Libertad!

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jueves, 29 de enero de 2009

Diego Bautista Urbaneja // Strip-tease

Chávez se ha ido despojando de prendas que disimulaban su verdadera contextura
Hace unos días me decía una persona muy destacada de este país, que sería algo verdaderamente curioso, llamativo, desconcertante, que la mayoría de los venezolanos quisiera seguir teniendo como gobernante a un hombre como Hugo Chávez. Que sería algo difícil de entender, una vez que sabemos de Chávez lo suficiente. Expresaba esta persona esa idea con cautela, sugiriendo así que, si ello ocurriera, habría que examinar el hecho con el cuidado y la atención con el que se aborda un fenómeno nuevo en los anales de la ciencia. En estricta justicia, esa afirmación no seria válida, respecto a la sociedad en general, y a los primeros momentos de toda esta historia que ya se acerca a los diez años.
Siempre hubo unos cuantos que tuvieron una idea certera de qué tipo de personaje nos estábamos comprando cuando la mayoría votó por él. Pero no es tan extraño que tanta gente no tuviese esa penetración o esa suerte. La cosa quizás no era tan clara. Es un ejercicio aleccionador y entristecedor, el de recordar las palabras pronunciadas en aquel famoso discurso del 6 de diciembre de 1998, desde ¡El Ateneo!, la noche de su triunfo en las elecciones, y contrastar lo dicho allí con lo que ocurrió después. Esa parte, por ejemplo, donde dice algo así como "espero entregar dentro de cinco años un servicio de salud pública que... tal y tal".
Pero todo se ha ido aclarando. De hecho, podemos ver el tiempo transcurrido desde entonces como una especie de largo strip-tease político a lo largo del cual este mandatario se ha ido despojando de las prendas que disimulaban su verdadera contextura. No es que haya sido un ritual muy gradual que se diga, de esos que siembran en los espectadores del sexo opuesto grandes expectativas sobre qué vendrá luego, ansiedad sobre qué nos dejará ver la siguiente pieza que va a volar por los aires. No pasó mucho tiempo antes de que ese encumbrado stripper nos hubiera dejado ver lo esencial de lo que se le tenia oculto al país. A partir de ahí, la ceremonia ha sido de una gran monotonía.
Así que lo que hemos tenido de unos cuantos años para acá ha sido la repetición de los mismos gestos, de las mismas danzas, de las mismas evoluciones, los mismos gritos, al final de los cuales aparece algo que ya todos habrían debido haber visto en alguno de los números anteriores. Pero nunca era imposible que sólo entonces lo viera alguien más despistado, o tardo, o reticente, que los demás. Pero ya a las alturas del partido a las que nos encontramos hoy, después de tantas representaciones, no debería ya quedar nadie engañado respecto a qué es lo que tenemos entre manos, en cuanto al tipo de gobernante que es Hugo Chávez.
El que aun prefiera eso, es porque en realidad lo prefiere o porque está forzado por x razón a actuar -firmar, ponerse franela, votar- como si lo prefiriera. Contra este telón de fondo es que adquieren toda su pertinencia las palabras de la persona destacada con las que empecé este artículo. Porque lo que hemos visto los venezolanos tiene que ser suficiente para saber qué clase de gobernante es Hugo Chávez. El que no fuera suficiente seria curioso y desconcertante, y mucho más raro sería que, sabiendo quien es Chávez, la gran mayoría de los ciudadanos no lo rechazara, lo cual quiere decir, en estos días, negarle la oportunidad de volver a ser Presidente nunca más.
Como lo indica la muy citada frase de Bolívar sobre la permanencia en el poder de un solo hombre, la reelección indefinida es mala per se, trátese del gobernante del que se trate. Eso lo intuye la mayoría del pueblo venezolano y esa es la gran fuerza que tiene el rechazo a la propuesta de Chávez. Pero es imposible mantener el debate respecto a la reelección en ese nivel de abstracción y generalidad, dejando de lado el hecho de que se trata de la reelección de esa persona en concreto.
Como decía nuestro personaje de las primeras líneas, ya este pueblo ha visto lo suficiente. Pero por si algo faltara, estamos en realidad ante el acto supremo del strip-tease del que hablábamos. Porque un mandatario que pide él la reelección indefinida para sí mismo, realiza con ello el supremo acto de desnudamiento político concebible. El último que quedaba para que ya no quedara nada oculto en cuanto a de quién se trata. Después de eso, ya no queda nada por ver. Se ha caído en la descalificación suprema. No debería ser necesario aducir más nada en contra de un gobernante que el hecho mismo de que proponga su propia reelección indefinida. dburbaneja@gmail.com

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