemos, el PCV y PPT. Estas disidencias no importan demasiado desde el punto de vista de la cuantía de los militantes. Sin embargo, políticamente, son desprendimientos decisivos. Significan la pérdida de los apoyos orgánicos de la izquierda venezolana, en la proporción o extensión que tal cosa signifique hoy en Venezuela. Claro que quedan algunas individualidades que han representado esa tendencia, como Aristóbulo Istúriz o Alí Rodríguez, y también Guillermo García Ponce, cuya capacidad de flotación es imperecedera; pero no bastan. Las capas de izquierda se han ido desprendiendo poco a poco, y, al final, va quedando la verdadera naturaleza del líder y su régimen, se va descubriendo ese simulacro vibrante, con charreteras, cubierto de un discurso vacío; no porque no diga cosas -¡y cómo las dice!-, sino porque es un discurso desde el resentimiento y no desde la izquierda. El radicalismo de Chávez no es el de los jacobinos sino el de los rabiosos; no es la inflamación que produce la injusticia sino la hinchazón por exceso de poder.
Adiós a la Izquierda Esa izquierda que le dio legitimidad, ahora se la quita; y el militar latinoamericano golpista que Chávez ha sido y es, queda allí, al descampado, abotagado en el hartazgo de su mando. El negocio salió mal; esa operación no deja indemnes ni impunes a los que se prestaron al juego de otorgar una credencial revolucionaria a alguien que no tenía derecho alguno para recibirla. La destrucción de la izquierda puede ser el producto no buscado de esta operación de vivos y audaces.
Después de quitarse todos los guantes de seda, queda la garra contraída del caudillo militar del siglo XIX que, enfermo de poder y tembloroso por perderlo, se apresta a clavarla. carlos.blanco@comcast.net

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