Eduardo Gautreau de Windt*.**
Don Arsenio era casi adicto al té que le preparaba la señora del servicio. Era de manzanilla y flor de tilo; delicioso, quizás por el amor que Carmen ponía en hacerlo.
-Las compré ayer en el mercado y están bien frescas y el olor es divino...
-casi orgásmico- replicaba él- mirándola con malicia, redomada, igual como la miraba desde hace más de 10 años.
-Bue... bueno, así como usted dice, Señor- ruborizada, respondía ella. Y ruborizada se marchaba, solo pensando en él. Al igual que como hacía, desde hace más de una década, cuando se acariciaba íntimamente pensando en él.
Era virgen aún; un caso raro. Se podía decir que era ya casi jamona, como antaño se le llamaba a las solteronas de antes, que ni se casaban, ni tenía nunca un marido y jamás, jamás se habían entregado al placer, en los brazos de un hombre. Pero ella, repito, era un caso raro, pues aún cuando satisfacía su desfogue pasional con Laura, su ayudante de cocina, ´pensaba en él... en Don Arsenio, su patrón.
En las noches de luna, tenía la costumbre de bañarse es la pileta del fondo del patio, desnuda como la noche. Y esto ambos lo sabían: el patrón y Laura, por separado. Y ambos, ocultos, la observaban, masturbándose. Lo peor del caso era que ella, sabía lo de ambos y se esmeraba en mostrarse, sensual bajo la luna.
-Mañana, hay luna llena, ojalá, que no se nuble el cielo, pues está por llover.-Anunciaba con fingida inocencia y dejadez, al asear la gran sala conjuntamente con Laura, mientras Don Arsenio, leía y releía el periódico local, ya a media mañana.
Era otoño, la enorme secoya del medio del jardín había derramado sus hojas, como un sacrificio ineludible, y sus ramas desnudas, apuntaban al cielo en interrogación muda y respetuosa. El viento era mucho más fresco y la luz, inclinada hacia el sur y el oeste, le daba un toque mágico al ambiente de aquella casa elegante y señorial de los Mendoza.
Aquella mansión la había heredado don Arsenio de sus abuelos, con quien se crió, pues sus padres habían muerto muy temprano en sus vidas, en un viaje de avión, trágico para la patria entera.
Nadie se explicaba por qué el rico heredero de toda esa fortuna no se había atado a nadie y se comentaba, que cuando estudiaba en Francia, una mujer apasionada y misteriosa le había robado el corazón, luego de un largo y desgarrante "affaire" marcado por locas secciones de amor, en las que no faltaban intensas muestras de pasión extrema.
Margarite, era pintora y escultora; bohemia y alocada. Acostumbrada al amor libre, al sexo fuerte y a pasearse desnuda por su enorme piso en el París antiguo, con frente hacia el gran Louvre, desde donde era dueña de una envidiable vista de casi toda la cité de la lumiere.
"Tú eres mi mayor fuente de inspiración". "Tú jamás podrás olvidarme, mon Cheri". "Arsenio, tú jamás tendrás otro mujer en tu vida". Esas frases, pronunciadas con su fuerte acento francés, en un poco cuidado castellano y con una desfachatez y desparpajo sin parangón, no le restaban peso de sentencia, por el misterio con que ella rastrillaba cada palabra, mirándole a los ojos y acariciándole el rostro, para finalizar besándolo desquiciadamente. Y a seguidas se desataba la pasión entre los dos. Una pasión desenfrenada y loca. Enfermiza tal vez; digno fruto de un amor turbulento de esos que destruyen a los propios amantes.
Arsenio Mendoza finalizó sus estudios en París, en el verano de 69, pero no partió a su país, como debía de hacer y pernoctó, pululando en aquella encantadora ciudad, atado y sin juicio, a los desenfrenos de su estrambótica amante. Casi un año ya había pasado, cuando en un arrebato de arriesgada cabriola, bajo los vaporizos del exquisito vino, cayó desde la barandilla del balcón, desnuda, al seco pavimento de la noche, intentando concitar a todos los que pasaban a que hicieran el amor y no la guerra.
"París y toda la Francia, han sufrido demasiado por las guerras, no es justo, y hay una fácil solución: Marselleses, hagamos el amor y no la guerra, seamos ejemplo para el mundo entero" fueron sus últimas palabras, al perder el equilibrio hasta chocar en la dura acera, fría y seca. La policía lo tildó de suicidio, pero Arsenio, que sabía de su amor a la vida, infructuosamente intentó que la prensa reseñara su versión real. Esto empeoró su desdicha y, desecho, partió sin rumbo por el resto de Europa, hasta que ya sin medios económicos, tuvo que regresar al viejo Gazcue de su señorial infancia, que lo acogería de nuevo como una amante madre, sin preguntarle nada y solo consolarle.
Carmen mantenía muy cortas y cuidadas su uñas de ambas manos. En cambio Laura, solo tenía la del índice izquierdo levemente más corta. Eso era un motivo de reclamo constante.
-Caramba, me rompí un uña.- alzó la voz con gran disgusto la joven ayudante.
-Si las tuvieras como yo no te pasaría. –Ripostó Carmen- Ya te he dicho que no es apropiado y es hasta antihigiénico que quien cocine tenga uñas largas. ¡Córtatelas todas de una vez! –Dijo con leve enojo.
En ese instante entró don Arsenio a la cocina. Ambas abandonaron la discusión y solícitas abordaron al patrón.
-Voy a llegar tarde hoy. Tengo una cena de negocios.
-¿Le guardo su té en la mesita de noche, como siempre?- Dijo Carmen, con dulzura y respeto.
-Sí, sí. Ponlo allá. –Dijo, ajustándose los lentes.- y con un leve ademán se despidió, como acostumbraba.
Carmen pensó que sería una luna llena desperdiciada, sin imaginarse lo que sucedería esa precisa noche.
Terminaron las labores de la casa temprano, pues no hubo que hacer cena. Se las arreglaron bien calentando restos de comidas guardadas en la nevera. Luego se sentaron en su habitación a ver una telenovela que rara vez veían pues se pasaba en horas que usualmente ellas estaban trabajando. En silencio, a penas murmuraban algo sobre lo que sucedía. De repente Laura se levantó y salió a la cocina, abrió cuidadosamente la puerta que daba al patio y se abocó a la noche, que esplendida, esperaba por Carmen, para que se refrescara. Si titubeos fue a la pileta, se soltó el largo pelo y se desnudó, dejando correr el agua cantarina por su joven y suave piel color de plata, al adquirir el tenue matiz lunar, acariciándose con una esponja empapada de un jabón líquido perfumado que le había regalado su novio días atrás.
Carmen al escuchar entre el susurro de la noche el invitante canto del conocido chorro de la pileta, se sorprendió y con emoción acudió resuelta. Era la primera vez, que Laura se atrevía a bañarse y era, también, la vez primera que tomara la iniciativa en el juego de pasión prohibida. Se detuvo unos instante y contempló la silueta brillante de la joven, parecía una escultura griega bañada por la luna en pos de los deseos. Suspiró profundo y continúo su avance hacia la búsqueda de aquel placer. Si emitir palabra alguna se entrelazaron en un fundido abrazo sellando sus cuerpos y sus bocas bajo la fina película del agua luminosa que emanaba del astro y de la noche. Solo gemidos y vagidos lanzaban hacia las estrellas, como comprobación de las repetidas culminaciones de placer y sentir que ambas se regalaban bajos las caricias de la honda y prodigiosa noche.
Y así, casi al borde de la desesperación, con un fino temblor en ambas piernas, olvidaron sus nombres, olvidaron la hora, se olvidaron de todo.
Don Arsenio, apresuró su vuelta, consciente que era noche de luna y de contemplación. Noche para el placer distante y prohibitivo. Por la ocasión y la emoción acumulada, había bebido unas copas de más. Estaba alegre, algo nervioso, pero alegre al fin. Llegó apresurado y callado y sin prender la luz de su recamara, se acercó a la ventana acostumbrada para disfrutar de su escena mensual. Era el momento más sublime de todo el mes. Su “máximo secreto”, pues creía que ella no se sabía contemplada. ¡Cuál fue su enorme sorpresa! Se restregó los ojos sin creer lo que estaba viendo.
-¡Mon Diu! ¡No puede ser!- Se le agitó al máximo su lento corazón, desacostumbrado ya a esos golpes de pasión sin límites. Y recordó de pronto a su Margarite. Su “París” revivió de lleno. Sintiendo una erección inusitada, casi se mata en el primer orgasmo. Bestialmente se masturbó, igual que un “desgraciado”. Para comprobar rápidamente que eyaculó estrepitosamente, manteniendo su enorme rectitud. Si pensarlo dos veces decidió aventurarse a la unión intempestuosa con esas diosas del sexo que le habían devuelto, sin saberlo, a la vida.
Don Arsenio murió varios años después. Luego de haber vivido, en Gazcue como en París, una pasión resuelta y desquiciante. Una vida plena de vivencias incomprensibles para casi todos los que le conocieron. En sus últimos años gozó de una alegría incomparable y una vitalidad inusitada. Y al morir, después de haber escrito sus memorias, nadie se explica el por qué de su inmensa bondad con las dos mucamas que lo cuidaron celosamente hasta su muerte, plenamente dedicadas a él.
-¡Qué suerte, tener un patrón tan agradecido!
-Sí, pero le fueron empleadas fieles. Hoy no se encuentran así.
-Son muy buenas mujeres, de verdad. Mira como le lloran.
Desde el sepelio, la renovada felicidad de la mansión de los Mendoza se mantiene, ahora en manos de sus nuevas dueñas.
* Médico, Poeta y Escritor.
eduardogautreau@hotmail.com
** El erotismo es una forma, también de literatura, en la que hay que decir las cosas con elegancia para que no sean vulgares. Pero el erotismo es humano y nada que sea humano escapa a la literatura.
Eduardo Gautreau de Windt
Nota:El autor es um médico dominicano, excelente poeta, escritor y cirujano de tórax.
Hizo su postgrado en el Hospital Simón Bolívar, del Complejo Hospitalario José Ignacio Baldo, El Algodonal. Caracas Venezuela. Es un hijo putativo de nuestro país.
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