Libertad!

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domingo, 8 de junio de 2008

Ana María Valeri // Entre el elogio, la descalificación y la verdad

Una de las acciones que más pareciera definir a la gran mayoría de los venezolanos en lo político, es la de desechar las opiniones u opciones que le parezcan inconvenientes, aun cuando apenas días y quizá hasta minutos antes se haya defendido a capa y espada lo que se encuentra rechazando a cabalidad. Es increíble la facilidad con que pasamos de la defensa a muerte de un principio, a la impugnación de una verdad que nos es desfavorable, la rapidez con que vamos del elogio a la descalificación.
Esto sucede cada vez con mayor frecuencia, y lamentablemente, no importa llevarse por delante lo que sea y a quien sea, con tal de buscar alguna causa oculta de algo que sencillamente aparece como una verdad inocultable.
Traigo esto a colación porque han sido varias y distintas las oportunidades en que este fenómeno se observa. Una de ellas fue cuando Manuel Rosales reconoció el triunfo de Chávez en las pasadas elecciones presidenciales. Al candidato opositor se le endilgaron toda serie de insultos, y de manera inmediata, en el mismo sitio donde se encontraban muchísimos opositores esperando los resultados del supuesto triunfo que tendrían. La misma gente que lo apoyó durante meses, le abandonó en cuestión de minutos y lo crucificó, por haber aceptado un hecho que les desfavorecía. A pesar de eso, Rosales continúa en la lucha política, porque, como político que es, sabe que en esa rueda, hay veces que se está arriba y otras se está abajo.
Igual ha sucedido y sucede con Luis Vicente León. En varias oportunidades, en sus artículos de El Universal, Luis Vicente traduce el resultado de sus encuestas donde nos hace ver diferentes situaciones, sean favorables o adversas para los opositores o el chavismo. Cuando ocurre lo primero, no hay quien no recomiende su artículo, y de ser lo segundo, ni sus morochos se quedan exentos de recibir los dardos de los radicales. Afortunadamente, Luis Vicente le pone humor al asunto y continúa mostrándonos asertivamente sus estudios.
Por otra parte, cuando Fausto Masó habla de nuestros errores, no se es tímido para decir que tiene un acuerdo con el Gobierno, pero si hace un análisis del entorno y nos cita los aciertos, sobran elogios para sus intervenciones. Felizmente, su agudeza y experiencia no le da importancia a esos comentarios.
Asimismo, cientos de veces se ha escuchado que el país carece de líderes. Ahora que aparecen muchos de ellos en las comunidades con ganas de ejercer un cargo público en beneficio de su comunidad, resulta que no los queremos porque "lo que buscan es su propio beneficio". ¿Entonces? Y si se decantan por el método de las encuestas y nos elimina a nuestro favorito, la encuesta fue "comprada" o no sirve. Si nos lo coloca de primero, entonces sí es una encuestadora seria. ¿Quién nos entiende?
Pareciera entonces que los venezolanos nos movemos entre los extremos del elogio y el de la descalificación sin encontrar un punto medio de objetividad en el camino. Me atrevería a pensar que hay dos tareas pendientes en el mundo de nuestra realidad política nacional. La primera es comprender que la verdad es verdad y no puede ser cambiada con descalificaciones y la segunda, que la humildad es el primer paso para entenderla.

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