Libertad!

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jueves, 8 de enero de 2009

Carlos Raul Hernandez // Mente en blanco

Uno de los rasgos distintivos de la hegemonía cultural, es que torna su lenguaje en atmósfera
Cada vez que una mujer aparece en el cine bajo la regadera, va a morir en manos de un terrible asesino, o por lo menos a pasar un buen susto hasta que la rescaten. Pero ese es apenas uno entre otros ripios. ¿Qué sería incluso de grandes películas, en las que todo dependió de que el protagonista rompiera unas cadenas con un buen tiro de pistola? (aunque en la vida real la bala, al choque con el acero, debiera más bien desintegrarse, convertirse en talco de plomo y si fuera ella también de acero, desviarse y seguir su camino) ¿Qué pasaría sin la interesante propensión a explotar de los automóviles en Hollywood al menor choque o volcamiento, lo que hace suponer que no llevan en sus tanques derivados del petróleo, sino nitroglicerina? ¿Quiere alguien un recurso más prodigioso para resolver situaciones sin matar, que esa maravilla del desmayo, un golpe en la cabeza que mantiene al sujeto fuera de servicio por el tiempo necesario y no deja secuelas? Son lo que llamaría un filósofo "cosificaciones", coágulos en el lenguaje cinematográfico que se presentan también en cualquier otro.
Para hablar del hablado, recordemos que cuando la horda de gobierno aún estaba medio agazapada, produjo una epidemia de forúnculos lingüísticos, difundida por los más cultos del país, tales como "cuarta república", "puntofijismo", "cogollocracia", "soberano", "poder constituyente", "ilegitimidad", jugosas carnadas que mordieron hasta en los partidos del sistema y que eran expresión de que la batalla cultural la ganaba la barbarie entre las élites de poder.
Uno de los rasgos distintivos de la hegemonía cultural, es que torna su lenguaje en atmósfera. Durante el período democrático resonaron las frases y los conceptos de Rómulo Betancourt, desde "la violencia es el arma de los que no tienen la razón", "venezolano siempre, comunista nunca", "votos sí, balas no", hasta las "multisápidas hallacas". Hoy nuestra semiología política muere inane. Padre de una tragedia megaláctica, el caudillo ha descendido al sintagma excremental.
Y la oposición, luego de consignas que no fueron, divaga en significantes a veces un poco pavosos. Se ha resucitado aquello de "el granito de arena", que produce estornudos o urticaria. Y el curiosísimo lo que es. Ya nadie dice "maté una cucaracha", sino "maté lo que es una cucaracha", el bicho como cosa en sí y no cosa para sí, su coseidad, y aclarar que lo que se pega a la suela es el ente y no el ser, para tranquilizar más a García-Bacca. Intriga que nadie habla del gobierno, sino del tema del gobierno, ni de la inflación, sino del tema de la inflación. Precaución epistemológica, tal vez, pues como la realidad es básicamente incognoscible, decir tema alude un precinto racional y no la cosa en sí. ¡Quién sabe! carlosraulhernandez@gmail.com

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