Las canalladas de estos últimos días representan el abre boca de lo que le tienen preparado al país
Ajadas de tanto uso, las páginas del ritual oficialista muestran un cambio apenas perceptible. Pese a que la "novedad" es discutible -porque la violencia es el comodín del "proceso"- el abierto mandato de no escatimar en salvajismos y ruindades, exige advertir sobre la orientación de los niveles de brutalidad que Chávez decidió incorporarle a sus últimas campañas electorales, y en especial a esta medición referendaria.
El abandono de los convencionalismos de la "democracia burguesa" -cuyo empleo le otorgó a la revolución el pasaporte para llegar a este punto-, no sólo procura el ya rutinario objetivo de estimular a su electorado y de incitar el miedo y la abstención de sus adversarios.
Las órdenes desplegadas ahora para la aplicación masiva del terrorismo de Estado, persiguen también convertirse en un efecto-demostración del aquelarre al que Venezuela estaría condenada, si acaso la mayoría se atreviera a negarle de nuevo al mandatario su "derecho divino" de quedarse para siempre. Desmejorada su credibilidad internacional, a Chávez le interesa poco seguir siendo el muchacho bueno de la película. Su desenfrenado afán por el mando vitalicio le dificulta continuar en el juego de las apariencias.
De hecho, cualquiera sean los resultados de febrero, la incógnita sobre la prolongación de su mandato no quedará plenamente despejada. En virtud de la agresiva movilidad de la política nacional, las victorias del SÍ o del NO, no implican una clausura definitiva del tema: si ganara el NO, Chávez pudiera preparar otro intento, mientras un triunfo del SÍ lo concentraría en el 2012, pero ya con la mirada puesta en el 2019. Con sus reelecciones en mente, la arbitrariedad se le irá transformando en arma forzosa.
Buscando siempre los mismos objetivos (el miedo y la desmoralización de sus contrarios), la violencia de hoy será la violencia del futuro, elevada a una potencia creciente, conforme lo obligue la circunstancia de su desgaste. Las canalladas de estos últimos días representan el abre boca de lo que Chávez le tiene preparado al país, tanto si consiguiera la reelección, como si resultara derrotado.
Su idea es que los venezolanos desarrollen tal terror ante la posibilidad de un cambio, que lleguen a admitirlo como el único factor estabilizador. Este macabro cálculo agiganta la responsabilidad del elector: un triunfo del Sí validaría la conducta violenta e infame que se ha venido incrementando al ritmo de las necesidades de la revolución... Si se impusiera el SÍ, Chávez quedará convencido de que la bellaquería, la ignominia y la vileza son el secreto de su liderazgo y, desde luego, la clave para completar los contenidos pendientes de la agenda radical.
Si el método de la barbarie es aprobado por la mayoría, el presidente entenderá que ella está bien dispuesta a cohonestar otras atrocidades. Aceptación de la violencia y de la reelección: de eso se trata el referendo. argelia.rios@gmail.com
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