No es al país al que le toca acomodarse a sus necesidades, es él quien debe aceptar el resultado
Las contorsiones que está haciendo el comandante para deslizar la reelección indefinida deberían darle pena. Todo aquello de que no es sino quitarle una línea a la Constitución del 99, para luego pasar a admitir la reelección de los gobernadores y los alcaldes, sin contar con las maromas que hará de aquí a que se haga el referéndum... para ver cómo logra colar su asunto.
Porque esos son los verbos que corresponden: deslizar, colar, escurrir... ver cómo se la aceptamos, aunque sea por lástima.
O también palabras como la vernácula atapusar, atapusarle a alguien un menjurje dañino que no se quiere tomar. Para lograr algo de eso lo veremos amenazar, rogar, chantajear, seducir, de todo, de todo, según lo vayan indicando las encuestas y según que se le vaya agotando el arsenal. Es difícil imaginarse, si se hace un paneo mental, a ningún gobernante del mundo haciendo ese papel. Vemos gobernantes a quienes la mayoría le pide que se quede.
Uribe.
Vemos gobernantes que saben que la población aceptaría que se quedara si él quisiera, sin llegar a tanto como pedírselo, pero que prefieren desechar la idea.
Lula.
La gran mayoría ni se ocupa del asunto y da por sentadas las reglas existentes en su país al respecto. Pero un gobernante rogándole a la gente que le permita quedarse, cuando ya se lo preguntó una vez y obtuvo un no como respuesta, en esa situación nadie ha estado dispuesto a ponerse.
A eso pueden dársele múltiples interpretaciones. Desde aquella estupidez de que no se le podía quitar el pincel a Miguel Angel mientras pintaba la Capilla Sixtina, hasta la de que simplemente es un tipo que quiere mandar hasta que se muera, pasando por complejas interpretaciones psicoanalíticas. La Capilla Sixtina, esto que estamos viendo: ¡hágame el favor! Por mi parte, lo que he llegado a ver tras todo esto es un hombre que no está en capacidad psicológica de separarse del poder.
No está preparado. Que tiene con el poder una relación de dependencia infantil, o que se ha convertido en un adicto a él, en el sentido más lamentable de la expresión. Quien esto escribe había ubicado a Chávez en la categoría de esos hombres para los cuales era simplemente inconcebible estar fuera del poder. Stalin, Mussolini, Fidel, Franco, Mao, Gómez& No.
En realidad Chávez está unos cuantos escalones más abajo. Porque esos hombres lograron que, en efecto, resultara inconcebible que estuvieran fuera del poder.
Stalin o cualquiera de los demás ¿fuera del poder? Ningún ruso, italiano, español, cubano, podía imaginar semejante cosa, ni el mundo circundante tampoco. Pa- ra ellos mismos, pongamos para Franco mismo, la idea de estar fuera del poder era un asunto que simplemente no se planteaba. En cambio, al pobre Chávez mucha gente en este país y en el resto del mundo lo imagina fuera del poder, como un hecho perfectamente posible, como un hecho perfectamente probable.
Un gentío, todos en realidad, menos él.
Porque es seguro que muchos en su entorno también lo imaginan fuera del poder. Pero todo eso le pone en el horizonte un hecho que le resulta insoportable, un hecho que él quisiera, como los otros, ni siquiera tener que plantearse: que dentro de cuatro años los venezolanos escogeremos un nuevo presidente. Esa necesidad primaria, digo yo que despertada al contacto con la embriagadora, que llaman, realidad del poder, es la que conjeturo está detrás de toda la parafernalia de la revolución, el proceso, el deformado Bolívar y el caricaturesco bolivarianismo con el que se nos amenaza como credo total del país.
No es cosa de explorar con cuánta sinceridad subjetiva habla Chávez de esas cosas. Lo que un hombre crea de sí mismo, como decía el mismísimo Carlos Marx, es lo de menos. Simplemente creemos constatar una necesidad elemental, cuya negación en puertas el barinés no sabe cómo asimilar, y que, por supuesto, es imposible que él se confiese , en la intimidad de los diálogos de él consigo mismo.
Es con ese irreductible e ínfimo hecho psicológico individual de esa persona llamada Hugo Chávez, con el que los venezolanos estamos lidiando. Tendrá que entenderlo el hombre. No es al país al que le toca acomodarse a las necesidades de ese personaje.
Es él quien tiene que aceptar el veredicto mayoritario que seguramente se va a producir. Porque fracasarán sus tercos intentos de penetrar una voluntad, una intuición, popular, criolla, instintiva, que, con la sencillez con la que se rechaza algo que simplemente a uno no le gusta, le dice NO a la reelección indefinida.
dburbaneja@gmail.com
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