Alberto Rodríguez Barrera
Pero el gobierno de Rómulo no sólo sobrevivió. También hizo. Con ánimo resuelto y voluntad de acertar realizó una obra administrativa plantado como hito y haz de señales en la historia contemporánea de Venezuela, aun cuando se realizó todo lo que se quiso o pudo hacer, porque las revoluciones democráticas no se realizan por imposición autocrática. Pero fue un quinquenio favorable para el país: ningún otro régimen había hecho tanto a favor de la nación y del pueblo como lo que se hizo durante el período que concluyó en 1964, como punto de arranque de una sucesión de gobiernos civiles que hicieron evolucionar el país como nunca antes. En los campos administrativos, económico, social y fiscal, fue comienzo y camino, ruta abierta que incluía la rectificación de rumbos, desandar lo andado y abrir otros caminos.
Rómulo Betancourt ganó las elecciones del 7 de diciembre de 1958 con 1.284.000 votos y gobernó desde el 13 de febrero de 1959 hasta el 11 de marzo de 1964, cuando le entregó el poder a Raúl Leoni.
Rómulo fue el primer venezolano que habiendo ganado la Presidencia de la República por elecciones populares, formó un gobierno de coalición nacional, gobernó completo su quinquenio pluripartidista y entregó pacífica y democráticamente el poder a su sucesor. Unir las fuerzas políticas para gobernar es la manera coherente para impulsar el desarrollo integral del país.
Durante su Gobierno se repudió a los intentos de grupos dictatorialistas –reaccionarios los unos, seudorrevolucionarios los otros- que pretendían hacer retrogradar a Venezuela al despotismo, al de estirpe clásica o al de ahora, a la cubana. Rómulo actuó con firmeza en defensa de las instituciones democráticas y del mandato recibido del pueblo.
Por un lado estaban los epígonos del despotismo derrocado el 23 de enero de 1958, algunos perseguidores del dinero fácil y negocios turbios, y por el otro los comunistas. Rómulo no vaciló para denunciar ante el país y para sancionar, dentro de términos de ley, a los empresarios del golpe de Estado de viejo estilo y a los promotores de la “revolución popular” financiada y armada desde La Habana, y dirigida desde allí mismo por control remoto, como en los actuales momentos, con éxito, vuelve a suceder.
Diversos cuartelazos y complots revelaron la contumacia de quienes continúan considerando el poder como botín de audaces. Aventureros de toda índole encontraban, para sus conspiraciones de medianoche, estímulo, aliento y soporte económico en individuos de los grupos poseyentes, enemistados a muerte con el impuesto sobre la renta, la organización de sindicatos, la vigencia de los partidos políticos y las formas democráticas de gobierno. Todo ello conlleva ordenamiento fiscal y trabas para el enriquecimiento ilícito y rápido.
Rómulo no se iba a dejar derrocar. Contaba con unas Fuerzas Armadas institucionalistas y un vasto frente cívico. El quiste de quienes deseaban que diera marcha atrás el reloj de la historia fue severamente golpeado, pero no definitivamente eliminado.
El otro tipo de subversión, más insidiosa, la de filiación comunista, pródigamente asistida desde Cuba con dinero, armas y entrenamiento para el sabotaje, el atentado personal y las guerrillas. Los soviéticos y los chinos elogiaban por igual las embestidas terroristas contra el Gobierno de Betancourt. Torearon al alimón.
Ambas conspiraciones –de derecha e izquierda- terminaron por coincidir y acoplarse. La simbiosis comunismo-reacción solicitó aliados mercenarios en los bajos fondos del hampa, como heterogénea fauna humana presente en motines callejeros, atracos a bancos, asaltos a residencias particulares y en rebeliones militares. El Gobierno de Betancourt no mantuvo relaciones diplomáticas con regímenes espurios, nacidos de la violencia armada. Remover con el bisturí la parte dañada por la gangrena, evitando su expansión, rige en la vida de relación de los pueblos.
Pero el gobierno de Rómulo no sólo sobrevivió. También hizo. Con ánimo resuelto y voluntad de acertar realizó una obra administrativa plantado como hito y haz de señales en la historia contemporánea de Venezuela, aun cuando se realizó todo lo que se quiso o pudo hacer, porque las revoluciones democráticas no se realizan por imposición autocrática. Pero fue un quinquenio favorable para el país: ningún otro régimen había hecho tanto a favor de la nación y del pueblo como lo que se hizo durante el período que concluyó en 1964, como punto de arranque de una sucesión de gobiernos civiles que hicieron evolucionar el país como nunca antes. En los campos administrativos, económico, social y fiscal, fue comienzo y camino, ruta abierta que incluía la rectificación de rumbos, desandar lo andado y abrir otros caminos.
Dos años antes de que la Carta de Punta del Este acordara la formulación de planes nacionales para varios años, aquí se puso en marcha el Plan de la Nación. Fue formulada en él, después de realizarse con asesoría internacional serios estudios técnicos, una evaluación de las necesidades básicas del país para satisfacerlas en quinquenios de acción administrativa, escalonada por años. CORDIPLAN fue una creación ilustre, que hoy se mantiene como imprescindible, pese a los ineptos.
Hasta 1958, durante 10 años, lo faraónico y suntuario llevó a creer que administrar era edificar costosamente, lo cual permitía a la claque gobernante sus inescrupulosos porcentajes ilícitos. Caracas fue escogida como epicentro casi único de una política de cemento armado que buscaba alardes de gigantismo para impresionar al turista. Pivotes de la actividad económica eran las especulaciones de terrenos y propiedades, y el chorro de divisas petroleras derivaba hacia las cuentas bancarias en el exterior, mientras el país continuaba sin las infraestructuras físicas que le dieran rango de nación. Esto comenzó a cambiar contundentemente.
La economía nacional acentuó con la dictadura su carácter monoproductor, con una agricultura atrasada y una industria incipiente. El alto comercio se llenaba con mercancías de importación, haciéndonos una Hong Kong sudamericana, baratillo que vendía y compraba la producción de otros, con una política fiscal tarada, impregnada de corrupción.
El pueblo era el gran ausente del interés oficial, como en toda autocracia, no tenía escuelas, casa habitable, tierra suya, trabajo estable, protección para su salud. Por eso surgió el 23 de enero, por eso se degradan y caen los gobiernos. Esto lo enfrentó el gobierno constitucional, y lo hizo con aciertos y errores. Los empeños iniciados buscaban darle un vuelco a esa acción administrativa inconexa, ordenar y moralizar la gestión fiscal, impulsar la diversificación y venezolanización de la economía, y producir un cambio social en favor de la vasta masa de pueblo.
El esfuerzo oficial se orientó hacia la satisfacción de las necesidades humanas primarias. En 1958, apenas alcanzaba a 1.600.000 personas las servidas de agua potable, y a comienzos de 1964 ese número había ascendido a 3.400.000. Se duplicó la población urbana servida de agua potable. También fue de un 100% el crecimiento de la población campesina que se benefició con acueductos rurales, y se dejó listo el camino para que en 1966 todos los centros poblados entre 500 y 5.000 habitantes tuviesen acueductos. Así se allanó el camino para que las enfermedades de origen hídrico desaparecieran del mapa de la morbilidad.
Fue durante este Gobierno cuando nacieron los Bancos Hipotecarios y los Institutos de Ahorro y Préstamo, facilitando la adquisición de casa propia a gentes de clase media, obrera y campesina. Se construyeron 35.000 unidades familiares por vía oficial, y la cruzada para desmantelar el rancho campesino se inició construyéndose 25.000 viviendas, donde 150.000 personas comenzaron a hacer vida de seres humanos, y no de animales.
El consumo de electricidad, en usos industriales y domésticos, se duplicó en los cinco años. De un consumo para 1958 de 1.915 millones de KWH se pasó a 4.000 millones en 1963. La construcción de la represa del Guri agregaría 1.700.000 kilovatios, y sus etapas futuras triplicarían la capacidad a 6 millones de kilovatios instalados, puntera en Venezuela y el mundo. El desarrollo eléctrico venezolano –generalmente oculto en la inmensidad que representa para el desarrollo de un país- se ha hecho fundamentalmente con recursos y bajo control del Estado, y la electricidad –palanca esencial e insustituible para todo desarrollo económico y el bienestar de los pueblos- no se confinó a las zonas urbanas (focos de atención para el inversionista privado), se irradió a la vasta periferia rural, donde la vela de esperma y la lámpara de kerosén no iluminan ya, en precario, las casas humildes, adonde llegó finalmente aunque con atraso.
La inmensa cantidad de dos mil quinientos millones de bolívares –de aquél entonces- se invirtieron durante el quinquenio en obras de vialidad. 6.500 kilómetros más de vías pavimentadas quedaron en servicio. Más del doble de lo que había hasta 1958 fue el kilometraje de carreteras y autopistas pavimentadas para 1963. Agréguese que se construyeron y pusieron en servicio 7.000 kilómetros de carreteras de penetración, vinculando las zonas agrícolas con los centros de consumo.
La hazaña educativa realizada no encuentra paralelo con lo hecho en igual área por cualquier otro país, en tan cortos años. El analfabetismo en la población adulta fue reducido a un 21%, y 2.000.000 de venezolanos más, mayores de 18 años, aprendieron a leer y escribir (concretamente, sin mentiras ni el despilfarro “millardiano” que hoy se anuncia). Se duplicó al 97% la población asistente a las aulas, desde pre-escolar hasta la universitaria. Entraron en funcionamiento 1.600 comedores escolares. Se construyeron 7.000 aulas de estudio, superándose todo lo hecho o existente en la historia. Se creó el INCE y la educación técnica de mano de obra calificada fue incrementada en centenas de millares de trabajadores, obreros y obras, generándose mayores ingresos, industriales y personales. En términos generales, de 3% del presupuesto educativo se pasó al 10,7%.
La protección de la salud fue otro objetivo enérgicamente desarrollado, valorizándose el capital humano. Se incrementó la expectativa de vida a 66 años (la más alta en cualquier otra zona tropical) para 1963, año en que la mortalidad infantil fue inferior a 48 por mil nacidos vivos, que es una cuarta parte inferior a la prevaleciente en 1958. Hubo un incremento de 5.300 camas-hospital en el quinquenio, elevándose el índice a 3.39 camas por un mil habitantes. La red hospitalaria del país, ya proyectada y en ejecución (y que para 1998 sería de 380 hospitales), permitiría la asistencia idónea a la totalidad de la población venezolana.
En este período, la Reforma Agraria dejó de ser anhelo secular de la población campesina desposeída. Se inició y convirtió en realidad tangible. Se comenzó por distribuir 1.700.000 hectáreas de tierras laborables al campesinado pobre y más de 60.000 familias fueron asentadas en tierra propia. Se atendió favorablemente el 47,63% de las peticiones de tierras formuladas al Instituto Agrario Nacional. Y se puso también en ejecución, conexo a la reforma agraria, un audaz y ambicioso programa de represamiento de agua y de irrigación permanente. En el quinquenio se pusieron bajo riego 93.000 hectáreas, contra 12.000 hectáreas irrigadas mediante el gasto oficial en los 21 años precedentes. En avanzadas etapas de construcción simultánea quedaron en 1964 unos 11 sistemas de riego adicionales. Proyectada en el tiempo, esto llegaría a elevar un millón y medio de hectáreas la porción de territorio nacional bajo riego permanente. Todas esas tierras valorizadas por la afluencia regular del agua fueron afectadas, mediante decreto, a la reforma agraria. En ellas comenzó a formarse un sólido estamento de campesinos prósperos, desapareciendo así, al correr del tiempo, la vergüenza de los parias rurales.
En todo ello y más, el 23 de Enero fue más que un comienzo…
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