Los partidos políticos no se han estructurado y no son capaces de garantizar la transición
EL UNIVERSAL
lunes 28 de febrero de 2011 12:00 AM
Los defensores del multiculturalismo y el relativismo cultural deben de estar devanándose los sesos para explicar lo que ocurre en la región del Magreb y en el Medio Oriente, tras los acontecimientos de Túnez que terminaron derrocando al autócrata Ben Alí.
Durante décadas ellos han dicho que el bienestar, la libertad y la democracia, son valores propios de Occidente, imposibles de trasladar a otras sociedades acostumbradas a la pobreza y al autoritarismo. Ahora resulta que en todos los países en conflicto se han desatado poderosos movimientos sociales -al frente de los cuales se encuentran jóvenes y adultos de mediana edad- que reclaman derechos universales.
Son masas cercadas por la pobreza, excluidas de la posibilidad de mejorar su calidad de vida, y sometidas a la represión y la exclusión política. Esa gente enardecida demanda oportunidades de trabajo para no verse forzada a emigrar hacia cualquier país de Europa, y exige democracia y libertad. El programa democrático de esos movimientos aún no aparece claro y es probable que ni siquiera cristalice en el futuro inmediato.
En Túnez, Egipto, donde ya triunfaron los opositores, y en Yemen, Marruecos, Jordania y Libia, donde crece la protesta, nunca existió una sociedad civil fuerte y bien tramada, claramente separada del Estado y de la religión; tampoco hubo partidos políticos de alcance nacional que expresaran las aspiraciones de los ciudadanos, o medios de comunicación independientes con capacidad de juzgar la actuación de los gobiernos. El Estado de Derecho y la independencia de los poderes, propios de las repúblicas, también han brillado por su ausencia. Esas sociedades han vivido dominadas por el verticalismo y las autocracias en sus formas más ominosas.
En esas satrapías se ha mezclado el oscurantismo religioso con la ambición desmedida de poder de sus dictadores, quienes han organizado Estados policiales para reprimir y atemorizar a los ciudadanos. Son sociedades cerradas, en los términos de Popper. En estas condiciones no es posible que surja una cultura libertaria, ni se formen valores democráticos como los que prevalecen en Occidente.
En medio de tal precariedad, esos pueblos han tenido el arrojo de insubordinarse contra déspotas eternizados en el poder mediante la militarización y el terrorismo de Estado, para exigir mejoras económicas y sociales y cambios en el petrificado sistema político.
Queda claro que los ciudadanos del Medio Oriente y el Lejano Oriente no son extraterrestres, ni poseen otros cromosomas o genes distintos a los del resto de los humanos, sino que, así como todos los seres inteligentes, aspiran a disfrutar del bienestar que ofrece el mundo moderno y a la libertad de elegir y cambiar sus gobernantes cada cierto tiempo, tal como sucede en la mayor parte del planeta.
La conquista de otros derechos civiles y humanos, como la libertad de culto, de pensamiento, de expresión, de información o de asociación, la igualdad entre el hombre y la mujer, y otros valores establecidos en la legislación internacional, vendrán luego. Quizás se los propongan los sectores políticos más esclarecidos en el futuro cercano. Los pueblos que hoy luchan por su libertad y por la democracia en sus formas más incipientes, no tienen un panorama despejado. Su futuro luce incierto.
El asedio de los islamitas fanáticos es permanente. Representan un peligro permanente, a pesar de la relativa moderación de algunos y del giro hacia el centro de otros, como los Hermanos Musulmanes en Egipto. Estos grupos, de llegar al poder sin contrapesos firmes, podrían construir regímenes teocráticos parecidos al de Irán, lo cual antes que un avance hacia la democracia y la modernidad, significaría un retroceso para esas naciones agobiadas por problemas socioeconómicos, que requieren desarrollarse y demandan libertad.
La debilidad reside en que los partidos políticos y las organizaciones sociales no se han estructurado y no son capaces de garantizar la transición hacia un nuevo orden más libre. El liderazgo civil aún no parece suficientemente fuerte, mientras los militares conforman el sector más firme y organizado, soporte del poder de los tiranos durante décadas.
A pesar de este horizonte tan comprometido, no caben dudas de que esos pueblos se hastiaron de los autócratas, de sus desvaríos faraonescos, de su incompetencia, de su corrupción. Por estas tierras tropicales podría ocurrir algo similar en diciembre de 2012. Aquí también estamos hastiados. cedice@cedice.org.ve @cedice
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