La violencia protagoniza la narrativa nacional
Mientras que la narrativa actual
venezolana se caracteriza por una crítica a lo que significa ser
venezolano, especialistas estiman que la del futuro hablará sobre las
colas, “el bachaqueo”, los pranes y las deterioradas condiciones de vida
Por: Jacobo Villalobos – @JacoboV95
Familias que se acaban, separaciones en
Maiquetía, asesinatos, policías corruptos, conflictos políticos,
violencia doméstica, violaciones, incesto y pedofilia… Esos son algunos
de los temas que, teniendo al presente venezolano como fondo, aparecen
retratados en una vasta cantidad de relatos literarios nacionales del
momento, los cuales son reflejo de la situación actual del país.
Autores como Héctor Torres, Sonia
Chocrón, Miguel Gomes, Rodrigo Blanco Calderón, Hensli Rahn Solórzano,
Miguel Hidalgo Prince, Raymond Nedeljkovic, entre otros, forman parte de
un grupo cada vez más numeroso de escritores que han abordado la crisis
nacional. En su literatura, como en la de varios otros, la violencia
permea las historias y aparece como un personaje más, lo cual se
corresponde a un país cuya capital, Caracas, es la más violenta del
mundo, según el informe anual del Consejo Ciudadano para la Seguridad
Pública y la Justicia Penal (CCSPJP).
Además de la enorme tasa de homicidios
(27.875 muertes violentas para finales del 2015, según estimó el
Observatorio Venezolano de Violencia), la crisis venezolana se
caracteriza por presentar la inflación más elevada del mundo (141,5% en
el 2015, según cifras oficiales emitidas por el Banco Central de
Venezuela), escasez de productos alimenticios (41,37% de los 58
productos básicos, según el informe de febrero del CENDAS), una Canasta
Básica Familiar que para febrero de este año requería de 18,3 salarios
mínimos para su satisfacción, según el mismo informe. También se suman
noticias de líderes políticos que han sido acusados de narcotráfico y
negocios turbios o fraudulentos, como es el caso de la aparición de
varios de éstos en los llamados “Papeles de Panamá”, una investigación
periodística global que puso al descubierto el desvío de fondos y
evasión fiscal en paraísos fiscales por parte de políticos,
personalidades y figuras públicas de diversos países.
La relación entre esta trama nacional y
la literatura venezolana contemporánea ha sido analizada por veteranos
en la materia, escritores, críticos literarios, profesores
universitarios y periodistas, para quienes la crisis nacional “sin duda”
es un elemento que compone la narrativa nacional del momento.
El contexto
En una panadería de Caracas, Carlos
Sandoval toma un café cuyo precio da cuenta de la compleja situación
económica nacional al tiempo que reflexiona sobre la relación que hay
entre el contexto de un país y la narrativa que genera. “La narrativa es
producto de un momento social, es un modo inconsciente de plasmar una
situación”, dice.
Entre las obras recientes de Sandoval se cuenta la antología De qué va el cuento,
compuesta por 40 relatos venezolanos y publicada bajo el sello
Alfaguara en el 2013. Los cuentos que integran el libro fueron
producidos entre los años 2000 y 2012, por lo que el entorno político
marca desde la forma que toman esos relatos hasta sus temáticas.
El crítico explica que esto se debe a
que las representaciones de las coyunturas que aparecen en la literatura
obedecen a los estados íntimos del escritor: “A veces el narrador
aborda el contexto conscientemente, otras veces no. Otras veces el
contexto está tan dentro de ti que se refleja en la literatura sin
buscarlo”, puntualiza.
Sin saberlo, un día antes, el escritor y
cronista Héctor Torres manifestó su concordancia con el crítico
literario. Sentado a la sombra en la Plaza Los Palos Grandes, al ser
preguntado sobre si existía una relación entre lo escrito y las
situaciones que vivía el escritor en su país, Torres respondió sin pausa
que “sí, inevitablemente, de una u otra forma el entorno nacional,
político, está presente”.
“Los textos narrativos son una
autobiografía, una forma de ver el mundo circundante”, puntualizó el
cronista. “La literatura se siente en todo y Venezuela no puede escapar a
eso”, afirmó
Los dos últimos libros de Torres muestran bien a lo que el autor se refiere con “autobiografías”. Tanto en Caracas muerde (2012) como en Objetos no declarados (2014),
ambos publicados bajo el sello editorial Punto Cero, se muestran
historias que con humor o crueldad ilustran las situaciones por las que
atraviesan los venezolanos, tanto en la intimidad como en la sociedad,
según la mirada del escritor. En ese sentido, la autobiografía viene
dada por dar cuenta del momento en que el autor vive y aquello que le
afecta.
En Venezuela, esta forma de comprender
la narrativa tiene una larga tradición: el fuerte apego al contexto es
arrastrado desde el siglo XVIII y se evidencia en el siglo siguiente con
una narrativa que es reflejo de la política nacional, lo cual se
mantiene hasta hoy en día, cuando la crisis toma partido en las
narraciones literarias, explica el profesor Sandoval.
Esta afirmación, para Héctor Torres no
es del todo negativa. Para él, la situación convulsa del país es
“forzosamente” una fuente de inspiración para la narrativa. “Una
sociedad feliz es una sociedad con pocos artistas. Hay una relación
entre el dolor y la creatividad: el dolor produce calidad; y la
inconformidad, arte”.
“Mi percepción es que en los tiempos
tranquilos no hay necesidad de comunicar, en los tiempos más oscuros hay
más temas, más hondura, más atmosfera. Una sociedad en la que sientes
la muerte pisándote los talones, en la que te sientes que estás vivo de
vaina, tiene que producir cosas distintas”, explica Torres.
Retratos de la crisis
Para los entrevistados, el elemento de
la crisis nacional que más se repite y que más presencia tiene en la
narrativa contemporánea es la violencia. Según Héctor Torres, quien
además es coordinador del Premio de Cuentos Policlínica Metropolitana,
los textos ganadores de los últimos años han rebosado de violencia.
Pero el rasgo violento en la narrativa
venezolana no es algo nuevo. Tras la caída de Pérez Jiménez en el año
58, la Revolución Cubana y la irrupción de la guerrilla venezolana en la
década de los 60 del siglo XX, la literatura nacional se escribe con un
fuerte contenido político, de militancia y agresión. Ejemplo de la
violencia narrativa de aquella época es la novela Se llamaba SN,
escrita en 1964 por José Vicente Abreu, que narra las crueles torturas
por las que atravesó el escritor tras ser detenido por la Seguridad
Nacional (SN).
Otros autores que cristalizaron en sus obras la agresividad del momento fueron Carlos Noguera, con Historias de la Calle Lincoln (1971), Adriano González León, con País portátil (1968),
Premio Biblioteca Breve Seix Barral el mismo año de su publicación y la
única novela venezolana en entrar en el llamado “Boom latinoamericano”.
Al respecto, también destacan autores
como José Balza, Luis Britto García y Francisco Massiani. Así como
Salvador Garmendia, aunque su obra se dirigió hacia la exploración
interior de los personajes sumidos en ese entorno.
Aun así, la violencia que se experimenta
en la narrativa contemporánea es radicalmente diferente a las pasadas,
explica Carlos Sandoval, para quien actualmente la violencia es
absoluta: desde la forma de ser y de interactuar de los personajes, las
situaciones por las que atraviesan y las decisiones que toman, hasta la
propia forma de escribir los relatos. “El lenguaje es violento, hay
ruptura de la sintaxis, el ritmo es violento. El contexto criminal y
violento aparece como cultura”, dice el profesor.
A eso es a lo que apunta Miguel Hidalgo Prince, autor de Todas las batallas perdidas
(2012), cuando dice que la violencia que aparece en la narrativa es
“la fisura de todos nosotros, la violencia que nos toca de primera mano,
que permea la interacción social, no solo mediante armas”.
Esto se vuelve particularmente evidente
cuando se leen los relatos de Raymond Nedeljkovic, Martha Durán,
Norberto José Olivares o Luis Freites, entre varios otros narradores
contemporáneos cuyos personajes actúan mediante la agresión, por acción u
omisión, o son víctimas de una agresión.
Ejemplo de esto es el texto 24
(2010), en el que Luis Laya, escritor y periodista, explora las
circunstancias del barrio 24 de Julio desde la perspectiva de varios
personajes que se mueven en situaciones convulsas y mantienen una
actitud irónica ante el caos urbano.
“La violencia es el telón de fondo, pero
es un personaje principal también, que no se ve pero que está presente
en todo”, dice Miguel Hidalgo.
Pero aunque este es el principal
elemento que la narrativa nacional del momento toma de la crisis actual,
hay otro tema que le sigue de cerca: la revisión de la venezolanidad.
Los entrevistados coinciden en que la
narrativa contemporánea es reflexiva y busca responder a la pregunta de
“¿cómo llegamos a este punto?” y en ella se pone en cuestión lo que
significa ser venezolano.
Este es el caso de la protagonista de Blue Label / Etiqueta Azul,
novela de Eduardo Sánchez Rugeles que trata la diáspora nacional, quien
se pregunta sobre su condición de ser venezolana y no sabe si está
conforme con su nacionalidad. Otro ejemplo es la obra de Norberto José
Olivares, que revisa la identidad nacional y la satiriza.
“Hay desencuentro con el mismo
venezolano, es decir: no sabemos muy bien cómo llegamos a acá y eso no
nos deja de sorprender. Hay una búsqueda de la identidad”, asegura
Hidalgo.
“Las épocas de crisis llevan al autor a reflexionar y a dar cuenta de la crisis misma”, comenta Carlos Sandoval.
Aun así, para Mario Morenza, profesor universitario y escritor, la narrativa de la crisis aún no ha sido escrita.
Morenza no desconoce la presencia de los
problemas sociales en la literatura contemporánea, pero cree que será
en un futuro cuando realmente se evidencie en los textos narrativos.
“Quizá más adelante veremos las narraciones de las colas, de los pranes,
de la escasez, esa será la narrativa del futuro”, puntualiza.
El escritor asegura que cuando llegue
esa literatura se tratará de un espacio en el que anidará la nostalgia:
se abordarán temas como el exilio, la separación y el desamor.
“La narrativa cuenta la historia del alma de una nación”, explica Morenza.
Literatura no militante ni moralizante
“Actualmente se puede hablar de una
narrativa afecta a la Revolución Bolivariana y otra que está en contra
de esta y que gran parte ha salido mediante editoriales privadas”,
señala el crítico literario Carlos Sandoval haciendo referencia a los
enfoques que toma la literatura en el actual contexto venezolano.
Narradores como Alberto Barrera Tyszka,
Juan Carlos Méndez Guédez, Ana Teresa Torres, Slavko Zupcic, entre
otros, quienes en 2002 firmaron una carta en contra de la administración
de Hugo Chávez, han manifestado su rechazo al sistema de gobierno
actual; mientras que otros escritores, como William Osuna, Francisco
Sesto, Luis Britto García y Luis Laya, se han decantado por lo
contrario: por el apoyo a la Revolución Bolivariana.
Para Luis Laya, escritor y periodista,
estas manifestaciones no son despreciables. El escritor aprueba que en
su vida pública los artistas de este tipo tomen partido político, ya que
“pueden hacer valer un conjunto de opiniones que ayuden a desentramar”
un ambiente nacional determinado.
No así en cuanto a los productos
literarios que hacen. Laya puntualiza que aunque la posición política
del escritor se puede ver leyendo su obra con atención, asegura que
“cualquier tipo de proselitismo en una pieza narrativa es un desecho”,
al menos que se confronte con otras opiniones.
Este es el pensamiento de todos los
entrevistados: “Ya sabemos que nada bueno sale de una literatura que
busque apoyar a un gobierno”, dice Héctor Torres
Por ello es que los autores coinciden en
que la literatura contemporánea venezolana no busca adoctrinar o
cambiar la mentalidad y realidad de un país, sino que aspira a dar
cuenta de un momento histórico, proporcionar explicaciones y exponer las
razones profundas de ese momento.
Esa es la conclusión a la que llegan los
entrevistados sobre el abordaje último que los escritores hacen de la
crisis nacional por la que atraviesa el país.
Al respecto, Mario Morenza aclara que la
narrativa “por cualquier razón se aleja de lo moralizante y la denuncia
para mostrar los conflictos, con el fin de dar sentido a ese cúmulo de
experiencias”.
“Uno no puede aleccionar a nadie, pero
cuando crees que hay algo abominable lo reflejas”, concluye Laya, quien
con cada opinión parece manifestar que el escritor, sumergido en la
crisis y obligado a observarla con detenimiento, tiene la posición
privilegiada de hablar sobre ella a todo el público.
¿Un contexto diferente nos daría una narrativa diferente?
Luis Laya: “No soy
amigo de esas especulaciones. En un contexto más tranquilo se vería la
crisis como una historia y se vería con otros ojos”.
Mario Morenza:
“Seguramente. La narrativa cuenta la historia del alma de una nación. A
lo mejor si fuese un país pacífico no hubiera narrativa de este tipo, no
se estuviese generando si hubiese un imaginario distinto. Habría otro
tipo de historia”.
Miguel Hidalgo Prince: “Supongo que sí. Ahora te quedas solo, se va la gente, tu familia, amigos, y eso crea un espacio diferente para la reflexión”.
Carlos Sandoval: “No sabemos, esto es lo que hay”.
Héctor Torres: “Mi
percepción es que en los tiempos tranquilos no había necesidad de
comunicar, de llegar a los lectores. Una sociedad en la que sientes la
muerte pisándote los talones, en la que te sientes que estás vivo de
vaina, tiene que producir cosas distintas”.
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