La vida te da sorpresas
11 de mayo 2016 - 12:01 am
No me extrañaría que Donald Trump ganara la presidencia de
Estados Unidos. Hillary Clinton puede frustrar sus aspiraciones, siempre
y cuando no se aparte ni un milímetro de una estrategia de campaña bien
elaborada, que debe considerar esencialmente dos cosas: no caer en
provocaciones y abrazar con entusiasmo parte de la plataforma electoral
propuesta por Bernie Sanders.Como dije hace casi un año en este mismo espacio: “El asunto es que la política es absolutamente dinámica y como se trata en mucho de un problema de percepciones, hay que estar pendiente de ellas y actuar en consecuencia. De hecho, no es la primera vez que Hillary Clinton arranca con una gran ventaja en las preferencias electorales frente a otros precandidatos presidenciales. Salió bien aventajada en la largada de 2008, cuando Barack Obama la fue superando poco a poco, hasta que los llamados súper delegados, los delegados natos a la convención del partido, tuvieron que decidir la elección del candidato presidencial favoreciendo al moreno. Ahora, con el precandidato socialista demócrata Bernie Sanders abordando los temas que verdaderamente están en el ambiente -como el rezago de los ingresos en la mayoría de la población, a pesar de los consistentes logros macroeconómicos-, y todos los precandidatos poniendo la brasa en esa misma candela, Hillary tendrá que ir ajustando su mensaje sin aparecer falsa, y recordando su condición de mujer –algo que no explotó en 2008– para venderse como una opción histórica.”
Clinton ha venido transitando ese camino y tiene casi asegurada la nominación presidencial del partido Demócrata.
Trump arrancó su campaña electoral para obtener la nominación republicana con un estilo muy característico que le dio buenos resultados en su base electoral. Logró comunicarse con los más descontentos de su partido, los votantes blancosvarones menos educados formalmente, explotando emocionalmente sus frustraciones y prejuicios, y apelando al discurso populista típico: hay unas élites que conspiran contra el bienestar del pueblo (en el caso norteamericano, las élites políticas de Washington) con un aliado externo que obstaculiza el progreso (los inmigrantes, especialmente los latinos; los árabes, y los acuerdos comerciales de la élite con chinos, japoneses y mexicanos). El líder carismático es la salvación.
Para explotar emocionalmente prejuicios y frustraciones, no se requieren explicaciones racionales ni propuestas con sentido. Lo que paga es más bien salirse de lo políticamente correcto, que es lo que han venido practicando esas élites traidoras que se cogieron aquel Edén perdido. Es mejor decir que los mejicanos que entran a pie por la frontera son una cuerda de traficantes de droga y violadores, que explicar las razones reales por las cuales la clase trabajadora blanca ha venido perdiendo estatus en términos de ingresos y oportunidades de trabajo. Es más fácil implicar que los culpables son esos inmigrantes marrones que han venido a quitarnos nuestros empleos, que reconocer que casi 30% de las nuevas empresas creadas en el país son de latinos, que hoy son más los mejicanos que regresan a México que los que entran a Estados Unidos y que el grupo étnico con menor propensión a la violencia son los hispanos. El prejuicio racial paga.
Desde que Trump comenzó su campaña explotó muy bien el cansancio del electorado con la falta de entendimiento de los políticos en Washington. Él se ha vendido como el típico “outsider”. Este tema era el segundo motivo de preocupación de los encuestados en mayo del año pasado por Gallup (77%). El primero era la economía, con 86%. Seguían los temas de la salud, el terrorismo y la distribución de la riqueza.
La percepción era y sigue siendo que Obama sorteó bien la crisis económica que heredó en su primer periodo presidencial, pero los beneficios de la mejora económica se quedaron en una ínfima minoría.
Bernie Sanders, del lado demócrata, se ha afincado en el tema de la distribución de los ingresos y en el del acceso a la salud y a la educación superior como lo principal de su campaña. De aproximadamente 4% de aceptación y reconocimiento con que comenzó en la competencia presidencial el año pasado, ha llegado a pisarle los talones a Clinton en varias ocasiones, al punto de que no ha retirado su candidatura y muy probablemente va a imponer buena parte de su plataforma política en la convención demócrata que nominará definitivamente al candidato del partido dentro de dos meses, en Filadelfia.
Sanders ha contado también con cierta frustración existente en algunos de los más izquierdosos del Partido Demócrata, que sienten que Obama no llenó sus expectativas progresistas, fue más de centro que de izquierda, gente que se identificaba con la senadora Elizabeth Warren (Massachusetts), que decidió tempranamente no ser precandidata.
Sanders dice representar a las clases media y trabajadora que han visto alejárseles el tradicional sueño americano de tener una buena casa, gozar de protección económica y de salud en su vejez y ver a sus hijos progresar, graduados de la universidad. Eso fue posible hasta hace algún tiempo, pero ahora no es tan así. Por ello, el autoproclamado candidato socialista ha propuesto la gratuidad de las universidades públicas, un sistema de salud subvencionado a través de un seguro como el aplicado a la gente de la tercera edad, no quiere cortar los aportes al Seguro Social, sino expandirlos, con impuestos a los mil millonarios, y propone un programa de infraestructura que al tiempo que reconstruya puentes y carreteras incremente el empleo, especialmente para las minorías. “La codicia de la clase de los mil millonarios tiene que terminar, y nosotros la vamos a terminar por ellos,” ha dicho el político nacido de una familia inmigrante judía de Brooklyn.
En artículos anteriores hemos hablado de los factores claves del triunfo en todo proceso electoral: el reconocimiento claro del candidato; los recursos económicos, que sirven tanto para la propaganda como para la movilización, y la cantidad y calidad de los activistas.
Trump y Clinton contaron con un reconocimiento claro desde el principio. Clinton ha dispuesto de cuantiosos recursos económicos. Sanders aprendió de Obama los nuevos métodos de recolección de fondos y de apoyo a través de los medios no tradicionales de comunicación social. Trump no ha necesitado gastar tanto en publicidad porque los canales de televisión le han ofrecido una exposición frecuente gratuita porque su presencia en los medios les aumenta la sintonía, dado lo inusual y poco ortodoxo de sus mensajes.
Trump viaja en sus propios aviones y moviliza gente a sus concentraciones que quiere ver a la estrella del programa “El aprendiz”. Sanders cuenta con los activistas más entusiastas, demócratas de base que buscan, como los simpatizantes de Trump, opciones distintas a las ofrecidas por el liderazgo tradicional y sus donantes. Clinton aventaja a Sanders en la adhesión de la maquinaria tradicional del partido, los ideólogos, los asesores, los recolectores de fondos, los expertos con experiencia de varias campañas.
Pero como también hemos dicho en otras ocasiones, las ventajas que puedan tener cada uno de estos candidatos no terminan de cuajar si estos líderes no se comunican efectivamente con la gente, si no hacen un manejo acertado de los temas que afectan a la población. Trump y Sanders, con estilos y posiciones bien diferentes, son los que han tenido más éxito en este aspecto de la contienda.
Trump toca fibras, apela a la parte emocional de los problemas. Por eso no ha importado la calidad de lo que ha dicho hasta ahora, sino la conexión con una base no tan difícil de expandir, dado que la población mayoritaria de EEUU es blanca, más que todos los otros grupos étnicos juntos. Su promesa de hacer que “América” vuelva a ser “great” es para ese público, buena parte del cual se siente amenazado por la creciente diversidad racial, religiosa y cultural. Los negros y los latinos, por otro lado, tienden a abstenerse más de votar en elecciones que los blancos.
Si Clinton quiere ganar, además de no dejarse provocar y desenmascarar a Trumpcon propuestas reales ante los problemas, exigiendo un debate sobre políticas, va a tener que atraer a la coalición que le dio el triunfo a Obama en las dos elecciones anteriores para poder ganar: los negros, los latinos, los blancos educados, los jóvenes, las mujeres de clase media alta, los de izquierda y los de centro. Los jóvenes de la generación del milenio y los blancos intelectuales izquierdosos han apoyado a Sanders con una gran fuerza, al igual que una porción de la clase trabajadora. Clinton tiene que hacerle a éstos ofertas convincentes.
Hillary ha sido muy hábil en identificarse con el gobierno de Obama para captar a sus seguidores. Obama, de hecho, ha venido subiendo últimamente en las encuestas. Y los negros siguen resteados con el presidente. “Sigue siendo negro, ¿verdad?”, decía el comediante afroamericano que sirvió de artista invitado en la última cena presidencial con los periodistas que cubren la Casa Blanca. “Entonces estoy con él”.
Clinton haría una jugada maestra si escogiera a un moreno como acompañante en la vicepresidencia, como el senador Cory Booker, de Nueva Jersey, un hombre joven, serio, carismático, con un liderazgo probado como ex alcalde de Newark, ciudad a la que encontró con altísimos índices de criminalidad que logró reducir y que hasta patrullaba personalmente hacia avanzadas horas de la madrugada.
Quedan por lo menos dos meses para que terminen las primarias del Partido Demócrata. Tres meses hasta que se realicen las convenciones de los dos grandes partidos norteamericanos. De allí faltarán cuatro meses para la contienda final presidencial.
Sanders no se retira. Quien quiera ser nominado por los demócratas necesita 2.382 delegados para ganar, de los cuales Clinton tiene 2.228 y Sanders 1.454. Quedan 11 estados que no han votado aun por sus candidatos. Solo California lleva 546 delegados a la convención, con Clinton llevándole a Sanders una ventaja de unos 7 puntos en ese estado.
Los dos precandidatos demócratas le ganan hoy a Trump en todas las encuestas nacionales. El empresario inmobiliario derrotó a todos los contrincantes de su partido, pero aún no se sabe a ciencia cierta lo que va a resultar de la convención en Cleveland. Las cosas en política cambian de la noche a la mañana.
“En barrio de guapos cuidao' en la acera, cuidao' cámara’, el que no corre vuela.” (Rubén Blades)
@LaresFermin
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