Cristina Kirchner, Rafael Correa y Hugo Chávez declamaron discursos ideológicos trillados durante los actos del Bicentenario argentino esta semana, empleando como sinónimos los significados de independencia y libertad.
En realidad se trata de dos valores muy diferentes. Un país puede ser independiente, pero no necesariamente libre. El caso de Cuba así lo demuestra. La independencia es una acción circunstancial, en cambio la libertad es un derecho natural; cuando el Estado lo subvierte, se desnaturaliza a sí mismo.
Esta confusión dialéctica es una vieja coartada de la izquierda latinoamericana. Usa de chivo expiatorio la dependencia externa o la opresión del imperio, al tiempo que internamente aprovecha para coartar las libertades públicas y los derechos civiles. Chávez es el caso típico. Mientras en Argentina reclamaba "independencia plena" frente a la nueva Galería de los Patriotas Latinoamericanos de la Casa Rosada -donde insolentemente equiparaba a San Martín con el Che Guevara- en su Caracas se proscribía mediante ley a varios opositores para las elecciones de septiembre y se expropiaban más empresas.
El cansino llorisqueo contra el colonialismo, como el de Correa, quien reclamó al llegar a Buenos Aires que "nos falta alcanzar la independencia económica, social, cultural, liberarnos de todo el imperialismo", no es más que una cortina de humo para esconder la ineficiencia frente a la inseguridad, la pobreza, la falta de educación y el desempleo, carencias que no están tan atadas a la dependencia de potencias foráneas, como sí ligadas a la incapacidad doméstica.
El ex presidente costarricense, Oscar Arias, ya venía desnudando estos pretextos en cumbres presidenciales. En su recordado discurso de Cancún en febrero, pedía que "ni el colonialismo español, ni la falta de recursos naturales, ni la hegemonía de Estados Unidos, ni ninguna otra teoría producto de la victimización eterna de América Latina", se deben utilizar para justificar los gastos en armamentismo en detrimento del presupuesto para educación; el talón de Aquiles de una región que 30 años atrás era más rica que el ahora potentado sudeste asiático.
La falta de educación y libertad no solo afecta los resultados económicos, sino también es responsable de la pobreza cívica, como es evidente en el socialismo chavista. De ahí que muchos gobiernos latinoamericanos hayan tenido éxito con reformas constitucionales y electorales, que les permiten gobernar solo para las mayorías mientras aniquilan cada vez más a la oposición.
El retroceso de las libertades internas y no la dependencia foránea es el verdadero factor de atraso en América Latina. Una medición reciente de la organización no gubernamental, Freedom House, muestra este preocupante declive y describe con alarma como los Estados autoritarios en el mundo, incluida Venezuela junto a Rusia e Irán, no solo son más represivos, sino también, más influyentes en la arena internacional.
En nuestro continente, el informe ve un retroceso en los últimos cuatro años, remarcando menos libertades democráticas en Honduras, Guatemala y Nicaragua, al tiempo que descalifica como plenas democracias a Ecuador, Colombia, Bolivia y Paraguay. A Cuba, el único país no libre del hemisferio, le atribuye además, junto a Bielorrusia y Myanmar, ser el más represivo del mundo en materia de libertad de prensa.
La disminución de la libertad carcome el sistema político y degrada la confianza de los ciudadanos. Y aunque en Argentina la presidenta Kirchner haya capitalizado las celebraciones populares y los 27 años de proceso democrático ininterrumpido, debería prestar más atención a las encuestas más recientes, donde los argentinos creen en la democracia, pero desconfían de las instituciones y de la dirigencia política, así como a lo interno aborrecen la escasa independencia entre los poderes republicanos.
La desconfianza democrática -salvo notables excepciones como Chile y Brasil- es moneda común en varios países latinoamericanos, alimentada por declaraciones irresponsables como las del presidente nicaragüense Daniel Ortega, quien dijo preferir gobernar con Congreso cerrado.
Esta falta de independencia de poderes y de contrapesos y balance, son las características más relevantes del autoritarismo actual, y las que amenazan nuestro derecho sagrado a la libertad. La dependencia foránea es solo la excusa en este juego dialéctico.
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