Un pasaporte dejó de funcionar porque a su portador le ha dado por oponerse a la "revolución"
El Gobierno dice que está empeñado en la creación de un país sin exclusiones, pero es campeón en el arte de proscribir de la actividad pública a quienes se manifiestan contrarios a sus planes. Con más pena que gloria, para disimular propósitos contrarios puso a rodar un lema alusivo al acercamiento de los ciudadanos.
Con la comparecencia de tres muñequitos tomados de las manos y en cuyo pie se asegura que "Venezuela ahora es de todos", se ha regodeado el régimen en un lema de fraternidad con el cual quiere ocultar un plan consistente en el desalojo de cualquier tipo de disidencia. Un desalojo, en efecto, pues pretende echar de lugares ganados desde épocas remotas, o establecidos recientemente, a cualquiera que desarrolle conductas caracterizadas por la autonomía. La exclusión no se ha manifestado en una represión feroz y masiva. En este renglón el chavismo ha cuidado las formas, si es que se puede usar con propiedad tal expresión ante la calamidad que padece el país.
Los usos para la eliminación del adversario se han manifestado en el lenguaje amenazador y procaz del mandón, repetido y aumentado en vulgaridad por los programas de albañal que ya son habituales en los medios oficiales y oficiosos. Más que ideas desembuchan insultos y ataques arteros, más que críticas arrojan lodo a quienes se atraviesan en su camino, dando pie a la alternativa de reacciones virulentas en quienes calcan las versiones trajinadas por los patéticos comunicadores.
Como espera el momento propicio para reaccionar contra la chabacanería y la patraña, la sociedad apenas ha manifestado su repulsa en términos soterrados. El lenguaje belicista se ha acompañado de medidas punitivas que no conducen necesariamente a la prisión, ni a situaciones vinculadas a la tortura o a la desaparición de ciudadanos, pero cuyo objeto es la liquidación de las posibilidades materiales de quienes se han distinguido por su voz refractaria.
De allí la redacción de vergonzosos inventarios de ciudadanos a quienes se condena a la imposibilidad de obtener decentemente el pan de cada día por el pecado de ser antichavistas. La ciudadanía no ha expresado con énfasis suficiente su reproche ante la magnitud de una segregación así de gigantesca, pero no ha dejado de manifestar solidaridad con los individuos a quienes la clasificación de la autocracia ubica en la condición de apestados. Hoy estamos ante un nuevo capítulo de la represión a la manera chavista, que ahora se orienta hacia individuos determinados con el objeto de advertirles la presencia de un enemigo que puede ser inclemente cuando se lo proponga de veras. De momento se trata de reprimendas aparentemente veniales, cuya meta es la interferencia en la vida cotidiana de los adversarios para anunciarles que mañana las pueden pasar negras. De momento se trata de molestar a ciertos viajeros identificados con antelación para someterlos a interrogatorios ilegales, para hacerles perder el tiempo y la paciencia en las colas del aeropuerto para hostigarlos en el arranque o en la culminación de sus periplos y, como ya ha sucedido, para anular sin motivo un documento personal e imprescindible para quien lo utiliza. Hace poco un pasaporte dejó de funcionar porque su portador es un honorable catedrático llamado Heinz Sontagg, a quien le ha dado por oponerse a la "revolución". Un sello bastó para atentar contra la libre circulación de un ciudadano que pierde un pedazo de su ciudadanía porque un agente lo trae señalado en su lista de réprobos.
En un país que sufrió las dictaduras de Gómez y Pérez Jiménez deben parecer superfluas las medidas aduaneras del mandón, pero conforman el capítulo que está inaugurando en materia de intimidaciones. Estos desquites de alcabala son una perfecta idiotez, en el caso de que pretendan amedrentar a ciudadanos que jamás han ocultado su decisión de enfrentarse a la hegemonía chavista. Nos dicen algo, sin embargo. Nos hablan de la desesperación del régimen ante los espacios democráticos que la sociedad viene abriendo después de soportar años de bravatas e injusticias.
Nos remiten al vértigo que sienten quienes se aproximan a un vacío cavado progresivamente por los hombres que esperan el momento adecuado para saldar cuentas; pero también hacia el crecimiento de una hostilidad del chavismo que puede llegar a extremos desconocidos en los últimos tiempos. El Gobierno profundiza su política de desalojos, pero de manera altamente peligrosa por los artificios de su iniciación, por la manera sinuosa e hipócrita de llevarla a cabo. ¿Habrá caído en cuenta de que puede ser el desalojado? ¿No acudirá en adelante a fórmulas del gomecismo y del perezjimenismo para salirse con suya? eliaspinoitu@hotmail.com
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