Libertad!

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martes, 10 de junio de 2008

Discurso de aceptación del Premio Octavio Paz


por Eugenio Montejo el poeta habló de la responsabilidad del artista en estos días ominosos.I.No ha sido corto el camino para llegar a este recinto.
(EXTRACTOS)
Y en verdad no podría serlo porque se trata del camino de una vida cuyo rasgo más determinante, si alguno ha tenido, es haberse destinado a servir a la poesía. Los primeros pasos, ocultos ya por el olvido, quizá dejaron entre sus huellas la harina del taller blanco, el nombre con que en otra ocasión me he referido a la vieja panadería que cobijó mi infancia, al reivindicarla como la primera aula frecuentada en mi aprendizaje de la poesía.
Tal vez resulte algo extraño relacionar el inicio en un arte verbal con los talleres de confección del pan, los mismos que hoy se ven reducidos a los grises implementos de un quehacer mecanizado, pero en las antiguas panaderías, y tal era el caso del taller blanco, aún pervivían intactos los rituales y procedimientos provenientes de una era bastante remota, muy anterior al predominio eléctrico. La olfativa evocación que se lee en uno de los versos de López Velarde, cuando menciona "el santo olor de la panadería", sin duda proviene de una de aquellas antiguas casas del pan. Todavía en mi niñez era posible encontrar en su seno, como en otros núcleos de trabajos artesanales, ciertas prácticas de oficio que podían proporcionarnos algunas enseñanzas equivalentes a las de la escritura. Y sobre todo, dentro del cotidiano trajín de la cuadra, se aprendía a valorar la fraternidad como una luz esencial entre los hombres. Diría que la fraternidad, ese sentimiento tan propicio a la voz del poema, había adquirido en aquel ámbito el color impoluto de la harina que marcaba su presencia en todas las cosas.Aquellos fueron, sin embargo, los primeros pasos, pues andando el tiempo debí percatarme de que la escritura más afín al taller blanco se reducía a una práctica tal vez cercana a la jeroglífica, ya que como todas las de su índole debía valerse siempre de la representación de un determinado signo y lo reiteraba con devoción casi sagrada: el pan, antes y después del horneo, en aquel tiempo y en éste, conserva la misma forma de un pez dormido y no debe de estar lejos de tal imagen el dibujo de su jeroglífico, en tanto que para la escritura de la poesía me era imprescindible valerme del alfabeto y de sus infinitas combinaciones. Del alfabeto cotidiano aprendido en la escuela y del otro, el inabarcable alfabeto del mundo, cuyos símbolos bien sabemos que no se alcanzan a descifrar en el curso de una vida.Dije antes que no había sido corto el camino para llegar hasta aquí. Quisiera añadir, además, que no he venido del todo solo. "Yo no voy nunca solo al fondo de mí mismo", escribió Jules Supervielle.
................En el caso de nuestra poesía, sin mencionar la dilatada tradición hispanoamericana con sus ecos y variaciones, se encuentra la para mí más cercana poesía escrita en Venezuela. Pensando en ella, creo que de algún modo esta noche también han venido hasta aquí conmigo, acompañándome, los poetas Vicente Gerbasi y Juan Sánchez Peláez, para sólo nombrar a dos maestros ausentes, cuyos poemas resultan ya imborrables de cualquier florilegio lírico de Hispanoamérica.Temprano, con mis primeras letras, supe que la lengua que hablábamos en casa, la misma en que intentaría más adelante escribir mis poemas, se había escuchado por primera vez en nuestra tierra durante la fugaz permanencia del Almirante Cristóbal Colón en el tercero de sus viajes, cuando, al desembarcar en las inmediaciones del Orinoco, creyó localizar allí nada menos que al Paraíso Terrenal.
Podía ponerle, por tanto, fecha precisa a la llegada de la lengua castellana a la región de la actual Venezuela, puesto que en esta misma lengua el Almirante se aprestó a bautizarla tan pronto la viera. La llamó, como se sabe, esta tierra de gracia. La lengua en que escribió estas palabras contaba para la época una antigüedad de quinientos años, exactamente la misma antigüedad que tiene ahora entre nosotros.
En el curso de esos cinco siglos la antigua lengua traída por las carabelas se ha enriquecido al contacto con las lenguas indígenas, con las venidas de África y todas las otras, occidentales o no, habladas por quienes llegaron a vivir en nuestro suelo. Mucho de cuanto nos define —y mucho de cuanto por nosotros mismos nos es difícil definir— circula por su cauce.
Con el tiempo, me he convencido de que en su entonación se halla inscrito el paisaje espiritual de nuestras gentes.De modo, pues, llegué a decirme, que si en algo podíamos reconocernos, era sin duda en esa lengua, y sobre todo en las variaciones lexicales, morfológicas y tonales con que a lo largo de los siglos la habíamos hecho nuestra, las mismas variaciones con que, en el decurso de una lenta modulación sin término, la habían hablado las generaciones que nos precedieron. Ahondar en su tradición milenaria desde el espejo tonal de nuestras verdades afectivas me pareció, por tanto, el modo más cierto de servirla, de entrever a través de sus signos la enigmática sombra del dios Toth, el dios egipcio del lenguaje, con su cara de ibis y su cuerpo de hombre, desde las galerías de nuestras voces entrañables.
......A través del suplemento literario que más tarde dirigió en Caracas, se hicieron frecuentes los ensayos y comentarios que Reyes enviaba periódicamente a Venezuela en la década de los años cincuenta, cuya lectura fue seguida con atención creciente. Fue en este mismo suplemento del diario El Nacional donde se divulgó por primera vez un notable ensayo de Octavio Paz, publicado en dos entregas, sobre la poesía mexicana.
Ese diálogo secular, con la cultura y la historia de México, ha tenido una de sus más benéficas proyecciones en la noble hospitalidad que en distintas épocas los exiliados de muchos países han encontrado en esta tierra. Fue así un día para nuestro Rómulo Gallegos, como para tantos otros intelectuales que han conseguido en este país un refugio protector y amable.Sería extensa la relación de nuestros vínculos con la literatura de México.
.................Los solidarios amigos coloristas, al adornar las páginas del libro de Tablada, parecían acoger por sí mismos la invocación consignada en los memorables versos de Carlos Pellicer:
"Trópico, para qué me diste /
las manos llenas de color. /
Todo lo que yo toque
se llenará de sol ".III.
"¿Le interesa Octavio Paz?" —es el mismo Pellicer quien amablemente me interroga una lejana tarde de 1961. Tras el inicial saludo, le había preguntado a mi vez por el autor de El arco y la lira. Estábamos en la Valencia venezolana, adonde él había ido a dictar una charla sobre museografía. Desde la década de los años treinta, cuando muy joven Pellicer había propiciado la denuncia de la dictadura de Juan Vicente Gómez por los universitarios mexicanos, la estima artística y humana del maestro de Tabasco contaba con un cariñoso arraigo en nuestro país. En los actuales días, si bien aún se pregunta por los poetas y por sus obras, con mayor frecuencia se suele interrogar acerca de la utilidad de la poesía, acaso como uno de los distingos de la era presente, tan inclinada a sospechar de todo cuanto no propenda a un fin material y palpable. Las contestaciones a menudo esgrimen el contrasentido quizá para esquivar la futilidad de la pregunta, cuando no sirven de pretexto para desahogar los ánimos vanidosos. Una especie de respuesta, sin embargo, que es posible invocar desde la hora que vivimos, se concreta en la prueba que les correspondió afrontar a los artistas durante la centuria que concluyera hace apenas un lustro. Entre las lecciones dejadas por ese siglo terrible, una de las más decisivas concierne a los avatares del poeta frente a los regímenes totalitarios.
............Fue ésta, como sabemos, una prueba dolorosa, muchas veces cruenta, en la que no pocos pagaron con su vida la defensa de la libertad y de la tolerancia. Se sabe que al poeta Ossip Mandelstan lo pierde un poema contra Stalin, un poema que, a decir de Joseph Brodsky, resulta demasiado logrado como para que Stalin no sintiese que le había llegado muy cerca. Asimismo, al leer la obra de Ana Ajmátova, resulta difícil precisar qué asombra más en la genial poeta rusa, si el don verbal que la arrebata y la lleva a escribir poemas como Réquiem, creaciones icónicas de su tiempo, o la inaudita capacidad de sobreponerse a todos los golpes de sus perseguidores.
............De igual modo se sabe que en las confrontaciones de la época no faltaron los artistas que defendieron ardorosamente los dogmas ideológicos, algunos con rectificaciones más o menos oportunas, otros con la insistencia empedernida que hasta el final de sus vidas los hizo víctimas de sus credos. Desde nuestra hora, aunque la perspectiva histórica haya despejado la evaluación de las cosas, se hace visible la confusión que propició en muchos espíritus la proximidad de los hechos. Aquello que a una determinada adhesión añade en definitiva el carácter, más que los discernimientos de la inteligencia. De algún modo, las decisiones fundamentales siempre han dependido más del ser que del saber. Sin embargo, más allá de las posturas que son parte de la historia, una lección principal que nos depara la anterior centuria arraiga en el convencimiento de que nunca debe rehuirse la adhesión a la lucidez y a la tolerancia del pensamiento.
Y define al poeta como
"Un hombre /
que crea el poema /
con el sudor de su frente".
Más canónica y en buena parte vigente desde finales del siglo XIX es la conocida definición de Stephane Mallarmé, para quien el poeta es aquel capaz de purificar las palabras de la tribu, de devolver las palabras a su estado de pureza genésica. Podríamos citar varias otras, pero me gustaría recordar, entre las más sugestivas, sólo una más que, por cierto, cuenta con el prestigio de provenir de la era prehispánica, puesto que se debe a los nahuas.
Para ellos, que veneraban las formas de expresión noble y cuidadosa, según afirma Miguel León Portilla, el poeta o narrador, el tlaquetzqui, es "aquel que al hablar hace ponerse de pie a las cosas". ¿Debemos ir a buscar otra definición del poeta en abstrusas bibliotecas, en culturas remotas, si disponemos de ésta que nos resulta tan entrañable? En todo caso, la antigua noción de magia verbal, tan cercana a esta definición, que ha logrado sobrevivir al asedio racionalista, viene a recordarnos que la escritura de un texto lírico nace acompañada de una porción de enigma inseparable de la voz que la recorre.VI.Con el nuevo milenio que despunta, sin embargo, se acentúan otros signos perturbadores que atañen en mucho a la vida y, por ende, a la poesía y al arte de nuestro tiempo. Me refiero, entre otros, al peligro mayor de una devastación nuclear, como una amenaza que otras generaciones desconocieron, al menos en la magnitud con que hoy ésta nos concierne.
Puesto que la poesía lleva implícita la defensa de la vida, y la vida no se deja definir sino en términos de esperanza, la amenaza apocalíptica es un extraño sol negro, frente al cual hemos de escribir en el siglo que ha comenzado, un siglo, como pocos, difícil de atravesar en la historia de la humanidad.No trato de decir que el artista haya de imponerse como tema el sombrío referente atómico, pues es sabido que en el arte las determinaciones voluntarias casi siempre pueden poco. La noción apocalíptica, no obstante, forma parte de la vida en este nuevo siglo en una proporción desconocida por las generaciones de otras edades.
De existir una determinada entonación que distinga a esta era que vivimos, en las distintas lenguas debería de escucharse una cierta sintonía en los tonemas que reflejan el peligro. El hecho de que nada sepamos del futuro, salvo que debemos crearlo entre todos, aumenta la responsabilidad del artista. Su adhesión ética ha de estar del lado de la civilizada tolerancia y de parte del desarme tanto por fuera como por dentro del hombre.VII.Cuando la voz de la presidenta de la Fundación Paz, Marie-José Paz, me anunció al teléfono el veredicto del Jurado, luego de tan abrumadora sorpresa, tres palabras vinieron a mi mente al intentar discernir la reacción de mi ánimo en ese preciso momento: honor, alegría y responsabilidad.
............La tercera palabra es responsabilidad, cuya noción en el dominio de la creación artística y de la postura ética asocio al nombre que lleva este honroso premio. Estas tres palabras compendian el sentimiento abigarrado que embargó mi ánimo al momento de conocer la noticia.
Creo que las tres pueden resumirse en una sola palabra, que es tal vez la más hermosa de nuestra lengua: la palabra "gracias".
Gracias a la Fundación Octavio Paz.
Gracias a los integrantes del Jurado.
Gracias al Fondo de Cultura Económica.
Gracias a México. -

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