Libertad!

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lunes, 19 de enero de 2009

LA DEMOCRACIA Y LA GUERRA

Fernando Mires

"La Venezuela de Chávez representa, en cambio, una nación en peligro. Ya el presidente no puede ocultar que su proyecto central apunta hacia la toma del poder ejercido de modo personal, con un contingente subordinado cuyos principales cuadros son de extracción militar y no política"

1.
En la historia no hay leyes pero sí hay tendencias. Y una de las tendencias históricas predominantes en la historia moderna dice que entre naciones democráticas es prácticamente imposible que haya guerras. Hay, tal vez, una que otra excepción, pero éstas son tan mínimas y transitorias, que sólo sirven para confirmar la regla.
¿Por qué no hay guerras entre naciones democráticas?
La respuesta no es muy difícil. Democracia, cualquiera que sea su forma, implica antes que nada regular institucionalmente los conflictos políticos. Los medios de dicha regulación son, entre otros, las organizaciones civiles, los partidos políticos, las elecciones libres y secretas y los poderes del Estado. Eso significa que puede haber práctica política sin regulación democrática; para que ello ocurra basta que exista un antagonismo entre dos sectores o grupos. Pero no puede haber regulación democrática sin práctica política. Por lo demás, ninguna democracia puede, e incluso ninguna debe, garantizar una regulación absoluta de los conflictos. Si así fuera, no habrían movimientos sociales y la política no podría renovarse jamás. En cierto modo la democracia es un modo como la nación se constituye políticamente a sí misma. Sin la existencia de democracia, los conflictos políticos, al no estar regulados, pueden derivar rápidamente en confrontaciones violentas perdiéndose así su carácter político pues la política sólo puede ser extendida hasta ese límite que marca el uso de la palabra con respecto al uso de la fuerza. Más allá de la palabra no hay política. La política es gramatical o no es. Ahora bien: si una nación no se encuentra políticamente constituida, carece por lo tanto de medios de comunicación gramáticos consigo misma. La gramática política, dicho a la inversa, es la instancia que permite a una nación pensarse a sí misma, procesar sus antagonismos y buscar alternativas frente a conflictos internos y en el caso que aquí interesa analizar: frente a conflictos externos. Dos naciones democráticas en conflicto disponen, digámoslo así, de respectivos "módems" que al conectarse pueden reconocer discrepancias y en lo posible, sino desactivarlas, mantenerlas en el tiempo hasta que sea posible reducirlas al mínimo.

Luego, una de las condiciones que lleva a una coexistencia pacífica entre dos o más naciones, es que estas naciones dispongan de dispositivos de comunicación política, y si es posible, democrática. Dichos dispositivos son, en una primera línea, internos. Vale decir, es difícil, casi imposible, esperar que una nación que carece de dispositivos políticos internos sepa relacionarse de modo democrático con otra nación; mucho menos con otras naciones que también carecen de tales dispositivos.
Esa y no otra es la razón que explica porque en aquellas regiones del mundo donde predominan naciones no democráticas la guerra es la norma y la política es la excepción. Es el caso, entre otros, de la región islámica.No se trata de afirmar empero que las naciones islámicas carecen totalmente de dispositivos políticos. La democracia no es en ellas la regla, pero algunas, sobre todo las árabes, han introducido ciertos mecanismos republicanos al interior de sus estados. No obstante, tales dispositivos no son todavía suficientes para regular una coexistencia pacífica ni entre ellas ni mucho menos con Israel. De ahí que, tanto en los planos internos como externos, los conflictos y antagonismos son generalmente resueltos por medio del uso de la fuerza.
2.
Cuando Immanuel Kant escribió su libro "Paz Perpetua", postulaba que una de las condiciones para que la paz fuera duradera entre las naciones era que la mayoría de ellas alcanzara el estadio republicano. La corrección moderna al postulado kantiano es que además del andamiaje republicano es también necesario asegurar la hegemonía de la política por sobre las organizaciones armadas, tanto en las relaciones políticas internas como en las externas.

La de Kant, hay que destacarlo, no era una tesis sociológica ni politológica.La de Kant era una deducción surgida de los conflictos militares que ocurrían en la Europa de su tiempo. Kant, efectivamente, contemplaba alarmado como las potencias europeas al carecer de mecanismos republicanos de comunicación, caían rápidamente en conflicto bélicos.
Igualmente, el gran filósofo pudo constatar como las naciones europeas eran desgarradas por cruentas guerras civiles y revoluciones sin fin. Kant, guiado por la razón práctica y no por especulaciones antropológicas, proponía un camino gradual para imponer la hegemonía de la política por sobre la militar, a saber: configurar relaciones políticas a partir de la propia guerra por medio del uso intensivo de los armisticios.
El primer paso, para Kant, no era la supresión de la guerra sino su regulación política. Una guerra sin política sólo podía llevar, según Kant, a una guerra total. Dicha tesis la harían suya Clausewitz y después Carl Schmitt. Esa ausencia de regulación política es, evidentemente, el problema que acosa a los actuales países islámicos. Al contener precarios mecanismos de comunicación política, hay países islámicos que no se encuentran en condiciones de establecer relaciones políticas duraderas con sus adversarios. Y no sólo frente a Israel. Tampoco las naciones islámicas han sabido vivir en paz y armonía entre ellas. Al no haber separación entre la religión y la política, toda guerra será para ellas una "guerra santa". Y al no haber comunicación política con "el enemigo", toda guerra será total, o lo que es igual: será llevada a cabo bajo el lema "o todo o nada", como se deja ver en las declaraciones de los actuales dirigentes del Hamas. Hay muchos ejemplos históricos que avalan dicho planteamiento.Quizás el más resaltante de todos es el de la guerra que mantuvieron Irán e Irak nada menos que durante 8 años (1880- 1888).
Tanto una como otra nación estaban dirigidas por comandos radicalmente antipolíticos (Sadam y Jomeni). Irán por una teocracia e Irak por una dictadura militar. La guerra fue, bajo esas condiciones, total. El resultado: más de un millón de muertos. La guerra terminó sólo cuando ambos ejércitos estaban destruidos sin haber alcanzado ni el uno ni el otro ningún objetivo, ni militar ni territorial.
Los límites en disputa fueron así reestablecidos al mismo nivel de antes de la guerra. De más está decir que los políticos de las naciones democráticas del mundo contemplaron esa guerra como si se tratara de un simple programa televisivo donde dos ejércitos de marcianos se mataban entre sí, y no como lo que era: un exterminio mutuamente genocida practicado por dos dictaduras que mal que mal estaban acreditadas en las Naciones Unidas.
Por cierto, nadie salió a protestar a las calles, como ocurre cada vez que Israel o los EE. UU se ven envueltos en conflictos bélicos. Acerca de como son resueltos los conflictos internos en las naciones islámicas, es un tema que llenaría páginas de muchos libros. Pero a casi nadie importa la situación que viven los opositores a las dictaduras que rigen en casi todos los países islámicos. Ni tampoco las cruentas guerras civiles que tienen lugar en ellos. La última, precisamente, tuvo lugar en Palestina en los territorios del Gaza entre los partidarios de Al Fatah y Hamas.
3.
Como es sabido, Al Fatah es una organización más política que militar y Hamas una organización más militar que política. Cabía esperar por lo tanto que el mundo democrático iba a solidarizarse con Al Fatah, y no por razones morales, o no porque unos fueran "los buenos" y otros "los malos"(o viceversa), sino por razones políticas, que ésas y no otras son las que deben imperar en el concierto internacional. Pero como suele ocurrir, los dirigentes de los países occidentales se limitaron a asumir el cómodo papel de espectadores. Grave omisión. Al Fatah, a diferencia del Hamas, estaba en condiciones de resolver los problemas inter-palestinos y por otra parte, establecer una relación política, todo lo tensa que se quiera, pero al fin política, con Israel. Los ataques de Hamas a Israel y la masiva respuesta de Israel al Hamas son, en cierto modo, el resultado directo de la derrota militar de Al Fatah en el Gaza.

Es importante remarcar que las repúblicas islámicas con las cuales Israel mantiene conflictos de baja intensidad (Egipto, Jordania, Líbano) son precisamente aquellas en los cuales los usos políticos han alcanzado alguna primacía. En esos países las tendencias apuntan hacia una separación del Estado respecto a las instituciones religiosas y militares.
Las repúblicas islámicas con las cuales Israel mantiene conflictos de alta intensidad son, en cambio, aquellas en donde la separación entre el poder estatal, el religioso y el militar, es apenas perceptible. El caso palestino, a su vez, representa una realidad doble. Una parte de la población palestina acepta la hegemonía de un estado secular por sobre los estamentos religiosos y militares.
Otra parte, la más atrasada políticamente -precisamente aquella que controla el Hamas- no acepta ni la secularización ni la desmilitarización del poder político. Eso significa, en términos simples, que frente a esa segunda Palestina, Israel no encuentra los medios de comunicación política y no los encuentra simplemente porque no existen, de modo que la mayoría de los conflictos con el Hamas deben ser resueltos mediante la apelación al recurso militar. Esa es la tragedia de Israel; es también la tragedia de gran parte de la población de Palestina. Israel es una nación tanto o más democrática que cualquiera otra nación occidental. Como en toda nación occidental hay sectores esclarecidos y otros fundamentalistas; hay progresistas y reaccionarios; hay inteligentes y otros no tanto; hay halcones y hay palomas.
El problema es que Israel no es desde un punto de vista geográfico - aunque sí lo es desde el político - una nación occidental. No sólo es una nación que se encuentra situada en un contexto culturalmente hostil; además, sus principales enemigos no disponen de medios de comunicación política. Esa es su tragedia. Esa es también, repetimos, la tragedia palestina. Y lo es debido a que el Hamas no sólo no reconoce la diferencia entre Estado, religión y ejército (en todos los territorios que controla impone la dominación militar y la ley de la Scharia); tampoco conoce la diferencia entre un ejército regular y la población civil. Un hospital controlado por el Hamas puede ser un sitio para curar enfermos y un arsenal de armas a la vez. Una escuela puede servir para alfabetizar pero también para formar guerrilleros.
Un campesino puede cultivar la tierra tres horas y empuñar las armas otras tres horas. Una mujer puede ser dueña de casa o un proyectil cargado de armas. Así como Mao Tse Tung afirmaba que un guerrillero debe desplazarse en la región que habita como "un pez en el agua", los partisanos del Hamas nadan en ese océano que para ellos es la población civil. Más aún: muchas veces son ellos también miembros de la población civil. No sólo son el pez en el agua. Son el pez y el agua al mismo tiempo. En otras palabras: los miembros del Hamas desconocen la diferencia entre la población civil y los destacamentos militares. De tal modo, cada guerra que emprenden, implica un enorme costo de vidas civiles.
Frente a esa realidad que representa el Hamas, Israel tiene dos opciones: o defenderse cuando es atacado, aceptando que cualquiera victoria militar será pagada al precio de una altísima derrota mediática, o no defenderse. De más está decir que esa segunda alternativa jamás podrá ser asumida, no sólo por Israel, sino que por ningún gobierno de la tierra. 4.Una duradera paz en el mundo islámico pasa por la democratización de sus naciones, objetivo que por el momento parece muy difícil que sea alcanzado en un futuro inmediato. No obstante, existen en esas naciones, incluyendo a la región palestina, organizaciones, partidos y personas que buscan, sino la democratización, por lo menos la politización de las relaciones nacionales e internacionales.
La entrada de Turquía a la comunidad europea puede jugar en ese proyecto, un rol altamente positivo. Gracias a la intermediación turca por ejemplo, ya estaban teniendo lugar contactos políticos informales entre Israel y Siria, hoy postergados debido a la reciente guerra en el Gaza. Del mismo modo, no hay que perder de vista la perspectiva de una cierta democratización en Irán. La popularidad de Ahmadinejad va en continuo descenso frente al ascenso de una oposición democrática que no sólo pretende una modernización tecnológica sino, además, política.Después de todo no hay que olvidar que desde el siglo XVll hasta mediados del siglo XX Europa fue el escenario de las más espantosas guerras en la historia de la humanidad. Incluso, la aparentemente poco decisiva Latinoamérica fue dominada hasta fines del siglo XX en la mayoría de sus países, por sanguinarias dictaduras militares. Hoy en cambio, la mayoría de las naciones latinoamericanas han alcanzado un orden democrático relativamente estable. Por cierto, hay y habrá excepciones y recaídas. La expansión democrática mundial es un proceso muy desigual e interrumpido.
En Latinoamérica, para seguir con el ejemplo, hay una excepción y un peligro. La excepción es Cuba. El peligro es el gobierno de Venezuela. Ambas naciones son por el momento las representantes del antiguo militarismo caudillista, hasta hace poco tiempo continentalmente hegemónico.La Cuba de los Castro es un caso especial. No se trata, como afirman erróneamente muchos comentaristas, que Cuba sea uno de los últimos exponentes del antiguo mundo socialista. Se trata sí, de la existencia de un régimen profundamente antipolítico que pertenece a la más vieja tradición del militarismo caudillista latinoamericano. Mal que mal, los antiguos países comunistas estaban dotados de un mínimo instrumento político: el Partido. Cierto es que el Partido lo controlaba todo, pero eso significaba al menos que el ejército estaba subordinado a su dirección.
En Cuba, en cambio, el Partido es sólo una ficción formal, o para decirlo de modo más preciso: una dependencia civil del Ejército. Hace más de treinta años que ese supuesto Partido no realiza un congreso. El ejército, a su vez, no necesita de congresos. Basta la voz de los Castro.La Venezuela de Chávez representa, en cambio, una nación en peligro. Ya el presidente no puede ocultar que su proyecto central apunta hacia la toma del poder ejercido de modo personal, con un contingente subordinado cuyos principales cuadros son de extracción militar y no política.
El socialismo de Chávez es sólo una ideología de legitimación que cuadra perfectamente con el propósito de instaurar una dictadura militar plebiscitaria como las que existieron en el continente hasta hace poco tiempo atrás. Se trata, para decirlo en breve, de un proyecto profundamente reaccionario, apoyado por los sectores políticamente más atrasados de la nación. En ese sentido, el presidente ya ha dado demasiadas pruebas de su vocación anti- política. No son casualidades, por ejemplo, las relaciones de empatía que ha tejido con la mayoría de los regímenes anti-políticos de la tierra, así como sus nada ocultas simpatías por organizaciones como las FARC y Hamas. La última prueba de su vocación anti-política la ha dado el Presidente Chávez al romper relaciones diplomáticas con Israel. Nadie pedía, por cierto, que Chávez estuviese de acuerdo con la política de Israel. Hay otros gobernantes en el mundo que tampoco lo están. Y que entre los gobernantes del mundo existan desacuerdos, es lo más normal que puede ocurrir en la política internacional.
La ruptura de relaciones diplomáticas pertenece en cambio a otra dimensión. Pues la diplomacia es el medio que usan las naciones para comunicarse políticamente entre sí. Dicha comunicación puede ser también negativa, esto es: un medio para manifestar desacuerdos. Quien en cambio rompe relaciones diplomáticas con otra nación, sin mediar ninguna agresión directa de esa nación, lleva a cabo un acto que delata una radical incapacidad política. Un acto que realizan sólo quienes no quieren o no pueden o no saben discutir. "La Venezuela de Chávez representa, en cambio, una nación en peligro. Ya el presidente no puede ocultar que su proyecto central apunta hacia la toma del poder ejercido de modo personal, con un contingente subordinado cuyos principales cuadros son de extracción militar y no política"

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