Pueblo es la gente que lo sigue, que vota por quien él diga. Lo demás simplemente no es pueblo
La amenaza de Hugo Chávez de no dar recursos a los gobernadores y alcaldes que no pertenezcan al oficialismo es una verdadera mina en cuanto a los muchos comentarios para los que se presta. Se trata de una jugada electoral de la más baja estofa. "Si no votas por mis candidatos, no hay real para tu estado ni para tu municipio". Desde que pronunció esa amenaza, hace ya un par de semanas, se colocó de un solo golpe en el punto más bajo al que puede llegar el chantaje político. No fue, digamos, un proceso gradual, sino que de una vez se ubicó en el extremo de esa ruta.
Muy malas deben ser las cifras que maneja el oficialismo para que el mismo Chávez se haya puesto tan de golpe en una posición tan extrema, a ver si por ese medio tan indigno rasguña algunos votos. La valoración de esa jugada puede optar por una lectura como la que sugiere Rafael Simón Jiménez. Se trata de una bravuconada más de Chávez, quien en el fondo de su alma es poco más que eso: un guapetón de barrio. Un charro mejicano tomando tequila en una cantina de Pénjamo, como gusta decir Francisco Faraco. Para empezar, sostiene esta interpretación, Chávez no puede llevar a cabo su baladronada, por razones legales y constitucionales.
Pero, en segundo lugar, tampoco se va a meter en ese lío, cuando se vea con un buen número de flamantes gobernadores, varios de ellos en los estados más importantes del país, decididos a defender sus derechos y facultades. Estamos cansados de ver el tipo de cosas que hace Chávez cuando el juego se le pone chiquito. ¿En serio? Pero, si dejamos de lado el tema de la bravuconada, siempre plausible, y tomamos la amenaza de Chávez como si fuera una cosa dicha en serio, a la cual vale la pena analizar y prestar atención, encontraremos algunos aspectos de fondo. Por ejemplo, Chávez desdeña olímpicamente la causa por la cual esos gobernadores y alcaldes a los cuales amenaza con dejar sin recursos: nada menos que la voluntad popular.
El hecho de que el origen de sus magistraturas sea el voto del pueblo lo trae sin cuidado. Eso no es cualquier cosa. Hasta cierto punto, no estamos ante ninguna novedad. Siempre hemos sabido, o sospechado, que el voto popular es para Chávez más que todo una vía para llegar al poder y para acrecentarlo, y no una prístina manifestación de la democracia.
Pero se me ocurre que hay algo más. Se trata de la idea de pueblo que tiene Chávez. Nunca podría confesarla tal cual. Eso sería inadmisible en un gobernante que quiera conservar una mínima apariencia de gobernante democrático, cosa que para Chávez es muy importante mantener. Así que hay que desgranarla de modo indirecto de frases o hechos como la amenaza que estamos comentando. Resulta ser que para Chávez pueblo es la gente que lo sigue, que vota por quien él diga. Sus seguidores, sus partidarios, sus huestes.
Lo demás, simplemente no es pueblo. Es una masa confundida, manipulada, pervertida, extraviada, que voluntaria o involuntariamente es un instrumento de la oligarquía y del imperio, ve- hículo, masa de maniobra, carne de cañón, de un plan desestabilizador, de una conspiración continua, de un designio magnicida y bla, bla, bla. Nada en todo caso, que merezca llamarse pueblo. Untermensch, subhombres, dirían en la Alemania nazi. Por eso su voluntad puede ser tirada al cesto de la basura. Pueblo es el que vote por Silva o por Isea, no el que vote por Salas o por Henry Rosales. Punto de llegada No está demás establecer que ese es el punto de llegada del pensamiento democrático del comandante. Nos puede ayudar a entender unas cuantas cosas y a proyectar algunas de las que podemos esperar. Aquí es cuando uno desea que sea la tesis de la bravuconada la que lleve mayor parte de razón. Las consecuencias lógicas, por decirlo así, de esa idea del pueblo que lo reduce a sus seguidores, son potencialmente temibles.
Al contrario, si lo que tenemos no es sino una bravata de charro, no hay mayor cosa que temer. Se tratará en este caso de simplemente ir cogiendo palco para ver qué forma de retirada, de compromiso, de cambio de lenguaje, irá adoptando el barinés para no chocar demasiado de frente contra una realidad que se le impondrá y que él, como llanero astuto que es, sabrá reconocer e irla llevando.
Lo que un resultado adverso el 23 de noviembre sí le pondría enormemente cuesta arriba es su adorado tormento: la reelección indefinida. De ahí a la exclusión y la condena a quienes no lo respalden no hay sino un paso: a sus ojos nadie que le niegue ese capricho- obsesión puede ser pueblo. dburbaneja@gmail.com
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