Alberto Rodríguez Barrera
El Estado es la comunidad más noble en la que se forma el Derecho, en la que se fundan y encuentran su lugar las familias. El punto de referencia para el orden estatal es el bien común. No es echar por la borda las herencias valiosas, los resultados de los pensadores y creadores, el progreso constante aunque lento de la cultura humana. Hay una cierta espiral de la vida humana que se debe apoyar para que podamos dormir con la consciencia tranquila.
¡Debemos esparcir semillas para la sazón posterior! ¡Sembremos a manos llenas, con la unidad como meta y en medio de toda diversidad! ¡Combatamos la desesperanza y el conformismo abúlico!
La agitada actividad del hombre moderno lleva a una falta de tranquilidad en la reflexión y en la contemplación razonables, de lo cual surgen grandes frustraciones humanas, una minimización de los derechos y los deberes humanos que constituyen la injusticia. Por ello es que el hombre debe retornar a su esencia interior, para “volver a encontrar los más primitivos y más simples valores culturales... La esencia de los derechos humanos”. (Eckhart.) En los excesos retóricos y desaforados del chavismo, hoy vemos hombres indefensos frente a la lógica propia de los problemas científicos y técnicos, donde reina una ceguera de valores de gran medida cuyas consecuencias se hacen cada vez más claras; son hombres incrédulos aplastados por el aparato del fracaso.
Sus contradicciones –luchas, disputas y antagonismos- parecieran una unidad que sólo en el infinito se resuelve, porque “donde no hay orden hay confusión. Y donde hay confusión ninguno está seguro” (Cusano), lo cual quiere decir: debe haber (y debemos exigir, como línea política constante) administración de justicia y orden jurídico. Porque si faltan, como incuestionablemente es el caso en la Venezuela actual, no están garantizados los derechos humanos, como igualmente es indudable entre nosotros. Porque el Derecho tiene su principio en la naturaleza y de la costumbre; una buena costumbre es tan buena como el derecho escrito; y en el derecho consuetudinario está la irradiación de la voluntad del pueblo y del derecho natural. La ley es posible y superior en el sentido de su doctrina del consenso. Eso es: en democracia.
El consenso, la concordancia de todos (es decir: la elección), debe presentarse en las formas del Estado. La nación debe estar de acuerdo en cuanto a la autoridad estatal y a sus portadores. Esta sólo es posible con ayuda de las elecciones. La experiencia dice que no se puede obtener una unidad absoluta; por las elecciones se puede averiguar la mayoría de la nación, y da como resultado la unidad práctica o cuasiunidad de la voluntad popular. Se trata de un proceso que no debe ser tracaleado ni conformado a la cubana, obviando elementalidades de la transparencia. La línea política aquí parte de una verdad: todas las filosofías políticas que en la evolución humana han sido son incapaces de descubrir todos los misterios del mundo. Y en ello la trampa es una vieja zorra que se cree verdad única.
El ser progresista tiende al equilibrio y a la paz, lo cual prioriza que debemos en primer lugar buscar la verdad ampliamente; las había antes, las hay hoy y las habrá mañana. Hoy debemos exaltarlas sobre la proliferación de mantos de oscuridad e ignorancia que se nos intenta imponer a la diabla. A la verdad se accede por vía del trabajo científico-racional, objetivo-intelectual, del trabajo infatigable y la sed de hechos. Debemos hurgar de forma extremadamente activa, llevando armonía al libre curso de la naturaleza. Y dejemos al adversario ahí donde el ocio del abuso lo lleva al embotamiento. Los hombres deben ser llevados a lo bueno, a un estado de ilustración total. La unidad no puede exagerarse ni sobrepasar la coherencia de la armonía; las pruebas metafísicas deben conducirse con exactitud matemática (Leibniz), recordando que lo opuesto es inarmonía.
En todo ello no podemos ignorar la trágica situación según la cual las más altas y más nobles formas del ser son más vulnerables a los ataques y al sufrimiento que las más viles, porque aquellas están continuamente expuestas a la destrucción de estas fuerzas inferiores. Si se aniquilara la forma superior del ser, seguiría siendo más noble que aquello que la destruye. Porque la perfección del orden que gobierna al mundo abarca en sí misma un máximo de diversidad, una individualización que casi llega al infinito. Ahí está la sustancia singular –de acción recíproca más o menos constante- que se llama evolución. (La ciencia natural también considera que los núcleos atómicos son variables; los átomos están compuestos de núcleo y electrones que giran en el campo electromagnético del núcleo atómico.)
Debemos proponernos con persistencia explicar los males físicos, metafísicos y morales que sufrimos en el presente para fomentar la ubicación del bien. No hay duda de que hasta el mejor de los mundos está lleno de tragedia; se pierde la belleza y el orden de todo, que es donde está la fe, la esperanza y la confianza de todos. Seríamos injustos si no hacemos uso de las pequeñas y grandes pruebas de la sabiduría y si nos dejáramos arrebatar el optimismo creador. ¿Pesimismo, cruzar los brazos y desesperarse ante lo que vivimos? No. ¡Reconstrucción!
El Estado es la comunidad más noble en la que se forma el Derecho, en la que se fundan y encuentran su lugar las familias. El punto de referencia para el orden estatal es el bien común. No es echar por la borda las herencias valiosas, los resultados de los pensadores y creadores, el progreso constante aunque lento de la cultura humana. Hay una cierta espiral de la vida humana que se debe apoyar para que podamos dormir con la consciencia tranquila.
¡Debemos esparcir semillas para la sazón posterior! ¡Sembremos a manos llenas, con la unidad como meta y en medio de toda diversidad! ¡Combatamos la desesperanza y el conformismo abúlico! ¡Fundemos cosas nuevas con urgencia creativa; sociedades de toda especie, órdenes, fábricas, ejércitos templados en mejores disciplinas!
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