Libertad!

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jueves, 5 de junio de 2008

La condesa de los Samurais


"Soy condesa de una familia de samuráis abiertos al mundo"
RODRIGO CARRIZO

Presentar a una mujer como "gran dama" es algo caído en desuso y rayando en la cursilería. Pero al cronista no se le ocurre mejor manera de definir a la condesa Setsuko Klossowski de Rola, hija y nieta de samuráis y viuda de Balthus, uno de los grandes nombres del arte del siglo XX. Una señora cuya elegancia y maneras nos llevan por arte de magia a la corte imperial de Kioto; aunque se excusa por "el desorden y el polvo" provocados por la reforma en su casa.
Grand Chalet. Rossinière (Suiza)
La viuda de Balthus cree que Occidente tiene mucho que aprender de Japón
Una casa única en Europa: el Grand Chalet de Rossinière, entre Montreux y Gstaad, en un valle cuya belleza quita el aliento. "Es la construcción más grande en madera de Suiza", explica Setsuko, como le gusta ser llamada. De hecho, aclara con una sonrisa: "Nada de condesa, pues el título va asociado a la posesión de tierras, lo que ya no es el caso. Hoy sólo tengo este chalet". Un chalet con 20 metros de altura y 113 ventanas que Balthus adquirió en 1977, lugar de peregrinaje para personas como David Bowie, Bono o Richard Gere.
"Nací en una familia de samuráis abiertos al mundo", explica en un francés fluido, aunque marcado por un suave acento. "Mi familia me envió a los jesuitas, pues eran los mejores para enseñar la lengua y cultura francesas. Me fascinaban Stendhal y Balzac". Por cierto, la condesa francófila es artista y embajadora de la Unesco, además de escritora y columnista en periódicos. Y mientras explica su trabajo se inquieta: "¡Yo no sabía que los lectores iban a ver lo que hemos comido! Hubiera preparado algo más interesante". Inquietud injustificada, pues los canapés de langosta, la mozzarella y el dulce casero son excelentes.
Este mes se inaugura en Suiza la mayor retrospectiva de la obra de su marido, del que se cumplen cien años del nacimiento.


Y así es como Balthus entra en la charla. El artista viajó a Kioto en 1962, enviado por el ministro de Cultura francés André Malraux, para traer "lo mejor del arte japonés para una gran muestra en París". De arte no sabemos, pero, a juzgar por la historia de amor, lo que sí halló fue una esposa.
¿Y una hija del único país que sufrió el horror atómico no tenía resentimiento hacia Occidente? "En absoluto", exclama casi escandalizada. "Tras la guerra, todo Japón quiso seguir las formas occidentales. A pesar de Hiroshima y Nagasaki, no había odio. Japón tenía, y sigue teniendo, sed de cultura europea". Pero el amor a la tradición es visible en su quimono, al que define como "un tesoro con historia, heredado de mi abuela".
Antes de despedirnos hay una pregunta que se impone. ¿Qué piensa que Occidente puede aprender de una cultura milenaria como la japonesa? "Algo muy importante, y es que nosotros no nos imponemos a la naturaleza, ni tratamos de conquistarla. Los japoneses vivimos con la naturaleza y no contra ella", sentencia.
"En Japón un té no es sólo un té, y una flor no es sólo una flor. Todo tiene un significado especial". ¿Y cómo expresa el amor una sociedad tan refinada? "Decir te amo es una brutalidad para nosotros. Si quiero seducir a un hombre, lo haré con pequeños gestos: un haiku, una comida especial o una disposición particular de las flores. Es algo muy sutil". ¿Y si el hombre no comprende tanta sutileza? "Entonces", concluyó con una sonrisa cómplice, "ese hombre no es digno de mi amor".
Cerezos del japon

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