Libertad!

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sábado, 15 de enero de 2011

CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ | La condición humana

La condición humana

Olvida que, pese a la gangrena, la decencia existe incluso en el chavismo
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ | EL UNIVERSAL
sábado 15 de enero de 2011 12:00 AM

En una secuencia memorable de la literatura del siglo XX, -y del Socialismo del Siglo XX-, André Malraux narra la historia de Katow, un agente de la Internacional destacado en Shanghai para la organización del Partido Comunista en 1927, días de la histórica sublevación de la ciudad. Derrotado el intento, detienen a Katow junto a muchos otros y lo arrastran a un viaje sin retorno en la infernal locomotora donde arrojaban vivos los insurrectos a la caldera. Lo conmueve el pánico de un joven camarada en la perspectiva de suplicio tan atroz y le cede el único bien valioso en ese momento terminal: la pastilla de cianuro, pasaporte a una muerte rápida. Prefiere inmolarse en el fuego, al fin y al cabo es uno de los jefes del movimiento.

Hombres excepcionales se yerguen desde la soledad del calabozo o la sala de torturas, para enfrentar el horror de la bestia del poder. Jan Valtin (seudónimo del periodista alemán Richard Krebs) en su autobiografía La noche quedó atrás, rememora cómo caminó por el peligro ultramortal de una inconcebible cuerda floja. Agente alemán de la KGB estalinista, engaña a la Gestapo al superar la tortura sin decir nada, y logra infiltrarse en ella. Se hace doble agente y mantiene ese juego suicida al servicio de Stalin, hasta que espantado por los crímenes soviéticos huye y escribe esta monumental obra. Dicen que la intensa historia de amor que vivió con su mujer, muerta en manos de los nazis, inspiró los personajes de Bogart y Bergman en Casablanca.

El periodista checo Julius Fucik enfrenta la muerte en la Gestapo con una serenidad sobrehumana y escribe en su Reportaje al pie del patíbulo: "Abro los ojos y aún no llega la muerte sino torturadores con cubos de agua a despertarme... aquellos a los que dañé, que me perdonen. A los que ayudé, que me olviden. Y que mi nombre jamás sea asociado a la tristeza". El escritor revolucionario ruso Vassily Grossman relata sus dolorosas, apasionantes, oscuras y profundas vivencias en Vida y destino. Preso primero en un campo de concentración nazi y luego en otro estalinista, conoce los dos infiernos para ayudarnos a concluir que ambos eran peores. En su extraña novela El Tunsgteno, Vallejo habla de Servando Huanca, y en Trilce, de Pedro Brito, ambos sindicalistas víctimas de la represión. Al último le consiguieron "en el cuerpo un gran cuerpo y en el bolsillo una cucharita muerta".

Todas esas obras, menos o más, autobiográficas (Malraux no estuvo en la rebelión de Shanghai pero sí en la gemela de Cantón) tienen un rasgo común. La fortaleza moral de los que se levantaban contra torturadores, sicarios, como cerca de nosotros aquellos "parados" en las cárceles castristas o las Damas de Blanco. Personajes reales y de ficción interactúan para reproducir el heroísmo verdadero de varias generaciones que murieron en pos de la inalcanzable utopía revolucionaria, pero cuyo pecado original lo celan la abnegación, el valor y el desinterés para enfrentar prometeicamente la tortura o la muerte. Prometeo es el símbolo de la libertad. Entregó el fuego y la artesanía a los seres de un día y Zeus hizo que el águila le comiera el hígado ad eternum. Desde la roca a la que estaba clavado por el centro del pecho, lejos de implorar, increpaba fieramente al poderoso, sin oír los mediadores que le pedían moderación. Prometeo es Franklin Brito y no murió por unas tierras, sino por no aceptar que le negaran su dignidad de ser humano. Esa será una imborrable impronta de crueldad, inhumanidad, ferocidad y sadismo en el hocico del régimen.

La degradación de esa épica revolucionaria es el Socialismo del Siglo XXI y en ella una excrecencia genérica que encarna el anti-Brito y la negación de cualquier moralidad. Vamos a llamarlo "Robertico" para personificar la claque de intelectuales gallináceos que medraron en la democracia, muy lejos siquiera de un rasguño, becarios en París, mimados por jerarcas culturales, nunca recibieron más que besitos. Hoy exuda arrojo, entre las botas de una dictadura tropical corrupta y desmoralizada, para insultar, calumniar, burlarse de tragedias ajenas, mentir como inquisidor, escaldar, ensuciar gente honorable (¡una bruja griega se dedicaba a convertir los hombres en cerdos para verlos hozar!). ¿Qué sentirá cuando asoma su rostro de piedra en la televisora del PSUV (y al espejo para afeitarse) o envilece el ciberespacio con twitts para malear la "guerrilla comunicacional"? Olvida que, pese a la gangrena, la decencia existe incluso en el chavismo.

@carlosraulher

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